Compromiso

P. Raúl Hasbún | Sección: Sociedad

El plazo para inscribirse se cumplió, y centenares de miles de jóvenes optaron por mantenerse al margen del sistema que permite elegir a las autoridades de la República.

Entre las múltiples razones ensayadas para explicar esta automarginación sobresale la de un sociólogo: los jóvenes no quieren compromisos que los aten, en especial si son por toda la vida. Privilegian su autonomía, su libertad para satisfacer sus deseos, ahora y hasta cuando quieran. No se inscriben para votar, por la misma razón por la que no quieren casarse ni afiliarse a una iglesia o renunciar a su rotación laboral. Da lo mismo que prolonguen los plazos o aumenten los incentivos: no se inscribirán. Y vamos acostumbrándonos, concluye el sociólogo.

Hablar genéricamente en nombre de “los jóvenes” y pretender haber captado su alma colectiva es una apuesta temeraria y de muy precario fundamento científico.

El margen de error y la sospecha de falsificación prejuiciada se incrementan cuando se cree establecer un vínculo de causalidad entre la edad celular y la conciencia moral. Las células tienen edad biológica pero no calidad moral, ni existe un determinismo genético que permita predecir que a tal edad celular la persona se comportará necesariamente en forma viciosa o virtuosa.

05-foto-23El compromiso, es decir, la capacidad y voluntad de cumplir una obligación libremente contraída, está en la base nuclear de la responsabilidad de una persona humana. Es, por lo mismo, el sustento sobre el que se articula el entero sistema de las relaciones sociales. Todo, hasta lo mínimo, está apostado a la fidelidad: el íntegro cumplimiento de la palabra dada, de la prestación libremente prometida. Y la fidelidad es la suma de todas las virtudes que engrandecen a la persona y hacen posible y buena la vida en sociedad.

Sentenciar, con aparatosa solemnidad y ningún sustento científico, que “los jóvenes” son estructuralmente inhábiles para el compromiso equivale a imputarles la peor tacha moral. Y sería, la suya, una inmoralidad íntegramente deducida de su edad celular. Es una forma encubierta de racismo.

Ni “los jóvenes” son generosos, solidarios o irresponsables por ser jóvenes (caso en el cual su metamorfosis hacia la tacañería, egocentrismo o responsabilidad sería una simple cuestión de calendario) ni los ancianos son sabios, maduros o rebosantes de paz porque son ancianos (caso en el cual no existirían “viejos verdes”, libidinosos, astutos, ambiciosos y necios).

Más realista es intentar conocer de cerca algunos jóvenes, algunos ancianos, auscultar sus corazones, acompañar sus reacciones y evoluciones y ofrecerles, con respetuosa simpatía, respuestas a sus preguntas, caminos y armas para que resuelvan sus problemas.

Por esta vía es posible esbozar al menos una hipótesis digna de ser explorada: la libertad encuentra su más dichosa realización cuando se deja encadenar para siempre a un gran amor.




Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Revista Humanitas, www.humanitas.cl.