Gabriel González Videla y los comunistas
Gonzalo Vial Correa | Sección: Historia, Política
El fallecimiento de la señora Miti Markmann, la viuda del Presidente Gabriel González, pone de actualidad la mortal lucha que éste libró con el Partido Comunista de Chile. Para analizarla, necesitamos liberarnos mentalmente de la imagen del «traidor» González Videla, fruto de la campaña denigratoria en su contra… el asesinato moral del enemigo, que los comunistas criollos y del mundo entero llevaron a una altura casi artística. Quizás sea residuo de esa campaña que, aun hoy día, ninguna feminista –ni siquiera las más altamente colocadas– haya recordado y agradecido que la señora Miti y su marido hicieran realidad el voto pleno de la mujer.
La publicación del libro de Carlos Huneeus «La Guerra Fría Chilena. Gabriel González Videla y la Ley Maldita» aporta material para decidir si ese Supremo Mandatario merece aprobación o reprobación por haber ilegalizado al Partido Comunista (Ley de Defensa de la Democracia, la «maldita», de 1948, vigente hasta 1958).
Decidir el punto exige prescindir de consideraciones sentimentales. Es cierto que por largos años González Videla había sido el mejor amigo del comunismo chileno, y viceversa, por lo cual su actitud posterior –destruirlo con despiadada fuerza, totalidad y rapidez– no pareció ni parece «elegante». Pero los hombres de gobierno no están para ser «elegantes», sino para servir los intereses nacionales. Luego, si él se convenció de que este servicio exigía la «Ley Maldita», y si se hallaba en lo cierto, su deber estricto e insoslayable era hacer lo que hizo, y ello merece aplauso y no crítica.
Huneeus ha hecho una investigación encomiable, y el libro resultante –escrito con serenidad y amenidad– proporciona muchos datos útiles, pero no enfoca ni resuelve el problema que he expuesto. Se concentra en cómo lo abordaron los grupos políticos de inspiración católica que debieron enfrentarlo. Tema interesante, pero históricamente secundario. Lo principal es lo otro: ¿convenía o no A CHILE que hubiera Ley de Defensa de la Democracia? Las posiciones eran las que siguen:
1. González Videla la impulsó por dos consideraciones distintas:
1.1. La creencia de ser inminente la Tercera Guerra Mundial: los EE.UU. y Europa Occidental contra el Imperio Soviético. Se la transmitían insistentemente informantes que le inspiraban fe. Ese conflicto haría imposible, inviable que funcionara un gobierno chileno en el cual participara nuestro Partido Comunista.
1.2. La creencia de que ese partido conspiraba para derribarlo y asumir el poder en Chile.
2. Varios grupos refutaban a Gabriel González, especialmente por:
2.1. Negar la supuesta conspiración, y
2.2. Considerar que no cabía eliminar el comunismo utilizando la fuerza, sino mediante la superación de las injusticias sociales que lo alimentaban. Por ejemplo, los obispos de Chile habían dicho (enero de 1947): “La errada solución comunista no será vencida por medios negativos como la violencia y la coerción, sino superándola por una acción de verdadera redención proletaria en justicia social y caridad”.
Los políticos católicos se dividían ante estas refutaciones a González Videla. Y así:
- Los conservadores socialcristianos, afines a los falangistas (con los cuales después formarían la DC), v.gr. el doctor Cruz Coke y Horacio Walker, aceptaban la fuerza anti-PC, incluyendo privarlos “de los derechos políticos y de la admisión a los empleos y funciones públicas”. Pero supeditaban el aplicar esta fuerza a que existieran hechos concretos reprobables, cometidos por los comunistas. Y además a una reforma constitucional; no creían bastara al efecto una simple ley. No se pronunciaban sobre la «conspiración» ni creían, aparentemente, en ella.
- Los conservadores tradicionalistas iban más allá. No estimaban indispensable la reforma constitucional, y adherían a la idea de «conspiración» del Presidente. Decía uno de los líderes tradicionalistas, Sergio Fernández, que los comunistas “sobreponen al interés del país el interés de la Unión Soviética”. El PCCH era una “asociación ilícita”, dirigida a “instaurar en el país una dictadura o gobierno totalitario”, agregaba otro prominente jefe del sector, Héctor Rodríguez de la Sotta. El delito consistía en pertenecer a ella, sin necesidad de otros actos, específicos.
