Monumento a Jaime Guzmán

Gonzalo Vial Correa | Sección: Historia, Política

A propósito de la próxima inauguración del monumento a Jaime Guzmán, se ha discutido si la Presidenta, invitada al acto, debe o no asistir.

No puede estimarse su eventual concurrencia como indicativa de afinidad política con Guzmán. Este apoyó enérgicamente el movimiento y régimen de las Fuerzas Armadas, y su itinerario, al paso que —los mismos años— de la Presidenta sólo se sabe, y sin mucho detalle, haber tenido un vínculo con un integrante del Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Es sabido que el FPMR fue el brazo militar que organizó el Partido Comunista, cuando el año 1980 acordó ejercer la violencia de todo orden contra el gobierno de Pinochet. A tal objeto, el PC infiltró y «camufló» en Chile —siguiendo un proceso largo, y meticulosamente planificado— a militantes que habían recibido un completo adiestramiento cubano y de otros orígenes, para cumplir acciones de guerrilla, terrorismo indiscriminado o selectivo, sabotaje, etc. Los comunistas aprovecharon la crisis de 1982, para «desencadenar» al FPMR, que cumplió una larga e inútil serie de atentados de sangre, cuya culminación fue el fallido magnicidio de Pinochet, con sus cinco escoltas como víctimas fatales e inocentes.

Después, la «praxis» aconsejó al Partido paralizar estas acciones. Un sector puso reparos a la orden, y el FPMR se dividió. Una facción —conocida como Autónoma— continuaría operando, en desafío al PC. Y esta facción o «descolgados» de la misma, asesinaron a Jaime Guzmán. Quien no alcanzó, pues, a conocer la posterior vida política, normal, socialista, de la Presidenta…

No se sentirá cómoda, luego, inaugurando el memorial de Guzmán, si lo hace…, ni quienes la han invitado, admiradores del senador asesinado, se sentirán cómodos con ella.

Pero los monumentos a servidores públicos no son erigidos para comodidad de nadie, ni tampoco para exaltar a quien representan, salvo en un punto: la consagración total y desinteresada al servicio público, sin miras de otro orden… sólo por amor a la patria. Aquí, únicamente aquí, reside la causa del homenaje colectivo que representa cualquier monumento. Y es por ello que debe autorizarlo una ley. Es el caso de Jaime Guzmán. No buscó cargos, ni honores, ni menos provecho económico en su acción pública, sólo el bien del país, tal como lo entendía. Estoy seguro de que fue parlamentario sin importarle nada el puesto mismo; que lo miró como un instrumento de esa acción, ni más, ni menos. Fue pobre, austero, sencillo de trato, cortés con el adversario, siempre dispuesto a oír argumentos.

Persiguió el bien de Chile. ¿Se equivocó alguna vez, o muchas veces? Ninguna figura chilena que haya sido honrada por un monumento se encuentra libre de esta duda y discusión, salvo quizás la de Arturo Prat. Más aún, ninguna de esas figuras ha dejado de cometer algún error grave, cuando menos, en su vida pública. Por eso el monumento exige ley. No en vano Andrés Bello la definió como “declaración de la voluntad soberana”. Es la sociedad entera la que, a través de la ley, declara la consagración superior de una persona al servicio público y por ello autoriza se erija su monumento.

La eventual asistencia de la Presidenta simbolizará la decisión soberana respecto a Jaime Guzmán. Y su eventual ausencia no erosionará esa decisión, ya tomada por ley; significando sólo que un segundo supremo mandatario en nuestra Historia, no considera serlo de todos los chilenos. Pues rechaza rendir el homenaje que la mayoría de éstos, del modo más solemne posible —dictar una ley—, ha decidido tributar no a las ideas ni actuaciones políticas de Guzmán, sino a su patriotismo superior.

El olvido de las consideraciones que preceden, lleva a justificar con malos argumentos la posible ausencia presidencial. Ejemplos:

1. Jaime Guzmán, complaciente ante la violación de los derechos humanos

Es conocido e indiscutido, que siempre la rechazó. Que en numerosos casos particulares intervino, incluso ante el Presidente Pinochet, para ponerle fin, o para denunciarla y pedir se la castigara si ya era irreparable. Que así salvó la vida y obtuvo la libertad de muchos. Que fue el peor enemigo, al interior del régimen militar, de la DINA y su jefe, e influencia fundamental para que éste fuera destituido y aquélla remplazada por la CNI. La cual, bajo el mando del General Odlanier Mena —archienemigo del ex director de la DINA— normalizó notoriamente el sistema de seguridad, hasta el asesinato del Coronel Roger Vergara, obra del MIR, en 1980. Que este crimen motivó la salida de Mena por «blando», marcando simultáneamente un nuevo descontrol y desmanes de la represión, y la pérdida progresiva del influjo de Guzmán sobre Pinochet. Pérdida que se hizo casi total cuando Sergio Fernández abandonó el Ministerio del Interior en Abril de 1982.

