El cardenal Medina, Madonna y los columnistas

Gonzalo Vial Correa | Sección: Historia, Política

Un colaborador habitual de este mismo diario [La Segunda], el 11 de diciembre, y el 14 siguiente el rector/columnista de El Mercurio literalmente hacen explosión contra Monseñor Medina. ¿Motivo? Unas palabras pronunciadas por dicho cardenal sobre el show de Madonna, durante la homilía de la misa que el prelado celebró en el aniversario del fallecimiento del general Pinochet.

Ahora bien, esas palabras, aparte de su referencia específica a la cantante internacional, no expresan sino la doctrina constantemente reafirmada de la Iglesia por lo que toca a la sexualidad humana. Como bien reconoce el rector/columnista, es esa doctrina la causa auténtica de la explosión contra el cardenal, lo que verdaderamente se le reprocha, más que su parecer sobre la cantante internacional.

Y es que ambos columnistas son náufragos del hundimiento de los «socialismos reales», a fines de los ’80. Y no pudiendo, por costumbre ya inveterada, vivir sin la droga de una ideología, han adoptado la postmoderna. Es decir, que cada cual haga lo que quiera, y no reconozca a esta actitud, éticamente, más restricción que el exceso de sufrimiento ajeno que pueda significar… exceso que, ¿es necesario decirlo?, dictamina de modo soberano el mismo que inflige el sufrimiento.

ARMAS PROHIBIDAS. Este individualismo extremo o neoprogresismo suele ser totalitario, quizás por resabio de la utopía socialista que lo precedió. Y una de las armas totalitarias es procurar destruir la imagen moral del adversario utilizando cualquier medio, aunque no sea razonable ni admisible. Ambos columnistas, en su furia, atacan al cardenal Medina de esa manera, rasgo importante para entender el origen y naturaleza reales de la disputa. Veámoslo:

1) Atropellos del general Pinochet a los derechos humanos. Por supuesto, este tema y Madonna no tienen nada que ver. Traerlo a cuento es la más antigua de las falacias lógicas: “Medina se equivoca cuando se refiere a Pinochet y los derechos humanos. LUEGO se equivoca al hablar de sexualidad”. No se puede argumentar así seriamente. Los columnistas debemos recordar que los lectores no son tontos.

Pero el rector/columnista va más allá. Según su inveterada costumbre, atribuye al contendor opiniones sin justificar que efectivamente las tenga. Cito:

“POR SUPUESTO, a Monseñor Medina las actuaciones de Pinochet, entre las que se cuentan cosas tan reprobables como hacer desaparecer personas y practicar la tortura, no le merecen ninguna condena moral. Y ES PROBABLE incluso que, si lo apuramos, citara a algún escolástico y, en vez de condenar esos actos, los justificara”.

El “es probable” es, sin discusión, una gruesa impropiedad polémica, un chisme de cocina, desecratorio de las serias páginas mercuriales. ¿Cómo lo justifica el rector/columnista? Y el “por supuesto” anda muy cerca. Le faltan comillas… las comillas de cuándo, cómo y dónde dijo el cardenal lo que se le atribuye.

2) Delitos sexuales al interior de la Iglesia Católica. Ambos columnistas los relacionan con las críticas del cardenal a Madonna. El rector/columnista brevemente, aunque de modo insultante, con una ironía de plantígrado. Pero el colaborador de La Segunda se exhibe de cuerpo entero:

“El jubilado cardenal, hombre influyente en el Vaticano, debería además tomar nota de que su provocación y sus desplantes moralistas ocurren cuando un nuevo escándalo implica a la Iglesia chilena, en este caso respecto de pornografía infantil encontrada en posesión de un sacerdote, hecho que se suma a las reiteradas denuncias de pedofilia y otras ofensas a menores indefensos que involucran a miembros de la Iglesia Católica”.

Aparte el odio incomprensible que rezuma este párrafo, adviértase cómo reaparece la misma falacia lógica del Nº 1, pero todavía más notoria y descabellada: “Hay miembros de la Iglesia Católica chilena que han cometido delitos o impropiedades sexuales. LUEGO la Iglesia, institución milenaria presente en el mundo entero, no puede tener doctrina moral sobre sexualidad”.

Sin comentarios.

