Acerca del sobre-endeudamiento
Gastón Escudero Poblete | Sección: Sociedad
Muchos chilenos están endeudados de manera desproporcionada a sus ingresos. Desconozco cifras, pero sí conozco de cerca casos de personas que están endeudadas en tres, cuatro, o más veces su ingreso mensual, porque alguna vez se endeudaron para comprar una o dos cosas pero luego, al atrasarse en el pago de la deuda, los intereses la elevaron a un monto varias veces superior al monto inicial, y hoy la mayor parte de su sueldo la destinan a intentar acabar con un compromiso que se niega porfiadamente a extinguirse.
Como empresario, suelo conversar con mis trabajadores sobre este problema. Veo cómo se angustian porque ya no pueden soportar los pagos de las cuotas, o porque frente a una contingencia que requiere un préstamo urgente no lo pueden obtener a causa de sus deudas anteriores, o porque a pesar de trabajar duro no logran aumentar su patrimonio.
Este fenómeno es de una significación moral en la cual vale la pena reflexionar, pues leído con atención nos dice que algunas cosas andan mal en nuestro querido Chile. En las líneas que siguen mostraré tres aspectos de connotación moral que confluyen en el problema.
La conducta de las personas sobre-endeudadas
Cuando uno conversa acerca del origen de la deuda con una persona afectada, la explicación suele ser la compra de cosas que podían esperar pero que la magia de la economía de consumo puso a su disposición de modo irresistible. Espejismo barato pero cautivador, el comprador olvida una verdad tan obvia como esencial: tanto gano, tanto gasto.
La generación de mis padres tenía claro que para comprar, antes había que tantear el bolsillo. Ellos entendían también que para comprar un bien valioso la conducta acertada era el ahorro (“¿qué es eso?”), con lo cual su adquisición constituía un hito con sabor a conquista, puesto que era precedida de un largo esfuerzo de privación, es decir, del ejercicio de la virtud de la templanza. Las cosas costaban, tanto en dinero como en esfuerzo, lo mismo que la vida. Los hijos observábamos desde pequeños el autodominio de los padres educándonos en el ejemplo en la virtud. Más importante que permitir el acceso a bienes materiales, la restricción en el gasto familiar constituía una verdadera instancia de educación moral para los hijos.
Hoy se suele gastar más de lo que se gana. Los padres se niegan a ahorrar y optan por comprar sin demora bienes que muchas veces son absolutamente prescindibles. Luego se asombran de que sus hijos les exijan ¡ahora ya! un computador, un iPod, un Play Station, etc., etc., etc. Para la Navidad pasada uno de mis trabajadores me comentó muy preocupado que sus hijos le exigían un computador cuyo valor equivalía a su sueldo mensual. Lo observé con pena y lo animé a explicarles que el verdadero sentido de la fiesta es la conmemoración del nacimiento del Salvador, pobre y humilde. También le dije que podía motivar a sus hijos a realizar servicios en el barrio para juntar ellos mismos todo o una parte del dinero necesario. Mientras lo hacía recordé una conversación anterior con otro trabajador tratando de hacerle ver que sus hijos tenían todo un año para juntar el dinero con que pagar la inscripción de la PSU prestando servicios a los vecinos: lavando autos, barriendo jardines, ayudando a trasladar las bolsas de las compras, etc. La respuesta en aquella ocasión fue: “Es que los niños se cansan por el esfuerzo de ir al colegio y el fin de semana necesitan descansar”. Claro: era más fácil esperar que el Estado ofreciera “gratis” la inscripción.
