El lenguaje de Dios

Roberto Persico | Sección: Recomendados, Religión, Sociedad

En su libro El lenguaje de Dios”, Francis Collins, el descubridor del genoma humano, cuenta su conversión. Él fue otra víctima de C. S. Lewis. No obstante, se daban todas las premisas para que Francis Sellers Collins acabara como uno de los tantos pacientes ideales de Berlicche, que iban llegando al infierno poco a poco, sin saber nunca dónde estaba el problema.

“Como hijo de libre pensadores –escribe en El lenguaje de Dios–, he tenido una educación típicamente moderna por lo que respecta a la fe: simplemente no se consideraba algo importante”. Y aquel “deseo de algo que estaba fuera de mí, y que tenía que ver tanto con la belleza de la naturaleza como con una experiencia musical particularmente profunda”, que recuerda haber experimentado en la adolescencia, no encontró a nadie que lo tomara en serio. Al contrario, cuando llegó a la universidad, el anticristianismo dominante llevó al profesor Collins de un agnosticismo al que le era indiferente el problema religioso, a un ateísmo radical.

Mientras, maduraba su currículum, pasando de la química a la física y a la biología, para llegar finalmente a la medicina. Pero incluso aquí Dios estaba al acecho, por los pasillos de la facultad, en el rostro de los moribundos que encontraban en la fe la fuerza para afrontar con alegría sus últimos sufrimientos. “Si la fe sólo era la máscara de una tradición cultural, ¿por qué aquellas personas no levantaban sus puños contra Dios y no le pedían que pusiera fin al discurso sobre su potencia amorosa y benefactora?”.

De pronto, se dio cuenta de que la indiferencia no es una posición digna de un hombre de ciencia. “¿No me tenía a mí mismo como un científico? ¿Y un científico saca conclusiones que no se reflejan en datos? ¿Podía haber una pregunta más importante que la de si Dios existe? Esta toma de conciencia fue una experiencia absolutamente terrible”.

Al principio intentó darse razones para su ateísmo. Pero después tropezó con el “Disculpe, ¿cuál es su Dios?” de Lewis. “Me di cuenta de que todos mis argumentos contra la plausibilidad de la fe eran dignos, como mucho, de la edad escolar. Lewis parecía conocer todas mis objeciones, quizá desde antes de que fuera capaz de formularlas con precisión, y las resolvía invariablemente en el arco de una o dos páginas”.

Explicar el ADN a Bill Clinton

Tras sus días de universidad, Francis Collins hizo su camino hasta llegar a director del “Proyecto Genoma”, la multinacional que consiguió dibujar el mapa completo del patrimonio genético humano. Y durante la presentación oficial de sus resultados, en junio de 2000 en la Casa Blanca, junto al presidente Bill Clinton, comentó lo siguiente: “Pensar que hemos podido echar un vistazo a nuestro manual de instrucciones, hasta ahora sólo conocido por Dios, me hace sentir humilde. Experimento un gran temor reverencial”.

Su carrera de investigador creció al mismo ritmo que su fe y ahora, con El lenguaje de Dios, ha querido dibujar una posición que él llama “evolucionismo teológico” –“expresión poco atractiva”, reconoce–, sustituyéndola por el más sintético y sugestivo “BioLogos”: entendido correctamente, no hay ninguna contradicción entre los datos del conocimiento científico y la verdad de la experiencia religiosa. Una posición lúcidamente crítica, tanto con los que pretenden hacer de la ciencia una defensa del ateísmo, como con los integrismos religiosos que niegan las evidencias científicas en nombre de lecturas literales de la Biblia. Pero también quiere superar la teoría del “diseño inteligente”, que hace intervenir a Dios como tapa-agujeros de una evolución defectuosa.

Una vez cerrado el libro, llegamos a Collins en su oficina del Instituto Nacional de Investigación del Genoma Humano. Los argumentos de su libro que defienden la razonabilidad de la hipótesis de Dios son dos. Uno es el llamado principio antrópico, es decir, la sorprendente convergencia de las constantes físicas fundamentales del universo hacia condiciones que hacen posible la vida en la Tierra. El otro es la existencia de la ley moral, del altruismo, de valores que la evolución (que aclara tantas otras certezas) no alcanza a explicar.

Frente a los defensores del principio antrópico, los científicos que proponen la existencia del “multiverso” teorizan que nuestro universo no sería más que una de las innumerables gotas de una espuma cósmica infinita, gotas que continuamente se forman y se destruyen. Así, la “sorprendente convergencia” de las constantes del cosmos sería sólo una de las infinitas posibilidades, que antes o después tendría que suceder. “Pero si las constantes que determinan la propiedad de la materia y de la energía en nuestro universo fueran tan sólo ligeramente diferentes –rebate Collins–, no habría ninguna posibilidad de vida. Por eso es difícil escapar a la conclusión de que, como escribe Freeman Dyson, ‘el universo parecía saber que estábamos llegando’”.

Darwin y la paradoja moral

El propio Collins cita también la reciente profesión de fe pública realizada por Anthony Flew, ateo toda su vida, que “se vio fuertemente influenciado por el descubrimiento del poder teológico del principio antrópico. Una precisión tal en la regulación de estas constantes no se puede liquidar como una ‘coincidencia’. La hipótesis del multiverso, según la cual el nuestro no sería más que uno entre infinitos universos paralelos donde estas constantes asumen de vez en cuando valores diversos, es en mi opinión la única alternativa a la conclusión de que tales valores han sido definidos por una inteligencia superior. Muchos observarían que creer en el multiverso requiere al menos tanta fe como creer en Dios. Uno como Leonard Susskind puede suponer que la cuestión podría estar definida si se pudieran revelar signos de la existencia de los otros universos, pero por el momento parece altamente improbable. E incluso si eso sucediera, dejaría sin respuesta la pregunta sobre cómo han nacido todos estos universos. Lo que nos lleva a la necesidad de una Causa Primera que está fuera de todos ellos. Y así llegamos a Dios”.

También la idea de que la conciencia moral sea un signo de Dios ha encontrado varias críticas, que sugieren que se podría llegar a descubrir que los grupos humanos que desarrollan actitudes altruistas sobrevivirían más fácilmente que los que se matan entre sí: si así fuera, la teoría de Collins se revelaría como otro caso de “Dios tapa-agujeros”. “Ninguno de los argumentos que desarrollo en El lenguaje de Dios tiene la pretensión de ser una prueba. Si el argumento de la ley moral fuera débil y se demostrara que nuestras tendencias altruistas podrían explicarse sobre la base de la evolución darwiniana, mi fe no se movería. Aunque no creo que sea probable, dado que, primero, la evolución actúa sobre el individuo, no sobre grupos (y Richard Dawkins está de acuerdo con esto). Segundo, la evolución controla sólo la capacidad de un individuo para transmitir su propio ADN mejor que los demás. Tercero, precisamente por esto el gesto de una persona que ayuda a otra poniendo en riesgo su propia vida es un escándalo para la evolución, y debería ser algo a lo que los humanos mirásemos con escarnio, y no con admiración. Tenga presente también la consecuencia del argumento de que la ley moral sería un puro resultado de la evolución: querría decir que nuestro sentido del bien y del mal es pura ilusión, un sucio truco de la selección natural, con ningún significado ni valor. ¿Es ésta una conclusión que se verifica en la experiencia de alguien?”.



Artículo publicado originalmente en paginasdigital.es




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