La desinformación, o mentir con verdades
Luis Fernández Cuervo | Sección: Política, Sociedad
–¡Pero cómo crees que la CNN va a mentir!– le dijo, a un amigo mío, su cuñado, escandalizado por las críticas que mi amigo hacía sobre ciertas noticias dadas por ese medio informativo. Cuando lo supe, solté una carcajada y me dije: –¡Magnífico! ¡Todavía hay gente, en este mundo de poca fe religiosa, que en cambio cree ciegamente, sin dudar, todo lo que le dicen los medios informativos!–
Todo periodista sabe que lo que sirve para informar –ya sea, prensa, radio, televisión, cine, internet, etc.– sirve también para mentir. Según crecieron los recursos técnicos para difundir la verdad, también han crecido los medios para difundir mentiras.
Claro que mentiras-mentiras así, a lo burdo, inventando hechos que no existen, no es lo más frecuente. Lo habitual es mentir con medios más finos. Es frecuente que la mala información provenga de rutina, superficialidad, pereza mental para documentarse, o vanidad para lucirse. Así, por eso lo que más abunda es una muchedumbre amorfa de noticias de escaso o ningún valor real. Un montón de paja donde a veces se esconde algún dato valioso pero qué está ahí, medio escondido, sin una explicación de su profundo significado.
También es frecuente el error objetivista, modelo de periodismo muy arraigado que tiene por lema algo que trataban de inculcarnos en mi Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile como si fuera palabra divina: “Los hechos son sagrados, las opiniones son libres”. Pero eso de los hechos, puros, sin contaminación de interpretación, no existe. Eso surge de una mentalidad positivista, que es una de las peores filosofías. Ante un hecho conflictivo, si se recogen las declaraciones, así, sin crítica ni selección, el lector terminará creyendo a aquel que habla más, o que grita más. Una variante de esa falsa objetividad, muy frecuente en nuestro medio, es titular de “polémico” un asunto y dar 50 % a cada uno. Así, si no se tiene otra información sobre lo mismo, el público se queda sin saber a qué atenerse.
Esa aparente neutralidad es una falsedad, ya sea por pereza, por interés en que no se sepa la verdad, o por lo que sea, pero es una falta grave de ética profesional, porque la función del informador es hacer justicia, decir quien dice la verdad y quién miente, aportando todos los datos necesarios, a favor y en contra.
El informador no sólo debe decir la verdad, sino toda la verdad y nada más que la verdad; lo cual incluye hechos, datos, declaraciones y lo más importante: el significado de todo ello.
Los grandes medios informativos no suelen inventar hechos, dicen verdades pero no toda la verdad. Y si es necesario lo ilustran con unas imágenes a favor o en contra, según les interese. Seleccionan con una hábil manipulación los datos, imágenes y palabras para que los que reciben su información concluyan creyendo lo que ellos quieren que crean.
Otra de las informaciones desorientadoras es una información que desprecia el pasado, los antecedentes de un hecho. La información presentista: hoy, lo que ocurre hoy; mañana, lo que ocurre mañana. ¿Y antes? Eso no importa. Pero si no se sabe cómo empezó aquello el lector no se entera, no tiene criterios para valorar la verdad o la mentira, la justicia o la injusticia de lo que le presentan.
El ejemplo más inmediato de este mentir presentista lo estamos teniendo en muchos reportajes y columnas de opinión sobre lo ocurrido en Honduras. ¿Qué sabe la gente de lo que hizo Manuel Zelaya antes del 28 de junio? ¿Quiénes se han informado de las condenas que el poder judicial hondureño dio contra él antes de que los militares lo echaran del país? ¿Qué columnista se molestó en informarse sobre que artículos de la Constitución hondureña violó Zelaya?
Otra deformación informativa frecuente es dar más extensión a lo más chocante, a lo que llama más la curiosidad y mejor si puede ser ilustrado también con imágenes llamativas. Entre un señor Micheletti, de tercera edad, vestido al modo “formal”, diciendo palabras moderadas, y un Zelaya vulgar, algo payaso, pero con un sombrero que lo caracteriza, vociferando con megáfono rodeado de una multitud también vociferante, rodeados de soldados y de fotoperiodistas, esa noticia tiene mayor emoción, suspense, conflicto, etc., que la de un gris Micheletti y por lo tanto recibirá más espacio informativo.
Así, por distintas causas e intereses, el llamado cuarto poder no siempre dice la verdad y esconde muchas veces un quinto poder, oculto o semi-oculto, que tiende a moldear la opinión pública.
El público inteligente no pide neutralidad ni objetivismo de hechos sin valoración; le pide al informador simplemente que sea honesto, que diga las cosas, tal como él cree que son.
