El disfraz de un crimen

Alfonso Ríos Larraín | Sección: Política, Vida

04-foto-1-autorA los chilenos, enemigos de la objetividad y fanáticos del “más o menos”, nos desagrada llamar a las cosas por su nombre. El que dice la verdad, habla claro, directo y sin remilgos, es motejado de confrontacional o disociador. Y si el disidente es político u ocupa algún cargo de relevancia, se le fabrican “estudios de opinión” que le asignan “votos de rechazo” y buscar destruir su imagen pública. Muy pocos soportan esta situación. Aparecen, entonces, los resabios del huaso ladino, cuya retórica vacilante induce al engaño evitando, claro está, herir al engañado. Aunque no es realista esperar un cambio de nuestra idiosincrasia, es preciso poner límites al relativismo imperante, más aún cuando está en riesgo el interés superior, cuando el engaño se eleva a la categoría de ley o cuando sus promotores, revestidos de cierta autoridad y elocuencia, ocultan sus verdaderos propósitos en maniobras equívocas para imponer sus postulados. Cuando ello ocurre, es urgente abrir los ojos y enfrentar a los impostores con decisión y firmeza.

Es lo que pasa con la llamada “píldora del día después”. Hay diversas motivaciones para ingerirla, pero su propósito, único y exclusivo, es interrumpir un embarazo. No es evitarlo, sino interrumpirlo. El objetivo es abortar. Los espermios depositados en la vagina tienen como finalidad fecundar, crear vida y por ello, cualquiera intervención humana posterior que busque interrumpir este proceso es una inequívoca intención de aborto. Así de simple. Las teorías respecto del tiempo que tarda el óvulo fecundado en anidarse –no hay consenso siquiera para establecer una aproximación a ese período– son meras divagaciones que pretenden atenuar la acción abortiva de esta píldora, cuestionando de paso el momento en que nace la vida humana.

04-foto-2La verdadera discusión –oculta en nuestra raigambre ladina– es entre opositores y partidarios del aborto. Pero el debate público no se dará en esos términos; los abortistas no lo quieren porque se saben derrotados. Se refugian, entonces, en la difusión de una píldora que les permite una aproximación a sus postulados y pueden, así, manipular la desgracia ajena y usar su poder para disfrazar un acto contrario a la moral y penalizado por la ley. Frente a los reclamos de quienes se oponen a la distribución obligatoria de esta píldora, sus promotores obtuvieron el patrocinio del Ministerio de Salud y del Consejo de Defensa del Estado, olvidando este último que su único deber es cautelar los intereses permanentes del Estado de Chile y no los caprichos ni la ideología del gobierno de turno.

La polémica ha servido para despejar dudas. Hemos sido notificados de que el aborto tiene muchos partidarios entre quienes nos gobiernan. Entonces, no hay nada que transigir, ni pueden aceptarse debilidades o benevolencias ante el disfraz de un crimen. Sólo cabe la reacción decidida y ejemplar de todos los que defienden la concepción, la vida y los derechos del que está por nacer.




Nota: Este artículo fue publicado originalmente por el diario “El Metropolitano”, en abril de 2001. Sigue teniendo plena vigencia ocho años después.