Pero apliquemos esta misma teoría a la Concertación, de la cual el colaborador de La Segunda ha sido desde el comienzo importante servidor público y dirigente político. Razonemos (?): “En los últimos siete u ocho años, si no con anterioridad, pero siempre gobernando la Concertación, funcionarios, militantes y simpatizantes suyos se han llevado para la casa dineros fiscales destinados a las obras públicas (MOP); el deporte popular (rayuela inclusive; Chiledeportes); la subvención de las escuelas pobres (Mineduc); los subsidios a los cesantes (para campañas de parlamentarios concertacionistas hoy en funciones, elegidos gracias a estos «aportes»); el tratamiento del sida (Consejo de las Américas), etc. LUEGO, la Concertación no puede tener doctrina ética sobre corrupción.”

3) Descalificación personal. Si el cardenal Medina habla de Madonna y su show, a juicio de los columnistas no se equivoca solamente, sino que es una “provocación”, un “desplante moralista”, una “extraña vocación de control sobre la sexualidad”, etc. La práctica descalificatoria se extiende, hemos comprobado, a la Iglesia chilena, escandalosa, pedófila, los miembros de cuyo clero —dice pícaramente el rector/columnista— “suelen ser más comprensivos… entre sí” que lo que exigen de sus fieles en materia sexual. El cardenal, se dice con desprecio, es un “jubilado”... para luego calificarlo de “influyente en el Vaticano”; así se relaciona a Roma con las fotos indecorosas halladas en poder de un sacerdote chileno.

¿Cómo no recordar las toneladas de excrementos, verbales y escritos, que el comunismo y sus «progresistas» ensalzadores de Occidente derramaban sobre cuantos denunciaban los horrores de la URSS del bondadoso padrecito Stalin, desde André Gide en adelante? Aquí mismo fue cuidadoso y completo el asesinato de imagen que practicó el PC contra sus «ex» desencantados y espantados: Hidalgo, Chamúdez, el peruano Ravines. Y también nuestros «progresistas» de entonces ayudaron a esa destrucción moral… hasta que «se les hizo la luz».

Pero, las costumbres inveteradas pesan, no se ha hecho la luz como para que el progresismo actual descarte también estos procedimientos incorrectos del pasado.

4) Asimismo, adviértase el resabio totalitario de enfurecerse con las opiniones contrarias. Un sacerdote NO PUEDE tener el “desplante moralista” de defender las doctrinas de la Iglesia sobre sexualidad. NI PUEDE opinar sobre Pinochet y los derechos humanos, alejándose de lo «políticamente correcto». ¿Se equivoca? Pues, demostrárserlo, prescindiendo de si lleva o no sotana o birrete.

Una forma sibilina de esta censura a las opiniones de la Iglesia y su clero es quejarse de que, al manifestarla, intentan IMPONERLA a una sociedad pluralista. ¿Por qué y cómo sería así? ¿Exponer razonadamente lo que se piensa… en qué se parece a «imponer»? ¿Cuáles serían las armas de imposición de la Iglesia? ¿Qué sanciones, si no espirituales, le cabe aplicar (y éstas, exclusivamente a católicos)?

Cuando la Iglesia alerta sobre el peligro de excomunión anexo a promover determinadas opiniones y actitudes, también se suele tocar a rebato y escándalo. La excomunión significa dejar claro, simplemente, que dichas opiniones y actitudes han colocado a una persona al margen de la Iglesia, por negar su doctrina en puntos determinados. ¿Quién sino la propia Iglesia podría y tendría derecho a dictaminarlo? Hace poco tiempo, la Masonería Chilena expulsó a su Gran Maestro, y hace menos tiempo todavía, la Logia de San Fernando expulsó a su sucesor. El neoprogresismo no reclamó. Tampoco, los años ’80, que yo recuerde, cuando el cardenal Silva Henríquez insinuó la excomunión de Jaime Guzmán.

5) Ni es posible dejar sin comentario la ingratitud de la izquierda chilena, hoy, cuando la Iglesia o sus personeros manifiestan la doctrina ética de la primera. ¡No ha pasado tanto tiempo desde que ella, la Iglesia, con grandes sacrificios, era el único amparo de la propia izquierda en la clandestinidad y la prisión! Puras mieles, entonces, brutales injurias, hoy… Quienes, entre los católicos, se sientan cercanos al neoprogresismo, mediten en este cambio de actitud, tan notorio y significativo. ¿Se les quiere de verdad, o se les busca como los comunistas a los «tontos útiles» del siglo pasado?

Nota. Este artículo fue publicado originalmente por La Segunda.

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