Arrogancia

P. Raúl Hasbún | Sección: Política, Vida

La civilización humana descansa en dos pilares básicos: sin vida, no hay derecho; sin derecho, no hay vida.

Declaraciones, leyes, cortes de justicia que discurren pomposamente sobre derechos humanos son inútiles y hasta escandalosas, si no concurren a asegurar eficazmente el primero de todos los derechos y fundante de todos los demás: el derecho a la vida desde su concepción hasta su extinción natural. Esa vida ya concebida posee un código genético independiente e irrepetible, una historia personal, una dignidad inviolable. El primer fundamento de una civilización humana es el reconocimiento eficaz de la intangibilidad de toda vida humana inocente. Ella debe quedar libre de todo arbitrio opresivo y supresivo: es sagrada. Quien atente contra ella es reo de un crimen contra Dios y contra el hombre.

Toda la arquitectura jurídica y política del Estado es la consecuencia necesaria de ese pilar primero. Su finalidad, su razón de ser es la defensa eficaz, la protección asegurada (“garantía constitucional”) de aquel derecho sin el cual no existen los demás derechos. Si en lugar de ello el Estado ordena, permite, fomenta, aconseja, financia o encubre la eliminación de una vida humana inocente, incurre en delito de traición a su ley fundamental y pierde su legitimidad y credibilidad. Se habrá convertido en una reedición del antiguo Faraón, de Herodes, de Hitler: concorde con ellos en decretar la muerte cruenta de vidas reputadas “inútiles” o peligrosas para el Estado.

06-foto-21La orden ejecutiva dada por el Presidente Obama a pocas horas de asumir su cargo, en la que autoriza que, con fondos del Gobierno de Estados Unidos, organismos que operan en el extranjero promuevan, practiquen, faciliten o aconsejen el aborto y lo presenten como alternativa válida de planificación familiar es un decreto propio de gobiernos totalitarios o tiránicos. De hecho, es una forma hipócrita de hacer la guerra. En su virtud, decenas de miles de criaturas ya concebidas en África y América serán asesinadas en el lugar más sagrado de la tierra después de la conciencia moral: el seno de sus madres. Y ello, por una orden o autorización respaldada financieramente por un gobierno extranjero. Las víctimas de las Torres Gemelas sucumbieron a este mismo paradigma, pero no fueron tantas como las que provocará este decreto tiránico (el menor tamaño o edad de los asesinados no cambia la intrínseca perversidad de la agresión). Desde Roma, un Obispo acierta con el calificativo: arrogancia. Es soberbia, altanería, atribución de un derecho o poder que nadie podría conferir. Tampoco y menos en Chile. Por ley divina y humana, una persona civilizada no acepta en Chile sentarse a conversar o discutir la posibilidad de asesinar una vida inocente. Máxime si aspira a presidir la Nación.