La familia es clave para una sociedad sana

María Martínez López | Sección: Familia, Sociedad

La familia que forman un hombre y una mujer, en unión estable, junto con sus hijos, es el mejor ámbito para transmitir hábitos saludables, prevenir trastornos de la conducta y atender a los ancianos, enfermos y dependientes. Cuando estas estructuras se debilitan, se hace necesario que el Estado y la sociedad las sustituyan. Esto no sólo consume recursos humanos y económicos, sino que, a la larga, funciona peor.

Comerse las verduras mientras, durante la cena, se comenta el día; atender en casa, si es posible, a los abuelos que ya no pueden valerse por sí solos, o incluso poner en contacto a esos amigos que tienen un hijo celíaco con una asociación de padres en las mismas circunstancias. Son sólo algunos ejemplos de cómo la familia, el primer ámbito de convivencia y educación, juega un papel esencial a la hora de prevenir problemas de salud o de conducta, y también de atender a los enfermos o los dependientes. Hasta el punto de que, cuando la familia no funciona bien, las consecuencias las nota toda la sociedad.

El Instituto internacional de estudios sobre la familia The Family Watch organizó, el pasado sábado, la I Jornada de Familia, Salud y Sociedad, que supuso la presentación en público del Área de Salud del Instituto. Con esta Jornada, en la que participaron médicos de distintas especialidades, The Family Watch pretendía analizar la relación entre la familia, la salud de sus miembros, y el ámbito sanitario. Asimismo, se pretendía estudiar cómo afectan a la salud de la familia los cambios que se han dado en su estructura: «Las relaciones en las familias monoparentales, reconstituidas, etc. –apunta el doctor Ricardo Gómez, pediatra y Secretario del Área de Salud– son distintas, y vamos a analizar cómo influyen».

Modelo social sostenible

No parten de cero, pues su experiencia hasta ahora les ha hecho comprender que la familia, basada en la unión permanente de un hombre y una mujer, con sus hijos, «es la idónea para que la vida humana se desarrolle y la sociedad tenga más cohesión, y nos asegura un modelo social sostenible». Durante la Jornada, se citaron más de 15 estudios de los últimos 17 años que vinculan el matrimonio y la familia con una mayor felicidad y esperanza de vida, mejor salud mental, e índices más bajos de conductas de riesgo como el consumo de alcohol. Los otros modelos de familia «existen y tendrán que tener su tratamiento –subraya el doctor Gómez–, pero funcionan peor, y hacen que el Estado y la sociedad gasten recursos humanos y económicos». Una muestra son las muchas patologías que se generan cuando «los vínculos familiares no son estables o los roles no son los tradicionales».

Él mismo lo ha experimentado en su consulta de atención primaria infantil: «Las derivaciones a salud mental –hay estudios que dicen que hasta el 20% de los niños pueden tener problemas de este tipo– son más altas en niños cuyo entorno familiar está deteriorado, y los psiquiatras suelen hacer mucho más hincapié en la terapia familiar». Los estilos de vida y los hábitos de alimentación también han empeorado, y una vez más se nota la ausencia de la familia: «Cuando no cumple su papel de promover conductas favorables, tenemos que poner en marcha otros mecanismos que, por mucho que nos empeñemos, funcionan peor y suponen un gasto de recursos que se podría evitar».

Crisis de salud

Durante la infancia se han de empezar a prevenir también los problemas que pueden surgir en la adolescencia, un período en el que los chicos «viven una crisis de identidad y de sus propios valores» –asegura la psiquiatra doña Lucía Gallegos–, unida a todos los cambios biológicos, psicológicos y sociales de esta etapa. Advierte de que algo ha cambiado en los últimos tiempos, hasta el punto de que se habla de una crisis de salud, caracterizada, sobre todo, por los problemas psicológicos –el 8% de los adolescentes estadounidenses sufre depresión y, en nuestro país, el suicidio es la causa del 12,3% de las muertes entre los 15 y los 24 años– o relacionados con la conducta. Entre estos últimos, destacan los trastornos alimentarios, las conductas violentas –con tasas continuamente crecientes– y los comportamientos de riesgo en el consumo de drogas y alcohol, y en el sexo, que derivan en embarazos no deseados, abortos e infecciones de transmisión sexual –«el rebrote de sífilis nos tiene alarmados», apunta doña Lucía–. Ante ellos, el ambiente familiar puede actuar como factor desencadenante –la ausencia paterna lo hace de forma clara con la violencia juvenil, según diversos estudios– o, al contrario, como factor de protección.

Un ejemplo libre de polémica son los trastornos alimentarios, que en España sufren el 5% de las chicas entre 12 y 21 años. Además de la responsabilidad de los medios, dentro de la familia pueden contribuir a su desarrollo la sobreprotección, la ausencia de límites o un ambiente que no permita expresar los sentimientos negativos. Al contrario, los hábitos saludables de alimentación, el comer en familia, la autoestima y una actividad física orientada al ocio pueden proteger de caer en ellos.