Si me hubiera molestado en coleccionar todos los eufemismos, mentiras, medias verdades, trucos y triquiñuelas que he detectado a lo largo de mis años de periodista, especialmente en los textos de las agencias internacionales y de algunos diarios prestigiosos como el New York Times, el Clarín de Buenos Aires, El País de Madrid, etc., podría editar ahora un voluminoso libro de más de 500 páginas. Sí, no hay que ser ingenuos: cierto que hay mucha información internacional veraz, pero sólo en las cosas donde no existen intereses políticos, económicos o ideológicos fuertes. En general, toda la opinión pública mundial está bastante masificada y manipulada, está orientada a convencer de una serie de dogmas del que se ha llamado, con sentido irónico y crítico: “el pensamiento político correcto” y que podrían resumirse así en su versión norteamericana o europea:
1. Sobre Dios y religiones. Dios no existe o al menos es dudoso que exista. Todas las religiones son opuestas al libre pensamiento, a la democracia y a la tolerancia. Son por tanto conflictivas, enemigas de la paz.
2. Sobre filosofía y pensamiento. No hay verdades absolutas. Todo es relativo. Toda verdad es subjetiva, es sólo opinión. Hay que imponer el laicismo fuerte.
3. Sobre ética o moral (a veces se las distingue como cosas diferentes). No existen reglas éticas universales. La libertad tiene derechos pero no tiene deberes. Nadie ni nada puede poner trabas a la libertad individual. Es progresista ir imponiendo el derecho legal al aborto, al “matrimonio” homosexual y a considerar la homosexualidad como una conducta sexual tan normal como la heterosexual. Hay que negar el derecho a la objeción de conciencia por motivos religiosos o morales. No hay un tipo de familia ni de matrimonios correctos. Cualquier tipo de ellos es válido. Hay que ir implantando la eutanasia.
4. Sobre progreso social. Tecnificar más la vida. Mayor poder consumidor. Tener más cosas. Mayor comodidad, mayores placeres. Menos hijos.
5. Sobre política. Sólo la democracia es lo correcto. Toda democracia es buena; toda dictadura es mala. El criterio más válido –incluyendo el criterio moral– es el mayoritario. Hay que tender a un gobierno mundial único, construido sobre los dogmas aquí presentes. Todo lo que se oponga a ello es retrógrado. En general, son más válidos los gobiernos de izquierda moderada que los conservadores. Están muy bien los social-demócratas o socialistas de tipo europeo-nórdico. Imponer el laicismo social; que lo religioso no influya en la vida pública, que se reduzca al interior de las conciencias y de los templos.
6. Sobre economía. Economía de mercado, hoy día en discusión el papel del Estado sobre ese tipo de economía liberal.
7. Sobre ciencia. No se admiten como tales ni la teología, ni la filosofía. Según, y con reparos, se admiten la psicología, la sociología, la historia y cualquier otra ciencia humanística pero de tono positivista o materialista. Lo importante son la matemática, la física y las ciencias experimentales. Sus conclusiones tienen valor casi absoluto, casi religioso. Irónicamente podría interpretarse así: “No hay mas verdad que el evolucionismo y Darwin es su profeta”.
Existe otro pensamiento político obligatorio, opuesto al anterior, que es el “socialismo del siglo XXI”, revolucionario, antiliberal, “antiimperialista”. Es semejante al anterior en muchos de sus dogmas, pero con algunas variantes importantes: Marx y Lenin sustituyen al no-dios y el marxismo pasa a ser marxismo-populismo, religión, única e indiscutible. El relativismo se sustituye por el voluntarismo (insistir en las consignas y mentiras hasta el aburrimiento o el aplastamiento de los enemigos). Otras sustituciones: la democracia liberal, por la democracia popular; la economía de mercado por la economía estatizada; la libertad individualista por la domesticada; la paz social por la lucha de clases.
El profeta de este populismo marxistoide es Hugo Chávez y sus sátrapas o delegados-nacionales son Evo Morales, Daniel Ortega, Rafael Correa y Mel Zelaya, para sus respectivos países. Y como delegados plenipotenciarios: ante la OEA, el marxista-camaleón José Miguel Insulza y ante la ONU, Miguel D’Escoto, sacerdote renegado pasado al marxismo-sandinismo.
Si el lector tiene en cuenta estos parámetros es posible que entonces descifre el verdadero significado de muchas de las palabras e informaciones que aparecen como neutrales u objetivas. Pero aún le faltará detectar los hechos importantes que se silencian.
De estos últimos, de los que no salen en las informaciones corrientes, el “silencio” o “vacío” más grande corresponde a todo lo referido al presidente Obama y a los signos ideológicos de las personas que va nombrando en puestos importantes de su gobierno.




