Piropos del Tío Sam

Joaquín Fermandois | Sección: Política

05-foto-1La Presidenta recibió una cascada de halagos en Washington. Provenían nada menos que de los labios de Obama. Imposible es desconocer el espaldarazo y hasta, quizás, su valor en votos dentro de Chile. Obama sigue siendo una estrella, y la Presidenta clausuró hace tiempo el debate de si Chile necesita un Obama que renueve la política nacional: ella misma fue el Obama chileno, ha afirmado. Es un guiño a Eduardo Frei, sugerente de que está bien que las cosas sigan como están.

En la Alianza, muchos quedarán perplejos de que los que provienen de la tradición “anti-imperialista”, especialmente la Presidenta, pueden apoyarse de manera efectiva en un Presidente estadounidense, quien permanece como luminaria en gran parte del mundo. ¿Que Obama podría pertenecer a una centroizquierda? No, ni siquiera dentro de la muy aguada polaridad estadounidense. Todos los indicios apuntan a que su estrategia es reformular la dirección del gobierno desde el centro –lo que en Estados Unidos se llama el mainstream, noción básica para comprender la política de ese país.

Los piropos de la Casa Blanca a la Concertación no son algo nuevo. Para no ir muy atrás, Bush Jr. dio a entender calurosamente que las administraciones de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet colmaban todas las expectativas del “sueño norteamericano” con América Latina. El gobierno chileno poseía una orientación interna y externa radicalmente diferente del desafío representado por un Chávez, lo que desde luego es un motivo de ayer y de hoy para que un Obama o cualquiera otro derroche alabanzas al Chile de la Concertación. La única excepción bajo Bush fue el episodio pasajero –aunque preñado de peligros–, cuando en 2003 Chile no apoyó la guerra en Irak. Al final, la Casa Blanca decidió “perdonar” a Chile.

05-foto-2Ya sean liberales o conservadores (o neoconservadores si se quiere), los políticos y funcionarios estadounidenses siempre han preferido tratar con sectores “progresistas” antes que con sectores conservadores en América Latina. Les es más grata una izquierda con la que se puedan entender. En el caso de Chile, esto es casi patético. Quizás es una herencia de la idea originaria de Estados Unidos de poseer el secreto para una sociedad moralmente superior y a la que le apetece posar de “avanzada”.

Y existe otra razón, que tiene mucha relación con los hechos desde la Segunda Guerra Mundial, de asimilar al enemigo potencial. La “memoria” olvidó la crisis nacional de 1972-1973, y los estadounidenses miran a los políticos de la Concertación sólo como opositores democráticos al “régimen de Pinochet”. Los concertacionistas se expresan en un lenguaje que es comprensible para la cultura política norteamericana; el mismo fenómeno sucedió con socialistas y radicales de los años 1940, y con los democratacristianos en los años 1960. Inseparable de esto ha sido el desinterés de los sectores de centroderecha, a lo largo del siglo XX, por vincularse con la vida política americana y europea.

En las escenas telegénicas de la Casa Blanca, se olvida un pequeño gran detalle, el origen de la situación actual. Desde el momento simbólico del Acuerdo Nacional en 1985, auspiciado por monseñor Fresno, la política chilena convergió en torno a un modelo, la democracia occidental, superando el desgarro que la había caracterizado en los 30 años anteriores a 1973. ¿Será capaz el país de sostener este camino, sin dejarse arrastrar por la inercia y apatía propias del fatalismo latinoamericano, o de deslumbrarse por la “refundación” del país, otra cara del mismo fenómeno? Esto no se decide en la Casa Blanca, sino en esta larga y angosta faja de tierra.




Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio.