Lea a Bakunin

Fernando Peña | Sección: Nos han escrito

Tal cual aquel antiguo rey galo precursor del Cristianismo en Occidente hace varios siglos atrás, hoy, 2 siglos más tarde, quienes juraron destruir el mensaje de Cristo a través de la política, por supuesto, desde su propio plano, hacen y practican con total normalidad todo aquello que juraron destruir. Si, por que corría la primera mitad del siglo XIX y un joven judío de origen prusiano, Karl Heinrich Marx, más conocido como Karl Marx, comienza, luego de un frustrado intento por ser abogado, a dedicarse a la filosofía (en ese tiempo habían pocos abogados, y muchos filósofos, igual que ahora), y bueno, el resto es historia.

Tomando los principios operacionales de la dialéctica de Hegel, la visión holística o universal sobre el sujeto (yo y usted), el predicado (pensamiento, especulación) y el antagonismo que sufren ambos conceptos en la realidad inmanente (una realidad que se configura a si misma en base a si misma), Marx logra dar respuesta a lo que él llamó “Materialismo Histórico”, o sea, la constante temporal de antagonismos entre los sujetos y los predicados de casi todas las épocas que conoce el hombre. De ahí surge la lucha de clases. Esa es la primera patita, pero como la idea era construir un sistema universal que explicase, y a su vez atacara al capitalismo salvaje culpable de todos males, Marx pronto también incorporó una variable nueva. ¿Han escuchado alguna vez la frase “la religión es el opio del pueblo”? …de más, y esa frase Marx la sacó de un buen amigo de Hegel, un antropólogo alemán llamado Ludwig Feuerbach, quien afirmaba que “No es Dios quien ha creado al hombre a su imagen, sino el hombre quien ha creado a Dios, proyectando en él su imagen idealizada. El hombre atribuye a Dios sus cualidades y refleja en él sus deseos realizados. Así, enajenándose, da origen a su divinidad”, y obvio, Marx entendió pronto que la Iglesia como factor histórico de represión, debía ser uno de los enemigos namber wan junto al Estado. Luego, un par de décadas más tarde (por ahí por el 25 de octubre de 1917), los Bolcheviques trataron de aplicar lo anterior, y les resultó como les resultó. Y obvio, hubo mucha impaciencia por explicar y ajustar lo más rápidamente posible los engranajes que hicieron tambalear la máquina, y uno de los primeros en hacerlo de forma seria fue el filosofo argelino L. Althusser (que hizo su tesis sobre Hegel), quien siendo Comunista criticó al Marxismo por no poseer un sentido universal de la realidad. Pero la importancia de L. Althusser radica en algo que su compañero italiano Antonio Gramsci desarrolló de forma muy similar, y es que ambos, al tanto de la necesidad de cambiar absolutamente la hoja de ruta trazada por Marx, incorporaron los conceptos que hoy nos permiten ver como la antigua, idealista y apoteósica doctrina se convertió en una astuta forma de dominación y control social.

Althusser señala en su libro “Ideología y Aparatos Ideológicos del Estado” como el Estado, en su fase de represión (antes del paraíso comunista) tiene a su disposición, al margen del poder formal del cual está investido, una serie de mecanismos o aparatos ideológicos que, sumandos a los mecanismos propuestos por Marx (reproducción de los medios de producción), constituirían la nueva forma de dominación. De esta manera, el Estado ahora reprime también a través de aparatos ideológicos no estatales, ¿pero cómo?, claro, por que dichos aparatos se ubican en su mayoría en la esfera privada de acción de la sociedad civil. Le tenemos:

Aparatos religiosos (Vírgenes Fashion Show); Aparatos escolares (No a la LOCE Dictatorial); Aparatos Familiares (Ley de Divorcio); Aparatos Jurídicos (Prescripciones, secuestro permanente); Aparatos Políticos (Vidal); Aparatos de Información (Hospital de Curepto); Aparatos Culturales (FONDART, Prat Homosexual, Allende gran chileno de todos los tiempos).

Y bueno, la idea era que una vez identificadas estas formas de represión, la izquierda, o lo que quedo de ella después de Stalin y el mayo francés (o sea, los comunistas cholitos), se esforzara y luchara por extirpar de una vez por todas ambas formas de dominación estatal: el poder del Estado y sus aparatos ideológicos. Pero ocurrió todo lo contrario. Se comenzó a hablar de las “tácticas”, de las “estrategias”, de las “puntas de lanza”, y tímidamente, se empezó a administrar dichos aparatos ideológicos con fines políticos.

Hoy ya es una práctica recurrente. A nadie del partido comunista le parece extraño ocupar sindicatos, obras de teatro, pensiones, universidades, etc., para conseguir los objetivos de su membrecía, imagínense que en Chilito hasta hacen pactos con la Democracia Cristiana (revuélcate Feuerbach… Maritain ya se acostumbró), y lo más entretenido de todo, aún creen ser consecuentes.

Por eso estimado lector, si es o está pensando en ser comunista, considere lo anterior, o mejor, como dice un adoquín camino hacia el barrio alto aquí en la capital, “lea a Bakunin”, y quizás así, podremos decir con orgullo los defensores del orden y la libertad que estamos compitiendo con la izquierda.

Fernando Peña