La huella de la Araucanía

Loreto Pollak | Sección: Sociedad

Cuando empezaba a efervecer el Romanticismo ocasionado por Beethoven, unas pocas almas intrépidas vieron en las selvas de la Araucanía su propia Séptima Sinfonía. Del modo más lógico, pensando y actuando, delinearon un futuro para inteligentes y entusiastas. Pero le dimos la espalda a su esfuerzo, mostrando todo el insulto de la insensatez. ¡Créanme! Tuvimos un tren destinado a hacer la ruta bioceánica, uniendo Lonquimay con Zapala: “El trasandino por Lonquimay uniría los puertos del Atlántico de Buenos Aires y Bahía Blanca con los puertos chilenos de Talcahuano, Lebu y futuro Puerto Saavedra, facilitando enormemente la salida de productos chilenos”. Por algo Lonquimay se llamó en un principio “Villa Portales”. Hay algo de decisiva importancia comercial en este pueblo que es hoy una estepa magnífica, verde y sustanciosa, donde irónicamente el viento y la nada ensordecen de rabia por ese auspicioso futuro que se quedó en el pasado. Es que al menguar el negocio del ganado y la madera, a nadie más se le ocurrió qué hacer con la ruta trazada. Y las líneas ferroviarias se volvieron a poblar de ramaje, musgos y cuánto más.

Ese fue un desprecio profundo por la Expedición Recabarren. También por Gustave Verniory, ingeniero belga que llegó a estas latitudes a prolongar los trabajos de la vía férrea entre Victoria y Toltén, para lo cual se radicó en Lautaro entre los años 1889 y 1893. Es ingrato que la casa que habitó pudiera ser prontamente demolida por falta de recursos municipales para adquirirla.

Como Da Vinci, Verniory fue un hombre múltiple que vivió en el pueblo de mi familia, de la infancia de Nicanor Parra, de Jorge Teillier, entre otros renombrados personajes más. Compiló sus memorias en un libro titulado “Diez años en Araucanía, 1889 – 1899”, donde se lee sobre su personalidad en la nota preliminar que escribe Guy Santibáñez: “La simplicidad de vivir los contactos humanos aún con seres muy poco importantes, la curiosidad permanente que lo lleva a aprovechar cualquier oportunidad que le permita la exploración de algo novedoso, el saludable sentido del humor y especialmente la capacidad tan fina y penetrante, para observar lo que sucede a su alrededor”.

Y qué decir de los Sacerdotes Capuchinos provenientes de Baviera; artistas de asombrosa dedicación que revistieron con maravillosos frescos ornamentales las paredes y el cielo de la Capilla del barrio Guacolda.

Lautaro quiere decir “Halcón Ligero”. Puede ser que los próceres libres de espíritu que le dieron vida a la Araucanía hayan sido atraídos inconscientemente por significados tales. Porque ante todo percibían que ningún avance científico, ninguna nueva tecnología sería capaz de traer progreso sin la existencia previa de personas sensibles y juiciosas. Cualquier trabajo resulta en vano sin esta condición.

Somos la base de todo, que no vuelvan a cerrarse caminos por inconsciencia y desinterés.

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