Neutralidad liberal y debate público

Gonzalo Letelier W. | Sección: Política, Sociedad

03n-foto-1-autorLa neutralidad del Estado no existe. Se podría decir que es un mito, pero parece más exacto decir que es mentira. No es posible mantenerse indiferente a todas las posiciones valorativas, considerarlas a todas por igual sin tomar partido. La posición del que no tiene posición, es precisamente eso: una posición. El compromiso de no comprometerse es la más radical de las decisiones. Y el partido del que no toma partido es, en realidad, un movimiento totalitario. Veamos.

En primer lugar es necesario fijar una premisa básica: la neutralidad no es un hallazgo de la inteligencia, no es la conclusión de un razonamiento. Es una decisión. Tal como lo son el escepticismo y el agnosticismo, porque no se puede demostrar que la verdad es incognoscible, ni que algo posible no existe. La neutralidad no es la postura intelectual del que niega la verdad (eso es el escepticismo, que es autocontradictorio porque sería verdad que no hay verdad), sino una decisión moral de “hacer como” si no la hubiera. El punto es que, incluso si esta postura pudiera llegar a ser útil en algún momento (lo cual es dudoso), es imposible demostrarla, argumentarla o defenderla desde sí misma. Sólo se la puede defender por sus eventuales consecuencias benéficas (si las hubiera). Lo cual nos permite una primera conclusión: los “pluralistas” y “abiertos de mente” que exigen a todos aceptar indistintamente cualquier opinión son dogmáticos como el que más. Incluso si tuvieran razón, si lo más útil y conveniente fuera declararse neutral, seguiría siendo una posición de partida asumida de modo acrítico; con la sola voluntad, no con la razón. Por esto, la neutralidad absoluta es imposible, porque es neutral ante todo menos ante la misma neutralidad, sostenida de modo dogmático. Todo lo cual, por ahora, no dice nada en contra de la neutralidad en sí misma; pero sí permite establecer sus límites, muchos más estrechos de lo que se suele pensar.

Entremos entonces en los verdaderos problemas. El primero de los cuales es que considerar a todas las posiciones (menos la misma neutralidad, claro) como igualmente válidas constituye una monumental falta de respeto a la inteligencia humana y a los esfuerzos intelectuales de toda la historia de la humanidad. Se los declara a todos igualmente vanos y ociosos de un plumazo. En el fondo, es un acto de cobardía ante la verdad; es el terror a la afirmación categórica o universal, que es lo propio de la inteligencia, porque exige compromiso, valentía e integridad moral.

03n-foto-2La neutralidad es un manifiesto público de estupidez metódica y voluntaria, en virtud del cual se renuncia absolutamente a pensar por temor a las consecuencias de las conclusiones que obtengamos. En vez de eso, se decide convencionalmente que todas las opiniones serán igualmente valiosas y potencialmente verdaderas, y por lo tanto dignas de respeto, o, lo que es lo mismo, todas igualmente insulsas y falsas, y por lo tanto dignas de desprecio. Pues si la diferencia está en su verdad, eliminada la verdad se elimina la diferencia. Si todo puede ser verdad, nada lo es. Y entonces nos dejamos (por fin…) de perder el tiempo pensando, nos dedicamos a las cosas útiles y productivas, y exigimos que nos dejen tranquilos haciendo lo que se nos venga en gana, siempre y cuando no sea muy serio… porque ese es un segundo problema, el de la seriedad de la opinión, que es el que pasamos a revisar ahora.

Lo más grave de este modo de pensar es que es indiscriminadamente igualitario, o sea, escandalosamente injusto. Por ejemplo, ignora toda diferencia entre lo que es absurdo y ridículo, y lo sagrado: en nombre de la neutralidad, el problema del velo islámico es idéntico al de la presencia de la cruz en las escuelas, y ambos será tratados de modo idéntico a como se trata a uno al que le gusta disfrazarse de jirafa. Total, “todas las posturas son válidas”. Precisamente porque no juzga, la seudo tolerancia de la neutralidad es una ofensa para el verdadero “diferente” al que pretendía proteger.

