Se merecía tener SIDA

Juan Carlos Said R. | Sección: Nos han escrito

Difícil es estar enfermo, pero más difícil aún estar enfermo de ciertas enfermedades. Así, quien muere de cáncer gástrico es siempre bien recordado, como un hombre bueno, que dio la pelea hasta el final, contra una enfermedad terrible que le cayó inmerecidamente. Pero pobre si lo suyo es cáncer de pulmón: se dirá que pena por él, pero que igual se lo tenía merecido, que un poco se lo había ganado, fumando todo lo que fumaba. Y para qué hablar de la obesidad, donde se suele decir: ¿por qué sencillamente no cierra la boca? O del SIDA, que pareciera siempre ser merecido como consecuencia de una vida desviada y licenciosa.

La sociedad, quizás inadvertidamente, ha clasificado las enfermedades en dos tipos, las merecidas y las inmerecidas. Sin embargo, la realidad es que sin importar que tanto hayamos fumado, o que tantas relaciones sexuales hayamos tenido, nadie busca deliberadamente estar enfermo y nadie “tiene bien ganado” el estar así. Si es muy frecuente, en cambio, que los pacientes desconozcan los factores de riesgo que los llevan a enfermarse, como sucede en el caso del SIDA, donde pocos saben que el sexo oral es una forma de trasmisión, o que, las mas de las veces, simplemente seamos miopes a las consecuencias futuras de nuestros actos. Así, sacrificamos nuestro corazón, por ese placer efímero, del Big Mac, con papas fritas grandes y Coca-Cola normal, lo cual no nos hace personas malas o merecedoras de un castigo, sino simplemente personas poco previsoras.

Por otra parte, el riesgo de semejante mentalidad es que constituye realmente un problema de salud pública –y no sólo uno social– al conspirar contra esa misma sociedad que busca defender. A modo de ejemplo, el discriminar tan violentamente a quien padece SIDA, lejos de fomentar el auto-cuidado y la salud, probablemente sea el método más eficaz para diseminar la enfermedad, al tener los pacientes miedo de realizarse el examen del VIH, sabedor de todo lo que viene: desde el momento de tomarse la muestra de sangre, cuando una enfermera imprudente le preguntará si es homosexual, o le susurre en voz baja que tiene que retirar el resultado en tal parte –para que no escuche el resto de los pacientes, que vaya a saber uno como ni porqué, podrían espantarse– o cuando el médico, para realizar un procedimiento, se coloque doble guante, como sin con él, hubiera que tener precauciones distintas a las que se tienen con todos los demás pacientes. Entonces, no nos extrañemos de que el diagnostico no sea precoz y la diseminación incontrolada.

En forma paralela, la mencionada clasificación –profundamente enraizada en nuestro subconsciente– parece ignorar el dinamismo de la medicina y lo escaso de sus conocimientos. Para muestra un botón: recién hace trace años, aprendimos que pequeño número de obesos, lo era por el déficit de una hormona llamada leptina. ¿Qué descubriremos en el futuro? ¿Quién sabe si todos los obesos lo son por exceso de un neurotrasmisor, déficit de una enzima o infección por una bacteria, y nosotros como idiotas echándole la culpa a que el tipo no cerraba la boca?

Finalmente, casi no existe enfermedad de la que entre comillas, no seamos “responsables”, ya sea por no habernos alejado de nuestros amigos fumadores (el tabaquismo pasivo o activo es factor de riesgo para distintos tipos de cáncer, algunos tan impensados como riñón y páncreas), por tomarnos unos vasos de ron el fin de semana (el alcohol es factor de riesgo para cáncer de cabeza y cuello), por ir a la playa y no ponernos bloqueador en todo el cuerpo, y luego cada 3 hrs o cada vez que nos bañamos (cáncer de piel) o simplemente por la mala costumbre de darle la mano a las personas (cosa que los japoneses no hacen), exponiéndonos a contraer hepatitis, parasitosis, etc.

Quizás entonces, y vaya paradoja, el primer paso para la equidad en la salud, lo deba dar la sociedad toda, reconociendo en todo enfermo el dolor que padece –sin distinción– para luego acogerlo alivianando su cruz, como Simón Cirene lo hiciera hace dos mil con Nuestro Senor, entendiendo que primero ha de venir el amor, la comprensión, y que la ciencia médica, vendrá después.

Juan Carlos Said R.