2008: ¿da lo mismo un año más que se va?

Alberto Jara Ahumada | Sección: Religión, Sociedad

Mientras los católicos comenzamos el Año Nuevo con el Adviento, el mundo civil, en cambio, recién empieza a recibir el ciclo que llega, con inciertos auspicios en lo económico.

Toda clase de sortilegios y cábalas, desde la ropa interior al revés hasta una cucharada de legumbres cocidas, configuran el ritual característico de estas solemnidades. Se olvidan, por desgracia, urgentes reflexiones –harto pan que rebanar‐ acerca del sentido la naturaleza humana, dando la clave para un auténtico humanismo cristiano, entonces nada queda fuera de su órbita redentora: ni siquiera el año nuevo.

Pues bien, diversos pensamientos y actitudes surgen por estos días: esperanzas ante lo que viene, angustias por lo que no se hizo o se hizo mal, campañas presidenciales, platitas públicas a recortar, en fin, las posibilidades son varias. Con todo, la mentalidad actual impone su teorema: “Un año más, que se va… qué más da… cuántos se han ido ya…”.

La selecta pieza para maracas y platillos citada, institución nocturna del 31 y atribuida a la Sonora de Tommy Rey, pareciera encerrar un completo programa de realización personal, de sabiduría inagotable. Resumiría un proyecto de vida, el hedonismo. Es como viven, en la práctica, un gran número de chilenos. Por esto se escucha y baila con ardoroso entusiasmo, y además que es cebolla, no lo olvidemos. Su contenido, sin embargo, nos lleva a la meditación, aunque sea en el intento de evadir la tortuosa música.

Efectivamente, qué importa un año más en la vida cuando han sido tantos los que se han ido. Conozco a cierta gente que frente a cada año que pasa –sobre todo si amenaza bordear los 40‐, cae presa de angustias y depresiones. Se olvida que fuimos redimidos por Jesucristo, que antes estábamos muertos por el pecado y ahora se nos regala la alegría y el don de ser santos, si es que no resistimos a su gracia. En esta línea, muy sensato el consejo del señor Tommy de la realeza: no vale la pena llorar por el transcurrir del tiempo, sino gozarse pues estamos más cerca de la meta.

Pero en otro sentido, en la relación de los hombres con su Autor, con sus semejantes y consigo mismo, no da lo mismo un año más que pasa.

De cara al Creador, un ínfimo porcentaje de los chilenos se acerca a la Misa dominicalmente; otros muchos viven la fe a su pinta o, mejor todavía, a la pinta del mundo, con sus “dogmas” y prácticas; socialmente se ha olvidado a Dios y, desde el Gobierno concertado, se embiste a la religión como a la sarna; y así, suma y sigue. La doctrina católica enseña infaliblemente la verdad tal cual es, le guste al rector Carlos Peña o no. Y enseña que existe cielo e infierno. En uno se goza por la eternidad de la contemplación del Dios Uno y Trino, de la esencia divina. Y en el otro, en el recinto que huele a azufre, se sufre imperecederamente la ausencia del amor de Dios. Cada año que pasa, es cosa de abrir los ojos y darse cuenta, la gente hace más actos meritorios de visión cara a cara del Malulo.

Respecto del hombre y sus pares, miles y miles de vidas mueren por el crimen del aborto; millones de niños crecen privados de una familia constituida; multitudes viven en la miseria, material y espiritual; sociedades enteras ideologizadas y embrutecidas por los mass media y la propaganda liberal; y así, al infinito y al más allá.

Y en cuanto al hombre consigo mismo, su perfección, muchos no tienen conciencia de su meta trascendente, el para qué existen, cuáles son las aspiraciones del espíritu humano; no se cree que si el alma está inquieta, infeliz, es porque no reposa aun en Dios. La señora Juanita, simplemente, no se pregunta leseras. Estas cuestiones fundamentales, en el mejor de los casos, ocupan un lugar insignificante en las prioridades del día.

No da lo mismo, en consecuencia, cada año que pasa. Sería maniqueo pensar, en todo caso, que estas celebraciones son intrínsecamente perversas, demoníacas. Pero que son animadas, tantas veces, por un espíritu antievangélico, en la perspectiva de un mundo sin Cristo, es un hecho indesmentible.

Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Qué hacer para que el 2008 no sea un año más que pasa, a la espera del 2009 que tendrá igual suerte? ¿Cómo vivir cristianamente estas celebraciones?

La fe y la recta razón piden la palabra; escuchémoslas. Algo tienen que decir. Sólo así viviremos como hijos de Dios y debilitaremos, con eutrapelia, las fuerzas secularizadoras, naturalistas, que extirpan el reino de la gracia de los festejos de año nuevo.

La caridad parte por casa, ¿acaso el combate contra la subversión “novoañera” no? Es hora de un profundo examen de conciencia, y a recibir el 1 de enero como Dios manda.




Nota: Alberto Jara es estudiante de Derecho en la Pontificia Universidad Católica.

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