En el fondo, detrás de ese aparente filantropismo que todo lo acepta por amor a la multiforme pluralidad de los hombres abstractos, se esconde un radical acto de desconfianza en el hombre real. Como no somos capaces de vivir sin matarnos con el vecino, eliminamos la causa de las diferencias relevantes (la inteligencia, nada menos), y reducimos la diversidad a una cuestión estética y superficial. Total, las vacas son todas distintas y no pelean entre ellas, sino que parecen vivir bien contentas…

Todo esto, se entiende, si la neutralidad fuese posible. Pero el problema es que no lo es. O sea, además de irracionalista, violenta y absurda, la neutralidad liberal es falsa. Pues detrás de esta pretendida asepsia valorativa está el juicio de valor mas radical y totalitario que sea posible, uno que engloba a todos los juicios posibles y los juzga sin distinción alguna, reduciéndolos a todos por igual a una idéntica servidumbre: la de renunciar a su carácter de conocimiento.

En términos sencillos, la posición del neutral se reduce a lo siguiente:

03n-foto-31. Piense usted lo que se le venga en gana (lo cual ya de por sí es absurdo, porque el que subordina el pensamiento a las ganas termina pensando con las tripas; pero entonces no piensa, siente. El pensamiento se subordina las cosas, que son como son, no como tenemos ganas que sean);

2. Pero piénselo sola y exclusivamente del modo que le impongo mediante la más brutal de las constricciones, que puede ir desde una aplastante presión social hasta el proceso penal por crímen de opinión (sí, existen; y sobre todo en los países “desarrollados”). Y este modo consiste en renunciar a cualquier pretensión de verdad o universalidad, y sobre todo, a cualquier intención de proselitismo o apostolado en el orden de las ideas. Porque es obvio: si no hay verdad, el espíritu apostólico es fundamentalismo del que quiere que todos piensen como él, o esquizofrenia del que no quiere sentirse sólo y necesita de alguien que lo acompañe.

Y así, pretendiendo defender el diálogo y la diversidad, la neutralidad destruye el diálogo, porque no tiene sentido dialogar si los argumentos no concluyen, y anula la verdadera diversidad, porque todo lo que digamos debe cumplir la forma común de no afirmarlo en serio y hasta sus últimas consecuencias. La neutralidad mutila la inteligencia y prohibe su libre ejercicio.

Desde estas bases, seguir proponiendo un diálogo inútil porque inexistente sólo puede tener dos explicaciones: o es cobardía o es hipocresía.

Es cobardia la típica posición del que acepta discutir todo para no tener que hacer afimaciones categóricas y después, cuando ya se perdió todo, poder echarle la culpa a las reglas del juego democrático. Como ejemplo, recordemos el “debate” sobre el divorcio o, sin ir más lejos, la reciente discusión sobre la píldora del día después.

03n-foto-4Una segunda explicación es la hipocresía, el chanchullo intelectual. O sea, abrir el debate para poder no concluirlo, típica actitud del que sabe que la mentira de que “todas las posiciones válidas” termina por afirmar la propia. Un ejemplo: la discusión sobre el aborto. El neutral nos dice “let’s agree to disagree”, pongámonos de acuerdo en no estarlo, abstraigamos nuestra opinión personal, e instauremos un sistema en el que tengan cabida todas las opciones. Pluralismo y dmocracia. Lo cual significa, por supuesto, permitir el aborto, y el que no quiera, que no se lo haga. Pero no porque yo no defienda la vida (“¡por Dios!, si todos saben que estoy a favor de la vida”), sino porque respeto a los que no piensan como yo. Con lo cual no sólo permito todo, sino que además quedo bien ante Dios y el diablo (bueno, en verdad ante Dios no… pero eso lo sabe sólo Dios, y hace tiempo que no viene por acá). Obvio, así cualquiera. Discutamos no más, si total al final da lo mismo en que quedemos, igual yo voy a tener razón y me voy a salir con la mía.

Y allí tenemos al club de los tramposos, escandalizados porque esta sociedad cartuchona no quiere abrir el debate sobre el aborto o sobre las uniones homosexuales, como si realmente se fuera a debatir el problema. Y allí tenemos a los cobardes, hipócritas también ellos, diciendo que todo es discutible, mientras preparan su paño de lágrimas para llorar cuando todo lo que no defendieron esté perdido.