Cristo Rey y las elecciones

Joaquín Reyes Barros | Sección: Política, Religión

Este domingo 26 de octubre se celebró, según el calendario litúrgico tradicional, la solemnidad de Cristo “Rey del Universo”. Esta fiesta -que en el nuevo calendario se celebra al cerrar el año litúrgico- nos recuerda que Cristo no sólo debe reinar en el corazón de cada individuo, sino también en la sociedad: es la llamada “realeza social de Cristo”. La celebración de esta fiesta –dice el Papa Pío XI en su Encíclica Quas Primas–, que se renovará cada año, enseñará también a las naciones que el deber de adorar públicamente y obedecer a Jesucristo no sólo obliga a los particulares, sino también a los magistrados y gobernantes.

Por otra parte, este domingo se celebraron las elecciones municipales, donde cada ciudadano opta por su candidato preferido y lo premia con su voto. Una persona, un voto: así reza la máxima fundamental del “libre juego democrático”. Todos somos iguales en este día: rico y pobre, varón y mujer, sabio e ignorante, santo y pecador. Todos valen lo mismo, todos deciden: de la igual dignidad de todos los hombres se deduce, falsamente, la igual dignidad de todas las opiniones. Candidatos de uno y otro lado someten sus propuestas y su visión de mundo al escrutinio popular. Si la gente quiere un candidato que reparta la píldora del día después, lo tendrá. Si no lo quiere, no lo tendrá. Así, el pueblo elige, el pueblo se siente poderoso. El pueblo se cree dueño del bien y del mal.

¿Cuál es el fundamento de la “realeza social de Cristo”? En el plano estrictamente filosófico, que Dios es el fin último del hombre, y a él debe dirigirse toda actividad humana. En el plano teológico, la verdad inefable de que Dios es el Creador de todo lo que existe, y que por lo mismo todo le pertenece y a Él se ordena; y el misterio insondable de la Redención operada por Cristo, quien compró con su sangre la salvación del género humano. Y el que compra, se hace dueño. Cristo es Rey del Universo, y el César debe obedecer a Dios.

¿Cuál es el fundamento del “libre juego democrático”? La utopía de que todos los hombres poseen igual capacidad de deliberación; la creencia de que para gobernar no se requiere ningún saber distinto al técnico, que la “voluntad popular” es capaz de decidir qué es lo bueno y lo malo, que nada hay que escape al libre arbitrio del hombre. En definitiva: que el fin último del hombre es el hombre mismo. Tanto izquierdas como derechas, aunque parecen distintas, buscan lo mismo: el Paraíso en la tierra.

No es que votar en las elecciones sea en sí malo. Que haya cargos de elección popular puede ser, en determinadas circunstancias, hasta lo más conveniente. Incluso, en temas municipales puede tener algún sentido que los habitantes de la comuna designen entre ellos a quiénes sean sus representantes. No es éste el problema. El problema está en que lo que se intenta decidir con el voto es algo que sobrepasa los límites del arbitrio humano: ¿es posible decidir si algo es bueno o malo votando? ¿Podemos decidir por votación si Dios existe, o si Dios se ha revelado, o cuál sea la religión verdadera? ¿Es materia de votación cuál sea el fin último del hombre?

De esto no se escapan ni las izquierdas ni las derechas: candidatos de un lado y otro se comprometen a someter a voluntad popular los principios fundamentales de la vida en sociedad. La gran mayoría de los candidatos, y no sólo de la Concertación sino también de la Alianza por Chile, están dispuestos, por ejemplo, a entregar la píldora del día después, traicionando así a la misma Patria a la que creen servir. Políticos profesionales capaces de vender su alma a costa de salir electos, capaces de entregar a Dios al arbitrio popular, tal como Cristo fue entregado al pueblo para que hiciera con él lo que quisiera. Y aquella minoría que aún no está dispuesta a someter sus principios al escrutinio popular (me refiero aquí a todos aquellos políticos que se han mantenido firmes en la defensa de los principios, a pesar del oprobio y de las críticas que han tenido que soportar hasta por gente de su misma coalición política: estoy seguro de que algunos han soportado tales presiones incluso de modo heroico), lamentablemente no alcanza a ver (quizás inculpablemente, no se trata de juzgar conciencias) que la sociedad se ordena a Cristo como a su fin, y que el fin último del hombre es uno solo y no, como parecen creer algunos, “uno para el ciudadano” y “otro para el cristiano”.

Como decía un jesuita argentino que escribió largo y tendido sobre el Apokalypsis, la sociedad moderna le reprocharía a Cristo que no acabó con la cuestión social. Y es que la democracia busca un Salvador en la tierra, alguien que dé bienestar y progreso material indefinido: según este sacerdote, la sociedad moderna busca al Anticristo. Y lo encontrará, si es que no lo ha encontrado ya…pero ése es otro tema.

Dos celebraciones el mismo día, sobre el mismo tema. Dos visiones sobre Dios, el hombre y el mundo totalmente contrapuestas, puestas juntas. La Iglesia celebra la realeza de Cristo y con ella ensalza al hombre, la sociedad celebra la realeza del individuo y con ella excluye a Dios. La Iglesia afirma: Cristo es Rey. La sociedad responde: No tenemos más rey que el César.




Joaquín Reyes B. es estudiante de Derecho y Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

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