La conducta protectora del Estado
Así como muchos padres malcrían a sus hijos, también el Estado deseduca a los ciudadanos regalándoles aquello que debieran conseguir por su propio esfuerzo (una cosa es “asistir” y otra muy distinta es “regalar”) y llevando a cabo políticas públicas que en los hechos se traducen en que no enfrentan las consecuencias de sus actos. Cuántas veces se oye decir que el gobierno debe solucionar tal o cual carencia en virtud del “bien común”. Quienes así justifican el populismo olvidan o no saben que el “bien” consiste no sólo en bienes materiales, sino también, y sobre todo, en bienes espirituales, como las virtudes morales. De aquí que resulte contradictorio justificar en el bien común políticas que promuevan la falta de auto-dominio, manifestación de la templanza, virtud que por esta vía resulta nuevamente debilitada.
Conviene destacar que la educación moral es sistémica. Esto significa que el abajamiento y la mejora de un aspecto puntual de la personalidad provocan el mismo efecto en otros ámbitos del comportamiento. Más concretamente, si una persona se acostumbra a dar rienda suelta a su mal genio, disminuirá su capacidad para dominarse en el consumo de la comida y la bebida, por lo que el vicio de la ira favorece la aparición o profundización del vicio de la gula. Al mismo tiempo, la falta de autodominio en el ámbito del mal genio y de la alimentación favorece la adquisición de todos los demás vicios, como la injusticia y la imprudencia.
Por eso cuando, por ejemplo, un gobierno lanza campañas de prevención del SIDA basadas en el uso del preservativo, comete un error monumental. Más allá de la efectividad o inefectividad para prevenir el contagio de la enfermedad, promueve la falta de auto-dominio no sólo en el ámbito sexual, sino indirecta pero efectivamente en el consumo, fomentando de paso el sobre-endeudamiento. Con cuanta razón, tiempo atrás, el Arzobispo de Santiago, consultado sobre una campaña gubernamental consistente en la repartición de preservativos en los colegios, la calificó de “perversión de menores”.
En el sobre-endeudamiento de muchos chilenos vemos la consecuencia indirecta pero real de años de políticas públicas en cuyo diseño no se han considerado, más aún, se han despreciado, sus implicancias morales.
La conducta de las empresas que otorgan créditos
Un banco emite tarjetas de crédito personalizadas con los nombres de mis trabajadores y, sin pedir autorización, se las entrega con un cupo determinado de endeudamiento. Grandes tiendas comerciales entregan tarjetas de crédito sin importar la capacidad de pago de los clientes. Las mismas empresas envían a sus agentes a repartir tarjetas a jóvenes a la salida de las universidades (conviene captarlos desde pequeños). A la vez que otorgan el medio de pago, con su publicidad generan en los ciudadanos la necesidad de adquirir cualquier cosa de inmediato y pagando “en cómodas cuotas mensuales”. Con agresividad y concibiendo a sus clientes como meros agentes de consumo, estas empresas fomentan la falta de auto dominio con sus políticas de crédito y de publicidad inspiradas por la vieja regla de “aumentar la riqueza de los accionistas”, propia de un capitalismo mal entendido. Resultado: una actividad económica que naturalmente consiste en buscar el “beneficio” de los clientes generando como resultado una utilidad para dueños y empleados, es prostituida transformándose en una falsa economía que busca el enriquecimiento a costa de aquellos a quienes debiera beneficiar.
No es cierto que los clientes sepan a qué se están comprometiendo cuando obtienen una tarjeta de crédito. Me consta que muchos endeudados no entienden el concepto de interés; otros lo entienden pero no son conscientes de las consecuencias de pagar un 3,5% mensual. Los gerentes y ejecutivos que diseñan y aplican tales políticas comerciales son causantes (¡terrible responsabilidad!) del sobre-endeudamiento de muchas familias, contribuyendo al abajamiento moral de la sociedad.
Particulares, gobierno y empresas, todos responsables de un fenómeno nefasto en su realidad y en sus consecuencias pero que, al actuar como caja de resonancia, tiene la virtud de mostrarnos nuestros errores como individuos y sociedad.
Urge recuperar conciencia del valor de la templanza. Cada uno en su espacio, en su ámbito, en su rol, puede y debe colaborar, para que así algún día nuestros hijos puedan decir cosas positivas de la generación de sus padres.




