Graffiti y conducta antisocial

Otto Dörr | Sección: Sociedad

07-foto-1-autor2El graffiti ha sido definido como la escritura o pintura no autorizadas de espacios públicos llevadas a cabo por privados. El espectro alcanza desde pinturas con alguna pretensión artística hasta meros rayados sin sentido que sólo aumentan la contaminación visual y perturban a las personas con un mínimo sentido estético. Se trata de un fenómeno bastante universal y vinculado a gente joven de tendencia anarquista. En los países desarrollados el problema está bajo control y los graffiti se ven sólo en los muros cercanos a las estaciones de trenes y, en el caso de la ex Alemania del Este, también en edificios abandonados. Un caso extremo de penalización de esta conducta se da en Suiza, donde hace algunos años el pintor Harald Naegeli fue condenado a nueve meses de cárcel y al pago de doscientos mil francos suizos por haber pintado una pared en un espacio público. Pero no sólo en Suiza son estrictos.  Todos recuerdan el encarcelamiento en Perú de dos “idealistas” jóvenes chilenos que rayaron un muro precolombino.

Chile, y en particular Santiago, está sufriendo ese flagelo en una cuantía verdaderamente escandalosa. Hay barrios completos, como Recoleta e Independencia, donde no hay un solo edificio, escuela, iglesia o casa que no esté rayado con estos signos incomprensibles. Un proceso semejante está sufriendo el centro, ante la total indiferencia de la autoridad. Hasta los muros de la Catedral han sido agredidos por esta práctica. La pregunta es si esta conducta juvenil es tan inocente como quisieran creer algunos que la interpretan como un legítimo canal de expresión del descontento juvenil frente a un mundo materialista y globalizado.

07-foto-23Una serie de experimentos realizados recientemente en Holanda y Alemania demuestran claramente lo contrario. El graffiti tiene un carácter “contagioso” e induce a la realización de otras conductas antisociales. Uno de los experimentos consistió en lo siguiente: una cámara secreta filmó a las personas que pasaban frente a un buzón de correo en el que asomaba una carta donde se podía ver claramente que contenía un billete de sólo 5 euros. Al lado había una pared limpia y cuidada. Un 13% de los paseantes rompió la norma y se llevó el sobre, pero la proporción aumentó al 27% cuando, otro día, frente al mismo buzón con el sobre a la vista, la pared estaba llena de graffiti. El número de personas observadas fue de alrededor de 100 cada vez. La conclusión fue que si una persona observa una situación en la que no importa atentar contra una norma (una pared ensuciada por graffiti, por ejemplo), aumenta la probabilidad de que ella atropelle otras normas. Los demás experimentos fueron análogos: una señal de “no pasar”, un papel de propaganda que no se debía tirar al suelo, etc. En algunos casos la proporción de las personas que atentaron contra la norma al enfrentar la pared con graffiti fue un 300% mayor. Los experimentos demostraron también que esta inducción no tenía que ver con el tipo de atropello, sino con el hecho de contravenir una norma, cualquiera que ésta fuese.

¿El aumento sostenido de la delincuencia en nuestras ciudades y del atropello de otras normas, como las leyes del tránsito, por ejemplo, no tendrá que ver en alguna medida con este mal ejemplo que representa el graffiti? Pienso que la autoridad debería reflexionar al respecto, sobre todo en un período de elecciones, cuando, como ha sido habitual hasta ahora, los candidatos, casi sin excepción, ensucian los muros con sus insolentes rayados.




Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio.