Fe y razón
José Antonio Valdivia Fuenzalida | Sección: Religión
Es común escuchar en el mundo intelectual de hoy que fe y razón se encuentran totalmente enemistadas. En base a esto, se dice que el Catolicismo no es compatible con la ciencia y la filosofía. No pudiendo razonar más allá de la fe, todo católico estaría imposibilitado, por el solo hecho de serlo, para hacer ciencia y filosofía. El fundamento de esta idea radica en que la fe en una doctrina religiosa limitaría la actividad de la inteligencia, en la medida en que no le estaría dando la suficiente libertad para conocer la verdad. En efecto, tener fe es creer en algo sin comprobarlo por la razón, ya sea porque no se puede hacer o porque es muy difícil. Por ejemplo, cuando nos dicen que un determinado remedio sirve para quitar el dolor de cabeza, simplemente lo tomamos, teniendo fe en aquel que nos lo recetó. En el caso de las religiones, aquello en lo que se cree es una doctrina acerca de Dios. Pertenecer a esa religión es lo mismo que creer en dicha doctrina. Por consiguiente, cuando alguien se considera católico, necesariamente debe creer en los dogmas de la Iglesia. No creerlos equivale a no serlo. Por eso, no debemos confundir a aquel que siente algún tipo de simpatía por el Catolicismo con aquel que es realmente católico. Al primero le está permitido no creer en los dogmas; al segundo, de ningún modo. En consecuencia, afirmar que el hecho de ser católicos limita nuestra actividad racional es un reproche que pareciera tener algo de verdad. Tanto es así que, desde sus inicios, el Catolicismo se tuvo que enfrentar a este problema. ¿Acaso ser cristianos nos obliga a cerrar los ojos ante aquellas evidencias racionales que parecen contradecir nuestra fe? Tengamos en cuenta que el camino para llegar a toda verdad debe ser libre. Si se prohíbe el tratamiento de ciertos temas y de antemano se coarta la posibilidad de llegar a determinadas conclusiones, se obstaculiza enormemente la actividad científica y racional. El miedo a ser castigados nos puede llevar a preferir la falsedad antes que la verdad. En este sentido, ponerle límites externos a nuestra actividad racional puede conducir a que una sociedad entera se hunda en la decadencia intelectual. Con el Catolicismo podría ocurrir algo parecido. El miedo a que el libre curso de nuestra inteligencia se tope con verdades contrarias a nuestra fe, ¿no puede ser un motivo de que nos mantengamos en la ilusión y el error?
No obstante, si bien es factible que una religión entorpezca el curso de la actividad científica y filosófica, este no es el caso del Catolicismo. Hay dos hechos históricos que, aun cuando no alcancen para demostrarlo, son al menos un signo de lo que estamos diciendo. El primero de ellos es que el mundo cristiano de Europa salvó de su perdición toda la filosofía desarrollada antes por los griegos y por los romanos. Si no hubiese sido por el interés real que tenía nuestra religión por la filosofía, esta última hubiese desaparecido con el imperio romano. Además, este interés nunca, hasta el día de hoy, ha desaparecido, sobreviviendo a los momentos de mayor decadencia intelectual.
En segundo lugar, está el hecho de que para el Catolicismo siempre haya sido un gran problema el de la contradicción entre fe y razón. En efecto, el mismo hecho de que haya sido un problema es una prueba del valor que le da a las conclusiones de la razón. Si no hubiese existido esta preocupación, habría significado que no le importaba en lo más mínimo lo que la inteligencia dijera. De hecho, para ella no habría sido un problema real, en la medida en que habría despreciado todo lo que se descubriese por medios racionales.
Por lo demás, este respeto que el Catolicismo le da a la razón no es algo casual, sino que una de las particularidades más propias de su doctrina. En verdad, más que un respeto a la razón humana, en nuestra fe se le da un inmenso valor. Como sabemos, la inteligencia es una de las facultades que definen al ser humano, que lo distinguen del resto de los animales. Es justamente aquello que nos dignifica y nos hace superiores frente a todo el universo creado por Dios. En consecuencia, como todo lo creado por Dios es bueno y el hombre es su máxima creación terrenal, se sigue que aquello que lo define necesariamente debe ser bueno. Por otro lado, ¿no es acaso un dogma en nuestra fe el que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios? ¿Y qué nos hace semejantes a él? Precisamente nuestra inteligencia y voluntad. Por lo tanto, un rechazo a la razón y a sus actividades más propias (como la filosofía y las ciencias en general) sería algo completamente contradictorio dentro del Catolicismo. Es más, una consecuencia de esto es que nuestra fe promueve las actividades más propiamente intelectuales. Es decir, contrariamente a lo que podría pensarse, el Catolicismo tiene un gran interés en que el hombre se dedique a la ciencia y a la filosofía, ya que son justamente aquellas actividades que más lo perfeccionan y acercan a Dios. Es por esto mismo que el Catolicismo absorbió de manera tan rápida toda la tradición filosófica y científica greco-romana, en la cual se tenía confianza en que la razón era un medio para conocer y explicar la realidad.
