¿Conservador? ¡Sí, a mucha honra!

Mario Correa Bascuñán | Sección: Política

La dialéctica marxista, animada por la táctica gramsciana, dentro de la lógica de la guerra semántica, había urdido la trampa del antifascismo. Esto es, que en la discusión dialéctica, al contradictor, especialmente si es un buen argumentador, se lo calificaba de “fascista”, es decir, se lo descalificaba y se lo ridiculizaba, de manera que, cualquiera fuera su argumentación, apareciera como insulsa y carente de fuerza de convicción.

Pues bien, dentro de la misma lógica, los marxistas actuales y sus tontos útiles de las diversas raleas de “liberales” (no me refiero al viejo y apreciado Partido Liberal, cuyos miembros muchas veces eran más conservadores que algunos miembros del Partido Conservador), a quien quiera hacer primar los bienes espirituales, morales e intelectuales, se lo califica de conservador, es decir, una especie de megaterio o tiranosaurio retrógrado, que no ha entendido el “progresismo” relativista.

A quien escribe estas líneas, muchas veces se lo calificó de “fascista”, a pesar de haber nacido después de la caída del fascismo italiano; y, en la máxima ofensa que son capaces de inventar, en un opúsculo marxista se lo ha calificado de “ultra conservador”, que, viniendo de quien viene, aparece como una condecoración. Además, si es lo peor que pueden decir de uno, no es como para preocuparse demasiado.

¿Qué es ser conservador?

En primer término el conservador es quien quiere favorecer el desarrollo; pero sin destruir lo bueno del pasado, por lo que es partidario del orden y contrario a la anarquía; realista, frente a la utopía voluntariosa; cauto y paciente, frente a la temeridad y la prisa.

En segundo término, el conservador defiende la religión, la patria y la familia; pero no sólo porque sí, sino porque en ellas se encuentra la esencia de lo bueno y lo verdadero; y así lo ha recibido por tradición y lo aprecia por sus posibilidades de perfección futura. Y la tradición es todo lo que distingue al hombre civilizado del primer hombre de Cromagnon, puesto que desde un punto de vista biológico son equivalentes. En cada momento histórico, el conservador defiende una realidad, recibida de los antepasados, que encarna bienes espirituales y morales; pero que no es inmutable, sino susceptible de ser enriquecida.

En consecuencia, no se conserva siempre lo mismo, sino que el acervo tradicional es dinámico y continuamente acumulativo, produciendo progreso. Es un realismo en acto, potencialmente perfectible.

El conservador tiene conciencia de ser heredero de una tradición que no está destinada a perecer como flor de un día. Se trata de una herencia, fundamentalmente de las condiciones espirituales de sus predecesores; y lógicamente, el conservador luchará por mantener la susbstancia espiritual de nuestra tradición.

El conservador, que aprecia el valor de las relaciones estables, defiende un derecho humano fundamental: el derecho a seguir siendo él mismo, sin ceder a las presiones de una sociedad que sólo aprecia la novedad y la cómoda inestabilidad. Defiende, entonces, el derecho a su propia identidad, mediante la pertenencia plenamente asumida, a unas concretas tradiciones lingüísticas, culturales y nacionales; a un medio familiar caracterizado por la estabilidad, a lo que constituye nuestro hogar, nuestra patria y nuestra religión.

La herencia, la tradición y la estabilidad sólo son posibles donde haya orden. Por eso el conservador aprecia el orden que, como dijera Burke es “el fundamento de todas las cosas buenas”; y por lo mismo, está convencido de la necesidad de autoridad ejerciente, que merezca la obediencia de sus subordinados; de diversidad de competencias y poderes; de ciertas formas de superioridad y subordinación. Y quien dice orden, dice instituciones, tales como matrimonio, familia, profesión, derecho. Dice, asimismo, conservación de la vida y de la especie humana; y dice admiración por una virtud hoy poco valorada, como es la lealtad, actitud básica sin la que ningún orden se puede mantener.

El conservador es jerárquico y amante del orden; y tiene el sentido de la necesidad antropológica de instituciones; pero, además, es un hombre de libertades, dentro de una medida razonable de autoridad y orden. Cuando hablamos de libertad, claramente no lo hacemos en el sentido que la entienden quienes presumen de liberales y que más bien podríamos calificar de libertinos, esos que sostienen que pueden hacer lo que quieran, sino en poder hacer lo que se debe querer, esto es todo lo que nos perfecciona como personas y no lo que nos degrada como tales.

Como se puede apreciar, el conservador, en la expresión de Gonzalo Fernández de la Mora, es un razonalista, que no se deja llevar por las veleidades de la voluntad, sino que defiende las tradiciones que, en un momento determinado de la Historia, son punto de partida para la constante, segura e inacabable empresa racionalizadora.

Entonces, ¿cuál es el problema de ser conservador?

03-foto-23El problema no es nuestro sino de ellos. El conservador que, además, se atreve a decir la verdad y que, cuando tratan de acallarlo, grita más fuerte, es una piedra en el zapato para quienes quieren transar todos los principios por unos votos más. Claro que hasta en eso se equivocan, porque muy probablemente no obtendrán los votos que ansían y perderán otros que consideran seguros.

Por eso, es más fácil descalificarlo y ridiculizarlo. No se puede discutir con él sin temor a ser derrotado. Por eso no acepta el diálogo que sí está dispuesto a tener con otros enemigos.

En síntesis, ser conservador no es ser retrógrado, sino precisamente un progresista, en el genuino sentido de la palabra. Y no puedo dejar de recordar un lema de campaña del viejo Partido Conservador, que decía “conservar es lo contrario de destruir”.