- Los falangistas no creían para nada en la «conspiración» ni en el anticomunismo formal. Este era lo único peor que el comunismo, dijo Frei Montalva. Pero fue Bernardo Leighton el más claro:
“El conocimiento personal y directo, durante largos años, de innumerables comunistas en las más variadas situaciones y oportunidades, me lleva a (la conclusión de que)… la inmensa mayoría de ellos no busca «preferentemente» el interés de Rusia, sino el de los trabajadores chilenos, partiendo de una concepción errada del ser humano. La experiencia soviética es (para ellos) uno de los elementos de juicio… pero no es el «único», ni el «preferente», ni el «esencial». Estoy convencido que su «carácter esencial» no es cumplir una estrategia foránea y contraria a Chile”.
“Acepto que hay comunistas… guiados por este propósito, pero… su influencia, en el curso de los últimos diez o doce años, ha sido cada vez menor en la marcha general del Partido… La actitud del Partido Comunista frente a Rusia, en la época actual, es más de «sugestión» que de «sujeción»…”.
Consecuentemente, los falangistas no rechazaban de modo absoluto la posibilidad de aceptar la «mano tendida» que les ofrecían los comunistas de la posguerra, no obstante las advertencias que al respecto formulaban tanto el Papado como los obispos chilenos. Influía al efecto el filósofo francés Jacques Maritain, «padre espiritual» de la Falange, quien a su vez estaba condicionado por la cooperación católico/comunista en la resistencia antinazi. - Terminemos haciendo notar que todos los grupos católicos que hemos enumerado se declaraban adeptos a la doctrina social de la Iglesia, aunque la interpretaran (quizás) de modos diversos. No era este tema, pues, el que los hacía enfocar diversamente la proscripción del comunismo, sino la doble interrogante que planteaba González Videla: ¿Estaba ad portas la Tercera Guerra Mundial? ¿Conspiraba el comunismo chileno para instaurar aquí una dictadura totalitaria?
El primer temor se desvirtuó pronto. No, la nueva guerra universal no sería cosa de semanas ni de meses. Responder a la segunda pregunta no era ni es tan claro.
Es crucial hacerlo si se quiere juzgar a González Videla. Si éste y quienes con él materializaron la ilegalización del comunismo –radicales, liberales, conservadores tradicionalistas– tenían razón, si el PCCH realmente era o podía ser verosímilmente una amenaza dirigida a hacer de Chile un “socialismo real” bajo el poder soviético… entonces el Mandatario nos prestó un gran servicio, un servicio invaluable que merece la gratitud patria. Y quienes se le opusieron afortunadamente fracasaron, pues de haber tenido éxito, nos hubiesen causado un perjuicio quizás irreparable.
Ante tan maciza disyuntiva, los restantes aspectos de la cuestión –a menudo importantes en sí mismos– palidecen, pierden trascendencia. Descontamos, por supuesto, la sinceridad y buena intención de todos. Pero en política no compensa equivocarse.
¿Hubo o podía razonablemente temerse una conspiración comunista en Chile los años 1946 y siguientes? Allí está el nudo del problema, y lo demás es accesorio.
La ilegalización del comunismo chileno por el Presidente González Videla, los años 1947/1948, culminada en la Ley de Defensa de Democracia ha cobrado nueva actualidad con la firma del pacto electoral entre el Partido Comunista y la Concertación, Democracia Cristiana incluida. El candidato presidencial de ambas –hemos visto en prensa y TV– estrechó cordialmente, por este motivo, la mano del jefe comunista.
Un diputado democratacristiano criticó el pacto, señalando que rompía una “tradición” de la DC.
Pero no hay tal. La verdadera ruptura DC/PC es relativamente nueva… data de 1986, de la internación gigantesca de armamentos que hicieron los comunistas en Carrizal Bajo. Antes, ambos partidos estuvieron muchas veces dispuestos a colaborar. Ello, del lado democratacristiano, no obstante la declaración papal calificando al comunismo de “intrínsecamente perverso” (Encíclica Humani Generis), y la posterior y severa advertencia de Roma contra la “política de mano tendida”, de los comunistas a los católicos, advertencia que los obispos chilenos reiteraron.
Pese a ello, Frei Montalva sostenía que lo único peor que ser comunista, era ser anticomunista. Y Bernardo Leighton afirmaba que no constituía “carácter esencial” del comunismo chileno, “cumplir una estrategia foránea y contraria a Chile”.