Para que la familia pueda ejercer su función protectora, «se la debe formar sobre temas de salud», sugiere la doctora Gallegos, dándoles, más que información –hoy sobra, y no reduce los problemas–, «formación en valores y en una serie de actitudes». Es algo que la estructura del sistema de salud no permite, pero sí el modelo de las escuelas de padres o cursos formativos similares, que, según la doctora, se deberían fomentar. Sin embargo, también apunta que, «si formas a los padres pero el clima social empuja hacia lo contrario, es complicado que consigamos algo». Así, por ejemplo, mientras la Fundación americana Heritage, citando unos 50 estudios, concluía que las claves de la influencia positiva de los padres en el comportamiento sexual de los hijos son «la fortaleza de la estructura familiar, una comunicación fluida y la claridad con la que los padres desaprueben» ciertas prácticas, las Administraciones promueven que los jóvenes actúen al margen de sus padres y se gastan millonadas en distribuir preservativos, que no evitan que los embarazos de adolescentes y las infecciones de transmisión sexual sigan aumentando.

Ante la enfermedad

La familia también juega un papel importantísimo cuando cualquiera de sus miembros, especialmente de los más vulnerables, está enfermo. Para hacer frente a estas situaciones, otras familias con el mismo problema pueden ser una gran ayuda. En la consulta del doctor Gómez, por ejemplo, es habitual ver a niños con enfermedades crónicas –enfermedades respiratorias como el asma, alergias, enfermedad celíaca–. En estos casos, «los recursos de la Atención Primaria son escasos. Afortunadamente, el asociacionismo de las familias es cada vez más pujante y nos apoyamos bastante en ellos».

Otras áreas donde la familia juega un rol esencial es el caso de los enfermos oncológicos y la medicina paliativa –una de cuyas claves es, precisamente, entender que ha de tratar la unidad paciente-familia–; la enfermedad mental –donde se ha desarrollado la terapia familiar–; y el de las personas mayores. En este último caso, «si hay familia, el manejo de pacientes es mucho más sencillo –explica don Ricardo–. Cuando falta, hay que invertir más recursos» para, por ejemplo, desarrollar protocolos que aseguren que los mayores que viven solos tomen bien toda su medicación.

A pesar de todo, mejor en casa

El pasado fin de semana también se celebró en Madrid la IV Conferencia Europea de la Fundación Alzheimer de España, centrada en los trastornos del comportamiento que sufren estos enfermos –y, por extensión, sus cuidadores y familia–. Con este motivo, el pasado día 7 se presentaron los resultados preliminares de un estudio que la FAE está elaborando con entrevistas a más de 1.200 cuidadores informales sobre cómo estas conductas les afectan. Hasta ahora, la ciencia –y con ella la Ley de dependencia– ha dedicado a estos trastornos poca atención, en comparación con la pérdida de memoria y de autonomía, a pesar de que se presentan en casi todos los casos y es difícil paliarlos con medicación.

Según los primeros datos, los trastornos más frecuentes son la apatía, la ansiedad, la irritabilidad, y los trastornos del sueño y del apetito. Y los que afectan más a los cuidadores, la apatía, la irritabilidad, las ideas delirantes y la agresividad: les ponen nerviosos, su familiar parece otra persona, y les preocupa el futuro. Sin embargo, al presentar el informe, se quiso subrayar la gran resistencia de estos cuidadores –que suelen ser la mujer o una hija, mujeres en el 72% de los casos–. Sólo un tercio de ellos se ha planteado la posibilidad de internar a su familiar debido a estos trastornos de conducta. De hecho, tienden a minimizar la gravedad del enfermo y no hablan de sus propios problemas de salud, por miedo a que les hagan renunciar a cuidarle. Se sabe por otros estudios que casi el 70% de los cuidadores puede presentar un cuadro depresivo, pero, según los datos preliminares de la encuesta, menos de un tercio ha pedido ayuda médica por ello.

La FAE espera que, cuando se hayan analizado en más profundidad los datos, sirvan de base para que se reconozca su labor, pero también para elaborar programas de actuación que permitan ofrecerles la ayuda que necesitan. La apuesta es facilitar todo lo posible la atención en casa: es la opción preferida por los familiares, al enfermo le beneficia no salir de su entorno, y también el Estado sale ganando: «La sociedad es absolutamente incapaz de hacerse cargo de ello. Es un servicio que prestan las familias al Estado», afirmó don Adolfo Toledano, investigador del CSIC. También «para el médico, la figura del cuidador es todo ventajas», añadió el doctor Rivera Casado, jefe de Geriatría del Hospital Clínico de Madrid.




Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Alfa y Omega, www.alfayomega.es.