Educación
Adolfo Ibáñez S.M. | Sección: Educación
El vergonzoso paro de los profesores pone nuevamente ante nosotros el problema de la educación en nuestro país. La discusión sobre los bonos y el embrollo en que han derivado sus remuneraciones muestran las muchas falencias exhibidas por la conducción del Gobierno, por la oposición, y en la relación del poder central con el municipal.
Cada vez que estas discusiones salariales dejan algún espacio, la preocupación se dirige a los planes de estudio y a la formación de los profesores. Entonces se percibe que para nuestros técnicos en educación los problemas fundamentales se reducen sólo a planes y teorías pedagógicas. Obviamente, todo lleva a imponernos la falsa idea de que el objetivo supremo de los años que se deben pasar dentro de los establecimientos educacionales es la PSU. Es decir, una prueba sujeta a un formato predeterminado, que se puede simular con la finalidad de adiestrar a los alumnos para superar exitosamente ese desafío, lo que elude el problema de fondo. El resultado es que nos encontramos con personas que sólo son hábiles para salvar ese escollo (si es que lo logran), pero que, definitivamente, no están «formadas».
Olvidamos completamente que la educación consiste en desarrollar el espíritu humano. Y que para lograr este fin corresponde hacer explícitos dentro de cada uno de los educandos aquellos valores y bienes espirituales que están en las personas como parte de nuestra naturaleza.
De aquí se desprende que la acción educadora y la enorme cantidad de años que se le dedican deben apuntar, primero, a que los jóvenes sean capaces de recibir el legado de bienes culturales y materiales forjado por las generaciones anteriores. En segundo lugar, que queden habilitados para preservarlo y acrecentarlo mediante una acción «educada», es decir, acorde con la necesidad de compartir los avatares de la vida conforme a ciertos patrones que permiten la convivencia. Finalmente, que mediante su labor cotidiana sean capaces de transmitir a las siguientes generaciones el legado recibido y el aporte personal realizado.
La educación debe vincular estrechamente al pasado con el presente, y a éste con el fu-turo. Las comunidades humanas, al igual que las personas, no se agotan en su presente, sino que son hijas y legatarias del pasado y antecesoras y proveedoras del futuro. Darles a los educandos la conciencia de formar parte de esta cadena del tiempo, y de la responsabilidad que les cabe durante su vida frente a ella, es la labor propiamente pedagógica.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio.