Y el “día después”…resucitó

Pablo Sánchez Márquez | Sección: Nos han escrito

Nuevamente la “píldora del día después” entra en la temática política nacional. Esto, a raíz de un Dictamen de la Contraloría General de la República, que sin quererlo, fija un cierto alcance de la Sentencia de Inconstitucionalidad del Tribunal Constitucional.

Las mismas voces a favor y en contra de este “medicamento” –como los llamara el candidato Frei– vuelven a ser escuchadas. Por cierto, los argumentos son en esencia los mismos, aunque esta vez subyace en el pensamiento una consecuencia lógica que se calla. Es así como los promotores de la píldora, retoman el argumento de la desigualdad social, la discriminación y la pobreza, para justificar –obsesivamente– la distribución de ésta. A su vez, tenemos a los llamados “conservadores”, los que buscan defender “la vida” con denuedo, intolerantes e insensibles y prácticamente sin conciencia social los que la rechazan. “Los ricos pueden comprarla en las farmacias”. En efecto, unánimemente, los candidatos presidenciales –incluyendo “al de los ricos”– rechazan lo señalado por ambos órganos. Este es el contexto se desarrolla el visceral debate.

Lo fácil –y casi natural– en este tema, es adoptar la postura “liberal”, “democrática” que es por cierto contraria a lo señalado por el Órgano Contralor y Jurisdiccional respectivamente. Pero no hay nada más aberrante que ello. En efecto, los argumentos de los “defensores de los pobres”, no van más a allá que ideas vacías, sin sustento de ningún tipo, y por cierto falaces, cuya consecuencia lógica no se advierte.

Esto es claro, pues la implementación de esta píldora mágica que resuelve de una vez y para siempre las discriminaciones en el país, las desigualdades y la pobreza, es, en efecto, el camino más fácil para desligarse de soluciones serias de largo plazo motivadas por el fondo del asunto y no por sus consecuencias. Es además lo “políticamente correcto”. Algo que resulta de decir “es lo que quiere la gente”, y por ello es democrático. Esto sería particularmente extraño oír de los obcecados defensores de la píldora si llegasen a perder el poder. Es una forma oculta y poco transparente –pero no menos arrogante– de decir que ellos, y sólo ellos, saben lo que quiere y necesita la gente-ni siquiera la gente misma sabe lo que quiere, subestiman. Ellos y solo ellos son los iluminados profetas predicadores de la Democracia. Y así podríamos plantearlo respecto de las otras ideas. Ellos saben y pueden terminar con la desigualdad, la pobreza, la discriminación, porque son los hijos del Baal de la democracia. En estos planteamientos, no solo se puede observar el efecto inverso, sino que se descubre la incoherencia del discurso de la tolerancia.

Pues bien, no hay nada más antidemocrático que divinizarse así mismo como tal. ¿O es acaso, que el resto del pueblo, los detractores de la píldora, parte de este país no son democráticos? Ergo, la democracia se destruye, y queda reducida a lo que nuestros profetas de la democracia digan y quieran para el pueblo, pues solo ellos pueden saberlo. Me pregunto si sabían que Santiago necesitaba un sistema de transportes más eficiente, y no lo inverso. Es en ese fin, que de hecho generan una desigualdad social inexistente, para retomar a su vez el añejado discurso que divide a la población en ricos y pobres. Y esto no se dice en vano, puesto que es por el Decreto Nº 194 de 2005 del Ministerio de Salud que se incorpora la píldora milagrosa como fármaco obligatorio en las farmacias. Para ponerla a disposición de los ricos y negárselo a los pobres.

Todo esto deviene en dos consecuencias lógicas, que la gente debe estimar y considerar. La primera es evidente. El “gran Tolerante”, democrático y luchador de los pobres, no acepta, paradójicamente, no tolera, que se esté en desacuerdo con ellos. Nada más contradictor y revelador de las falacias argumentales y sus vacíos. Y no los acepta ni de sus “adversarios políticos”, ni del pueblo ni tampoco de Órganos verdaderamente guardianes de la Democracia y los derechos de las personas, que controlen sus actos de gobierno, dentro de un margen Constitucional esencial. De aquí arranca la segunda consecuencia lógica.

El “gran democrático” no está dispuesto a respetar la vida del no nacido, ni en esencia el Estado de Derecho, condición necesaria para su propia existencia. Esto es particularmente grave, pues admite que en el ejercicio del poder, no reconoce límite alguno. El fin justifica los medios.

Pero claro, no hay nada más democrático y tolerante que no sujetarse al Derecho, y por ende a control.

Pablo Sánchez Márquez