La frase de Frei detonó, en 1947, la pública censura a la Falange (futura DC) que emitió el Arzobispo de Santiago, monseñor José María Caro
Se sabe que la querella con monseñor Caro casi condujo a la disolución de la Falange, el mismo año.
Pero ésta no se disolvió, ni excluyó las relaciones amistosas con el PC, ni afectaría el rechazo falangista a la Ley de Defensa de la Democracia, ni su empujar el ’58 –exitosamente– para que el comunismo fuera re-legalizado. Los vínculos entre ambos partidos sólo se “enfriaron” a partir de la campaña presidencial de 1964, cuando Frei devino un peligro para la candidatura de Allende, y finalmente la derrotó. Mientras la Falange/Democracia Cristiana fue relativamente inofensiva, las mieles y sonrisas recíprocas con el PC no faltaron. La lucha por el poder los separó.
El afecto resurgiría para la presidencial de 1970… pero unilateralmente. Tomic, en efecto, buscó que la UP, y por tanto el comunismo, apoyaran su postulación. Y fue éste el que cerró la puerta mediante una declaración brusca y hasta despreciativa de su secretario general (“Con Tomic, ni a misa”).
No hay ninguna “tradición” de anticomunismo, pues, en la DC, antes de 1986 y Carrizal Bajo.
El ’47, su criterio (como Falange) ante la Ley de Defensa de la Democracia difirió radicalmente del de González Videla.
- Según la Falange, los comunistas eran chilenos equivocados, pero que se movían exclusivamente en función de lo que consideraban los intereses nacionales, sin sujeción a conveniencias u órdenes extranjeras.
- Según el Presidente, constituían una asociación ilícita dirigida desde Moscú, y su objetivo, apoderarse de Chile para incorporarlo al Imperio Soviético.
¿Quién tenía razón?
Raúl Rettig (muy próximo, esos días, al Mandatario) me dijo una vez que él no creía hubiese habido conspiración comunista, pero González Videla sí, firmemente y con toda sinceridad.
Lo probable es que tuviera razón, y se equivocaran Rettig, Frei, Leighton y los obispos el mismo 1947 que no querían aplicar al comunismo la “violencia y la coerción”, sino “una acción de verdadera redención proletaria en justicia social y caridad”.
Digo “es probable”, porque la plena seguridad sólo la tendremos cuando se abran los archivos del Kremlin, hoy cerrados a piedra y lodo. Pero los indicios, de todas maneras, son abrumadores:
1) Desde que nuestro PC, los años 20, se incorporó a la Internacional Comunista (Komintern entonces, después Kominform), y hasta el amargo fin de los “socialismos reales” y de la U.R.S.S., no hubo en el mundo comunismo local más obediente a las órdenes emanadas de Moscú que el chileno. Aceptó e hizo suya, los años ’30, la condenación del fundador y líder Recabarren que hizo el Buró Sudamericano de la Internacional. Aceptó que durante años organizaran y dirigieran aquí el Frente Popular, a nombre del partido chileno y con falsas identidades, enviados extranjeros de la Komintern… empezando por el después “renegado” peruano, Eudocio Ravines, quien dictaba la ley a todos los “camaradas” nacionales. Aceptó luego la conducción inapelable del jefe de aquel buró, el ítalo/argentino Vittorio Codovila. Fue el PC de Chile pro-Tito, de Yugoslavia, cuando le mandaron serlo, furibundo anti-Tito cuando la orden cambió, y nuevamente pro-Tito cuando éste y la U.R.S.S. se reconciliaron. Fue pro-Mao o anti-Mao frenético, también según las respectivas y sucesivas instrucciones respecto a China. Crítico del Fidel que mostraba visos de independencia ante Moscú, y alabancioso del Fidel que volvió al redil. Festejó las represiones armadas de la U.R.S.S. en Hungría, Polonia, Berlín Oriental y Checoslovaquia.
A la verdad, no le faltó al PC chileno ningún acto de obediencia a la Internacional… ni siquiera los más inimaginables. Justificó que fuera derribado por la U.R.S.S. el avión de pasajeros sudcoreano que ésta imaginó “espía”. ¡Y Volodia Teitelboim fulminó a los médicos judíos de la “conspiración de las batas blancas”, supuestamente dirigida a asesinar a Stalin… la última y más insensata muestra de paranoia del dictador! ¿Qué más pedir en cuanto sumisión?
