No escucharon mis súplicas
María Martínez López | Sección: Religión, Vida
Se arrepintió, pero ya era tarde. Su aborto la marcó de por vida y la ha llevado a fundar una Congregación religiosa en defensa de la vida. La escritora María Vallejo-Nágera dio a conocer esta historia –que ha inspirado su última novela–, el pasado 18 de marzo, en Burgos, en la presentación de la Fundación Esperanza y Vida. En el acto también participó el cardenal Ennio Antonnelli.
En este mes de abril, se publicará el último libro de la escritora María Vallejo-Nágera, Mala tierra, sobre el que habló en la presentación de la Fundación Esperanza y Vida. En Mala tierra, doña María expone la conmovedora experiencia de Anne Sophie Meaney, una mujer que fue víctima de un aborto a los 15 años y que, años más tarde, «profundamente arrepentida», se consagró y fundó la Congregación Sociedad del Cuerpo de Cristo. Desde ella, «lucha incansablemente por defender la vida, además de atender al moribundo, al abandonado y al más pobre». La propia Anne Sophie, que ahora tiene 54 años, escribió una carta ex profeso para que se leyera a los asistentes al acto. En ella, decía:
«Fui maltratada y violada durante mi niñez y mi adolescencia. Una de estas terribles violaciones tuvo como consecuencia el embarazo no deseado de un bebé que aborté voluntariamente a la edad de 15 años. Tanto los servicios sociales como mi familia biológica me convencieron de que lo que llevaba en el vientre no era más que un tejido y que debía abortarlo. Debido a retrasos burocráticos, no me practicaron el aborto hasta que hube cumplido los seis meses y medio. Cuando me tumbé en la camilla, mi bebé (que, por supuesto, no era un tejido), comenzó a patear. Supliqué al equipo médico que me dejaran ir. Pero mis súplicas no fueron escuchadas. Cuando, semanas más tarde, me exploró el médico en cuyas manos murió mi hijo, le pregunté sobre el sexo de mi bebé, a lo que respondió sin ningún tipo de remordimiento: ¿Cómo lo voy a saber si salió hecho un montón de pedazos quemados?
Mi existencia quedó marcada; durante muchos años padecí pesadillas, taquicardias y un gran dolor en el alma. Nadie puede saber lo rota que queda una vida después de haber cometido un aborto. Yo les digo con absoluto conocimiento de causa que nada, ni nadie aliviará las heridas, muchas veces ocultas en la psique, de las mujeres que se someten a un aborto.
He necesitado muchos años y la llegada de la fe en Dios a mi vida para superar el espantoso trauma que me provoqué a mí misma. El pecado que cometí fue tan abismal, que no sólo acabó con mi alegría sino que me acercó a un pozo profundo que a punto estuvo de empujarme al suicidio. Afirmo con rotundidad que es el peor pecado que he cometido, y he sido una gran pecadora».
Cristo, sanador de la mujer que ha abortado
«A través de los ojos y del corazón [de Anne Sophie Meaney] me he acercado a la abominación que es matar a una vida inocente en el mismo vientre de su madre –explicó en la presentación de Esperanza y Vida doña María Vallejo-Nágera, que ha novelado la vida de Meaney–. He entendido que la joven, o la mujer, que decide voluntariamente someterse a un aborto, lo hace sin entender en dónde se mete, sin plantearse las consecuencias, y sin saber nada sobre el sufrimiento físico al que somete a su propio hijo hasta matarlo. Conforme iba entrando en su vida, mi desconsuelo y espanto han ido en aumento».
La conclusión que, de esta labor de documentación, ha sacado la escritora es clara: «Los problemas de una sociedad no se solucionarán jamás con la práctica del aborto. Es más: afirmo con contundencia que la conducirá a un suicido irremediable». Y se pregunta: «¿Queda salida alguna para aquellas mujeres que ya han abortado? Rotundamente sí: sólo existe un médico en todo el mundo capaz de sanar las heridas corporales, mentales, psíquicas y morales que quedan siempre en ellas. Ese médico se llama Cristo».
Ayuda y educación
Cardenal Ennio Antonelli, Presidente del Consejo Pontificio para la Vida
¿Qué vías concretas ofrece la Iglesia contra el aborto? Se puede dar a luz de forma anónima, y existen personas, asociaciones e instituciones para acoger a ese niño, y dar ayuda económica, moral y material a la madre. He conocido en la Iglesia asociaciones que sostienen a las madres y a los niños, y hacen también una labor de educación. A mi modo de ver habría que sustituir la educación de la sexualidad por educación al amor: desear y realizar el bien concreto del otro. Cuando uno ha aprendido lo que significa amar concretamente, entonces es capaz de integrar la sexualidad en el amor. Creo que la Fundación Esperanza y Vida tiene en el fondo esta inspiración.
De teorías y palabras hay ya demasiadas. Son necesarias las obras concretas. Es necesario que la sociedad civil sea cada vez más viva y responsable en la búsqueda del bien común, que no es una propiedad del Estado. Éste tiene el papel de gobernar, coordinar y garantizar según el principio de subsidiariedad. Tenemos necesidad de laicos protagonistas de la sociedad civil, y pienso que esta Fundación es una de tantas realizaciones que están surgiendo en vuestra tierra.




