Si te parece bien, hazlo

Juan Carlos Aguilera | Sección: Educación, Sociedad

La semana pasada la violencia de un escolar adolescente acaparó portadas en los medios de comunicación y esta vez a nivel mundial. De los cuchillos en Chile al asesinato en serie en Alemania. Las posibles respuestas ante tales hechos resultan variopintas: análisis estadísticos, la necesidad de implementar metodologías en las escuelas que van desde planes integrales, así les llaman, a endurecer las normas disciplinarias, promulgar leyes estrictas, instalar detectores de metales o la original postura: “si la sociedad está violenta, los jóvenes son víctimas de ella y, por consiguiente, carecen de responsabilidad”. Por supuesto, no podemos dejar de mencionar la cantinela de que el hombre es violento por naturaleza y que ésta ha estado desde siempre presente en la humanidad, algo así como el cuento de los vikingos.

Un escenario desolador como el representado provoca inicialmente asombro pero desemboca en estupor intelectual, especie de parálisis de la inteligencia, y no se sabe muy bien qué hacer para salir de tal encrucijada: Las recetas para paliar el mal no han dado los resultados esperados. Tal vez el remedio no esté apuntado donde debiera, en virtud de que este tipo de violencia tiene unos ribetes que son inéditos y, como decían los antiguos, ante lo nuevo la clave es acertar en la nueva orientación, asunto que pueden resolver aquellos hombres prudentes y justos de los que por desgracia estamos algo ayunos en la actualidad.

Ahora bien, si enfocamos el problema desde otra perspectiva, al menos podremos dar con uno de los factores que probablemente esté de algún modo configurando, aunque sea, indirectamente conductas semejantes. Por eso, quizá valga la pena preguntarse, si la escuela, con sus “sistemas de enseñanza” tendrá algo que ver con la violencia juvenil. Se entiende que no se trata de que la escuela aliente la violencia ni enseñe explícitamente tal actitud en los niños y jóvenes. Sin embargo, la cuestión no deja de tener importancia si tenemos en cuenta que los jóvenes durante la mayor parte del día habitan las aulas.

El pensador alemán Robert Spaemann ha llamado “nihilismo banal” a la nueva forma de violencia que está presente en la juventud. No se trata ya del nihilismo heroico de los sesenta, en que la violencia se justificaba por un objetivo histórico: cambiar la sociedad. Ahora, si se le pregunta a un joven que acuchilla, golpea o asesina, responderá: “¿Y por qué no?” En el fondo, podría no haberlo hecho, pero da lo mismo. El nihilismo banal es expresión del relativismo moral y cultural, fundado en un potente individualismo antropológico.

Y, al parecer, no es equivocado afirmar que hoy la escuela de la mano de las modas constructivista y relativista, sin proponérselo explícitamente, esté colaborando a sentar las bases del llamado nihilismo banal en la mente de los niños y jóvenes que asisten a ella.

Visto sintéticamente el constructivismo en su vertiente pedagógica considera al alumno en el centro de todo, constructor, no descubridor, del conocimiento. El aprendizaje, entonces, debe basarse en el propio alumno y sus intereses, lo que lleva a pensar que el aprendizaje debe ser divertido, pero no interesante y el profesor, antaño maestro, convertido en lo que ahora suele llamarse facilitador, una especie de metodólogo que organiza actividades. Olvidando de este modo un aspecto fundamental de la educación que consiste en que el alumno para aprender más necesita conocimiento del mundo, concentración y voluntad de aprender y no centrarse en su propia persona. El relativismo, por su parte, que dice promover el pensamiento crítico, es decir, la capacidad de examinar un asunto desde diferentes perspectivas, lo cual sería verdaderamente encomiable cae, sin embargo, en la impostura de que todas las opiniones y “verdades” son equivalentes y, por tanto, respetables. O lo que es lo mismo decir: “todo vale”. No es verdad que todas las opiniones sean respetables, quienes merecen todo el respeto del mundo son las personas pero no necesariamente sus opiniones.

Constructivismo y relativismo van configurando un alumno quien se ve a sí mismo como el centro del mundo y las diversas opiniones o “verdades” tienen un valor equivalente. Como ha visto agudamente una profesora, no podría ser de otro modo, el relativismo es el complemento lógico del constructivismo.

Pero, quien se considere seriamente a sí mismo como el centro del mundo y crea que toda opinión o “verdades” tiene un mismo valor, el respeto que debemos a otro ser humano, independientemente de las opiniones que sostenga, no tendrá sentido, ya que si se da el caso, por ejemplo, que le parezca bien golpearlo e incluso asesinarlo, simplemente lo hará, ¿y por qué no?