Cumbre y progreso
Jesús Ginés Ortega | Sección: Política, Sociedad
El título se refiere a un encuentro que se celebró, en el cono sur de América y al que concurrieron una docena de políticos y algunos intelectuales que a sí mismos se han calificado con el nombre de progresistas y en cierto sentido representantes al más alto nivel del progreso o más alto grado de perfección en el mundo contemporáneo. Personalmente reconozco que es buena la autoestima y que en tiempos de tanta depresión personal y colectiva, es útil que haya gente portadora de sueños de altura y partícipes del más alto progreso. Bien por ellos y mis mejores deseos de que logren diseños de altura para una humanidad que se encuentra muy de capa caída en el último tiempo, precisamente porque hay demasiados retrocesos en los grandes temas de la humanidad en lo relativo a lo verdaderamente importante: el hombre, el mundo y Dios.
Está bien que en momentos de cierta crisis global, donde la economía se ha colocado en la cumbre de las preocupaciones del hombre contemporáneo, algunos representantes de grupos políticos hayan querido subirse a la cima de la popularidad que otorgan los medios.
Me permito, sin embargo, poner entre paréntesis tan buenos auspicios, si de lo que se trata es más bien de una autoproclamación tanto en el sentido de la altura como del progreso. Permítame, querido lector, compartirle algunas precisiones. La primera de ellas tiene que ver con las palabras mismas: ¿No sería bueno definir qué es cumbre y qué es progreso, a juicio de los asistentes? Porque, me temo, que últimamente se viene abusando un poco de ambas expresiones.
A cada rato se habla de cumbre para cualquier tipo de encuentro, casi como se usa la palabra clásico ante cualquier repetición de torneos deportivos, lo que echa a perder tan nobles y reverenciadas palabras.
La segunda consideración es que lo que los medios, –no necesariamente todos los políticos– suelen señalar como progreso es, por ejemplo, la farandulización de los encuentros sociales, la desnaturalización del concepto de persona, de la familia, de la sexualidad, de la conciencia moral y hasta de la conciencia religiosa.
Pareciera que el autodenominado progresismo, –reitero que es lo que los medios suelen decirnos– se refiriera a una persistencia en el retorno a lo primitivo, espontáneo, visceral, anímico, o sea a lo que en pura filosofía reconoceríamos más bien como retroceso de la inteligencia, de la voluntad, de la mismísima libertad y por cierto de la moralidad pública, así como de la legalidad.
La tercera consideración que me sugiere el mentado encuentro de altura y de progreso es que su sola presencia implica un menosprecio o menor aprecio de otras tendencias que ellos mismos suelen considerar tradicionales, conservadoras o fundamentalistas, dejando o queriendo dejar en claro que aquellos que continúan hablando de la vida, de la perfección moral, del ascenso espiritual, del amor y de la misericordia por sobre la justicia y la equidad, no estarían en línea ni hacia la cumbre ni hacia el progreso.