2) Ahora bien, hoy es un hecho probado e indiscutido que la Internacional Comunista, en sus diversas formas, fue siempre un mero timbre de decisiones que adoptaba la sola U.R.S.S. y, dentro de ésta, el mandón de turno. El cual, los años que nos interesan, se llamaba José Stalin. El poder absoluto, de vida y muerte, que detentó Stalin hasta su propio fallecimiento, nadie tampoco discute hoy que se ejerció fundamentalmente para obtener y consolidar ese poder personal a cualquier precio… la tiranía de pesadilla, crecientemente sangrienta, de un hombre crecientemente trastornado.
3) Los mismos años de la Ley de Defensa de la Democracia chilena, terminó la “luna de miel” que había unido al Occidente y los EE.UU. con la U.R.S.S. durante la guerra contra el Eje (Alemania, Italia y Japón), 1939/1945. Empezó la Guerra Fría entre los ex-amigos. Y en los países donde el comunismo se sentía poderoso como para intentar la captura del poder total, LO HIZO CASI SIMULTANEAMENTE, aunque obteniendo victorias y derrotas. Así:
- En Indochina (Vietnam) estalla la sublevación comunista contra Francia, cuyo desenlace, largo tiempo y muchas vicisitudes después, será el dominio completo del país por su PC (1946/1976).
- En Grecia, los comunistas desatan la guerra civil. El Presidente de los EE.UU., Harry S. Truman, formula su doctrina de «contención»: ayudarán a todo país amenazado de dominación por el comunismo. Fracasa la arremetida griega de éste, tras dos años de sangrientos combates (1947/1949).
- En Checoslovaquia, un golpe de Estado que apoya la U.R.S.S. instaura el régimen comunista (1948).
- En Indonesia, un intento comunista de tomar el poder mediante una revuelta masiva, es aplastado por el Presidente Suharto con una matanza también masiva que extermina al PKI , el PC local (1948).
- La U.R.S.S. bloquea el acceso terrestre a Berlín, para forzar abandonen la ciudad EE.UU. y los países de Occidente. Fracasa el bloqueo por el puente aéreo norteamericano (1948).
- Régimen comunista en Hungría (1949).
ES IMPOSIBLE SIQUIERA PENSAR QUE NINGUNO DE ESTOS ASALTOS AL PODER POR COMUNISTAS LOCALES –ASALTOS QUE DEVINIERON OTRAS TANTAS CRISIS MUNDIALES– HAYA PODIDO SER EMPRENDIDO POR LOS PC RESPECTIVOS, SIN ORDEN –NO YA PERMISO– DE LA INTERNACIONAL. VALE DECIR, DE JOSE STALIN.
La conclusión es casi de certeza. Entre 1946 y 1949, habiéndolo dispuesto así Stalin, hubo un movimiento de los comunismos nacionales para tomar el poder por las armas en todos los países donde la fuerza de aquéllos parecía darle alguna viabilidad al intento.
4) ¿Podíamos ser uno de esos países?
El PC es, hacia1946/1947, electoralmente, el tercer partido de Chile, de férrea y perfecta organización y disciplina, siguiendo el modelo soviético. En las últimas elecciones generales, ha alzado violentamente su volumen de votos, un porcentaje que no recuperará sino con la Unidad Popular. Decisivo para el triunfo presidencial de González Videla, recibe como recompensa tres ministerios, cinco intendencias (la de Santiago inclusive) y el 25% de las consejerías de instituciones públicas –nos dice Carlos Huneeus en su libro reciente («La guerra fría chilena»). Agrega que su poder sindical es “enorme”, controlando de manera férrea los sindicatos de las grandes actividades productivas del país: salitre, carbón, cobre. Puede paralizarlas revolucionariamente, y en efecto lo hará cuando venga el ataque presidencial.
Ese fue el problema de González Videla. ¿Tuvo el derecho y aún la obligación de prevenir lo que sucedería en Indochina, Checoslovaquia, Hungría, y lo que pudo suceder en Grecia, Berlín e Indonesia… todo aquellos mismos años 1946/1949? ¿Debió esperar que los comunistas “actuaran” para aplastarlos estilo Suharto, en un baño de sangre? ¿Debió respetar, sacrificando al país, la “elegancia” política, y no “traicionar” a sus viejos amigos del PC? ¿Combatir a José Stalin “con la justicia social y la caridad”?
Las respuestas a estas preguntas, parecen obvias.
(*)Publicado en La Segunda, 16 y 23 de junio de 2009.