Guzmán opinaba que la lucha por los derechos humanos, en un gobierno autoritario, debía plantearse desde su interior y sin publicidad. ¿Se equivocaba? ¿Era preferible la ruptura abierta con el régimen? ¿Hubiera ella mejorado la situación criticada? En materia de derechos humanos… ¿fue peor simpatizar y colaborar con Pinochet, que simpatizar y colaborar con el Frente Patriótico Manuel Rodríguez? Sin embargo, los dirigentes o responsables superiores de éste ya fallecidos, como Gladys Marín o Volodia Teitelboim, en vida y a su muerte recibieron homenajes y reconocimientos públicos y privados sin que nadie pareciera molestarse.

Esto confirma lo ya dicho. En un Chile tan dividido ideológica y políticamente como el nuestro, lo único que puede concitar el homenaje unánime, o muy mayoritario, es la consagración al servicio del país, signo de patriotismo. Consagración cuyo reconocimiento social a través de un monumento, para garantía de seriedad, debe ser autorizado por la ley.

Si las voces discordantes sobre la ACTUACIÓN de cada figura nacional objeto de monumento, pudieran paralizar éste, casi no habría estatuas en Santiago. Ninguna, desde luego, en la Plaza Constitución. ¿Cuántos opinan, con argumentos tan buenos o tan malos como cualquiera, que Portales, Jorge Alessandri, Frei o Allende fueron muy dañinos para el país? Pero a ninguno se le niega su dedicación a éste y a servirlo… su patriotismo.

2. Guzmán, ideólogo de la dictadura.

Esto, simplemente, no tiene asidero. Si hay algo indiscutible respecto de Jaime Guzmán, es su autoría fundamental —con Jorge Alessandri y Sergio Fernández— de la Constitución de 1980.

Ahora bien, esta carta fue tan poco dictatorial de espíritu, que ella misma diseñó y obtuvo se aprobara el mecanismo y cronograma para que el pueblo pudiera, en votación libre, desplazar pacíficamente a la «dictadura» y entregar el poder a sus enemigos. COMO EFECTIVAMENTE SUCEDIO EN 1988/1989, del modo y en las fechas que la Carta había contemplado, y cuyo UNICO resguardo era la palabra del «dictador» y de las Fuerzas Armadas.

Así, Guzmán no fue el ideólogo de la dictadura, de aceptar que ésta existió, sino el ideólogo de cómo salir de ella.

3. Guzmán, enemigo de la democracia.

Fue, es cierto partidario de una «democracia protegida», que suavizara los efectos del sufragio universal. De allí los mecanismos introducidos en la Carta de 1980, que el concertacionismo ha llamado «enclaves autoritarios» y que fueron progresivamente suprimidos desde 1989.

Su utilidad o nocividad son, de nuevo, discutibles. Pero no autorizan para llamar a nadie, por el solo hecho de sostenerlos, “antidemocrático”. Pues de hecho subsisten, en alguna medida, hasta hoy, y/o han sido defendidos por demócratas indisputados. Así: -Algún tipo de senadores «designados» figuraba en los proyectos de reforma constitucional de los Presidentes Arturo y Jorge Alesssandri y Eduardo Frei.

-Es completamente antidemocrático, en rigor, que el reemplazante de un parlamentario fallecido sea remplazado por quien designe su partido, como acaba de suceder.

-Es completamente antidemocrático que el poder municipal se concentre «dictatorialmente» en el alcalde, y que los concejales, elegidos también por el pueblo, sean sólo de decoración.

-El sistema binominal, reconocido exponente de «enclave autoritario», es objeto de unánime censura, de los labios hacia afuera… pero nadie quiere, ni propone remplazarlo. ¡Ni un sólo proyecto al respecto en los veinte años post militares! La verdad es que la clase política se siente perfectamente a gusto con el binominal. Y quizás tenga razón. La democracia no es una receta de ingredientes fijos, ni menos todavía «propiedad» de alguien que la administre, y coloque a su arbitrio la etiqueta de «demócrata».

Jaime Guzmán fue un símbolo de renovación y contradicción en la política chilena. Es positivo y alentador que siga siéndolo, tantos años después de su muerte.




Nota: Este artículo fue publicado originalmente en La Segunda, el 28 de octubre de 2008

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