Desde esta perspectiva, cuando efectivamente hay un choque entre lo que dice la razón y lo que dice la fe, el problema es gravísimo. En efecto, es imposible que dos afirmaciones contradictorias sean verdaderas a la vez. Por ello, es absolutamente necesario buscar un modo de compatibilizarlas en los casos que sea posible. Cuando no lo sea, es necesario determinar cuál de las dos es verdadera y cuál es falsa. Ahora bien, si esta ha sido siempre la actitud de nuestra Iglesia, creo que se cae en una gran injusticia al acusarla de hostil o enemiga de la razón. Es cierto que muchas veces se ha equivocado al rechazar ciertas conclusiones de la ciencia, pero también es cierto que está formada por seres humanos imperfectos que pueden cometer errores. Por lo demás, no necesariamente cada vez que la Iglesia rechaza conclusiones sacadas por las ciencias está equivocada. Muchas veces, también ocurre lo contrario. Así como la Iglesia puede cometer errores, también los pueden cometer las ciencias. No porque haya diferencias de opinión – sobre todo en el plano de la filosofía – significa que sea la Iglesia la equivocada. Es perfectamente factible que sean las ciencias las que se equivocan. Un muy buen ejemplo de esto es el permanente rechazo de la Iglesia frente a la teoría de la evolución darwiniana, la que, por lo demás, ha sido aceptada siempre como un dogma de fe científico, no habiendo sido nunca comprobada. No podemos negar que el origen del rechazo hacia esta teoría radica en que viene a negar un dogma importantísimo del Cristianismo, como lo es el de que toda la humanidad vendría de una sola pareja. Sin embargo, las razones aducidas en contra de esta teoría son y han sido en todo momento estrictamente racionales, apuntando siempre a la imposibilidad metafísica de que sea verdadera. Sumémosle a esto el hecho de que cada vez son más los científicos que no aceptan la teoría de la evolución.
Otro excelente ejemplo de la gran importancia que tiene para el Catolicismo el que las verdades de razón y de fe sean compatibles, lo encontramos en una obra nuestro Santo Padre, Joseph Ratzinger. En el prólogo de Jesús de Nazaret, resalta la necesidad que tiene la Iglesia Católica de que el Jesús histórico coincida con el de la fe:
“Hay que decir, ante todo, que el método histórico – precisamente por la naturaleza intrínseca de la teología y de la fe – es y sigue siendo una dimensión del trabajo exegético al que no se puede renunciar. En efecto, para la fe bíblica es fundamental referirse a hechos históricos reales. Ella no cuenta leyendas como símbolos de verdades que van más allá de la historia, sino que se basa en la historia sobre la faz de la tierra”. (Ratzinger, Joseph, Jesús de Nazaret, Planeta, Santiago, 2007.)
En efecto, para nuestra religión es trascendental que lo que la historia nos enseña sobre Jesús no contradiga lo que nos dice la fe. Si ocurriera esto, todos los dogmas en torno a Cristo se esfumarían y nadie podría creer en ellos. Es por eso que Ratzinger intenta poner a prueba todas aquellas teorías históricas sobre Cristo que contradicen la fe Católica. Aplicando un método objetivo y basado en criterios estrictamente históricos, explica los límites de dichas teorías e incluso, en algunas de ellas, su inverosimilitud. Asimismo, muestra de qué manera las verdades históricas sobre Cristo parecieran estar de parte de la fe Católica.
En definitiva, nos parece totalmente infundada la acusación de que el Catolicismo no es compatible con la ciencia y la filosofía. Por el contrario, las necesita y les da un inmenso valor. Es muy cierto que dentro de la Iglesia se han cometido muchos errores a lo largo de la historia, pero no han sido de ningún modo sistemáticos. Rechazar sin previo examen una conclusión científica no es una actitud propiamente Católica. Por ende, dichos errores solo pueden ser circunstanciales y atribuibles a la imperfección de quienes forman la Iglesia: los hombres.