La mirada periodística

José Luis Widow Lira | Sección: Sociedad

El periodismo es una actividad en cierto sentido difícil, porque quien la ejerce está, de alguna manera, obligado a tener una visión superficial de los acontecimientos. Eso suele llevar al periodista o bien a tratar de entender más profundamente la noticia que comunica o comenta, alejándose con ello de su labor estrictamente periodística, o bien a enfrentar con frivolidad toda noticia. El duro y precario equilibrio entre ambas alternativas es difícil.

Para que no se enojen mis amigos periodistas haré inmediatamente una distinción. El periodista puede tener una doble visión: una, la que podríamos llamar naturalmente superficial o, dos, la visión que podríamos denominar superficial frívola. La distinción me permite aclarar que cuando hablo de la visión superficial del periodista no estoy pensando, necesariamente, en la que es producto de la ligereza de juicio o de la negligencia o de la que confunde noticia y sensación pública. Existe una superficialidad que es propia del periodismo y no por eso es mala.

Intentaré darme a entender con un ejemplo. Pensemos que muere un político de fuste, famoso. Eso es noticia. El periodista, en este caso reportero, acude al hospital donde ha sucedido la muerte. Allí encuentra de casualidad a la viuda que viene saliendo. Ésta, de anteojos oscuros y ojos llorosos, se ve asaltada por preguntas acerca de su marido y de lo que ella siente. Esas preguntas necesariamente quedarán en la superficie de lo que significa, desde el punto de vista de la muerte de un hombre –o si se quiere más específicamente, de un hombre público–, lo que recién ha acabado de suceder. En este sentido ningún periodista abordará con todas sus consecuencias lo que significa para la persona la muerte; para la sociedad, la pérdida del hombre público; y para la viuda, lo que siente y necesita. No es su tarea. Pero estas cosas son las que permitirían entender cabalmente lo que está sucediendo.

02-foto-22La mirada periodística, por su propia naturaleza, no penetra hasta el fondo el hecho que recoge y comunica. La mirada periodística pareciera que debe ser sin afectos, que, muchas veces, son los que empujan a penetrar en la profundidad. Y no sólo es que pareciera que no debe implicar afectos, sino que simplemente no puede estar acompañada de ellos. La relación con el hecho o las personas implicadas en él es tan pasajera que las oportunidades para que ese afecto se cree son mínimas. No es como la relación entre el médico o el abogado y su cliente (me refiero a los buenos: a aquellos que crean afectos). A lo más, pareciera que el periodismo es compatible con explosiones emocionales. Pero afectos durables, aparentemente no.

Esto no es una crítica al periodismo, sino una anotación sobre su naturaleza. El periodismo es así y es muy difícil que sea de otra manera: las materias sobre las que trata son tan diversas y se modifican con tal velocidad que no hay tiempo para más. Aun en los reportajes donde hay una investigación periodística realizada con más tiempo pareciera que la indagación, la mayoría de las veces, sigue siendo sobre el fenómeno y no sobre el fondo.

¿Por qué traigo esto a colación? Quiero sencillamente apuntar a algo que pareciera estar sucediendo en el seno de la actividad periodística y que me parece grave. Es muy obvio, quizá, para las personas de mayor cultura, pero pareciera no serlo tanto para tanta gente que, si le alcanza para informarse, no tiene más elementos de juicio que la misma fuente de información a la que acude: el medio de prensa o la televisión.

Me refiero a que ya hace tiempo el difícil equilibrio que permitía hacer un periodismo de mirada superficial evitando la mirada frívola parece haberse perdido. Véase, por ejemplo, cómo cunde la prensa que de “apóstoles de la información” no les queda nada por haber elegido la ganancia fácil con la explotación del morbo farandulero. Véase la portada de tanto diario serio que hace poco tiempo dedicó no uno, sino varios días ni más ni menos que a la muerte de Michael Jackson. O tanto espacio periodístico dedicado a comentar hechos que corresponden a la fantasía de una teleserie. Compárese las portadas de muchos medios de prensa de hace treinta o veinte años y las de hoy frente al mismo hecho: por ejemplo, la rememoración de la Pasión en los días de Semana Santa o la celebración del 18 de septiembre. Uno, era periodismo que según su propia manera participaba de lo que comunicaba. El segundo, el de hoy, pareciera que ni alcanza a tocar la superficie de nada. Quizá el único tema en el que el periodista narra empapado de afectos y viviendo el hecho es el fútbol (cuando la selección gana). Pero tampoco es profundo, porque en ese caso las aguas tampoco lo son.

02-foto-31El problema es más grave si consideramos que por la influencia social que tienen los medios periodísticos, su mirada pasa a ser la de otros. La gente más sencilla se hace más frívola, los profesionales, los universitarios –alumnos y profesores–, los políticos, todos, terminan preocupados de banalidades a las que en una sociedad sana no se les dedicaría un segundo.

Lamentablemente la sociedad no está en situación de revertir esto. Probablemente partes importantes de ella estén complacidas con lo que ocurre. ¡Imagínense! ¡No enterarse de lo que sucede con Elisa!

¿Podrá pensarse en autorregulación de los medios? La competencia en la que están y la misma aparente frivolidad de muchos de ellos –siempre está además el argumento de que lo que escriben o muestran es lo que vende– no parece dejar espacio para la esperanza en algo así. ¿Qué, entonces? Quizá sería un gran paso –como primero– que algunos periodistas pusieran públicamente el dedo en la llaga. Tienen que hacerlo ellos, porque, en general, cuando lo hace un extraño a su mundo recaen sobre él, casi inmediatamente, las sospechas de que se trata de un cavernario censurador, insensible al sagrado deber del periodista de informar sobre lo que la gente quiere saber. Y con ello queda censurado el que simplemente quería un periodismo que no fuera, a veces, groseramente frívolo…

José Luis Widow