¿Es lo que Chile quiere?

Monseñor Fernando Chomalí | Sección: Familia, Sociedad, Vida

En medio de las celebraciones patrias, una serie de noticias y avisos publicitarios deben hacernos pensar y reaccionar, dado que tocan lo más preciado que tenemos: los niños y la familia.

En efecto, a la noticia de una mujer que había arrendado su útero se sumó la de una chilena que había sido inseminada con semen de un extranjero y que estaba embarazada. Como si fuera poco, se supo de una empresa que promueve la donación de óvulos para aquellas mujeres que no los poseen.

¿Es lo que Chile quiere? Que la mujer sea considerada una incubadora que arrienda su útero como si fuera una “cosa” que no tiene nada que ver con ella y su cuerpo, y no parte sustantiva de su ser. ¿Es lo que Chile quiere? Que, fruto de acciones previsibles y evitables, haya cientos y miles de niños que no conocerán nunca a sus padres o madres y que serán verdaderos huérfanos biológicos…

No faltan quienes argumentan que hay cientos de niños abandonados que no conocen a sus padres biológicos y que son adoptados. Sin embargo, la situación es radicalmente distinta. Sí, porque en el primer caso se realizan acciones premeditadamente, en que se sabe que el concebido no conocerá a su padre o a su madre. En el segundo, se le busca una familia a un niño que no la tiene.

La pregunta de fondo que hay que hacerse: ¿tiene alguien derecho a gravar una carga tan pesada a un niño? La respuesta es no. El niño tiene el derecho a nacer en el contexto del amor conyugal, ser procreado por sus padres, llevado en las entrañas de su madre y ser educado por ellos. El deseo de querer un hijo, por muy legítimo que sea, está supeditado al derecho del hijo y a su bien. Detrás de todas estas fórmulas, que pueden llegar a que un niño tenga tres madres (la que puso el óvulo, madre genética; la que lo encargó, madre social; y la que arrendó su útero, madre uterina) y dos padres (el que lo encargó, padre social, y el que proveyó el semen, padre genético), se esconde la idea de la irrelevancia del matrimonio y de la familia. Se esconde la idea de que nos comprendemos como seres humanos sólo desde la biología y que nuestra genealogía es irrelevante, así como nuestros lazos familiares e históricos.

Así, sin más, poco a poco nos estamos convirtiendo en mero material biológico con el que podemos hacer lo que queramos. Venderlo, comprarlo, congelarlo, desecharlo, usarlo para investigaciones, y todo aquello que los avances científicos y los deseos de las personas permitan. No faltará quien leyendo estas líneas plantee que esto demuestra una vez más que la Iglesia se opone a los avances científicos. La verdad es que ello no es así. La ciencia y la técnica son un bien inmenso, pero no es moralmente neutra ni menos, una esclava de los deseos de las personas. Será legítimo su quehacer, y moralmente aceptable, cuando se ponga al servicio de las personas y del bien de ellas… y no al revés.
Creo que debemos pensar seriamente qué derecho tenemos de permitir que en nombre de los avances científicos se manipule de manera tan flagrante a los seres humanos; especialmente, a los más débiles. Hemos de estar muy atentos. Detrás de todas estas fórmulas, que resultan a primera vista muy atractivas porque dan la posibilidad a una mujer de ser madre, se esconde un verdadero eugenismo, dado que siempre habrá selección de semen, óvulos y embriones. Así, el hombre se apodera de todo, incluso se permite decidir qué seres humanos y con qué características merecen vivir o no. Se acabó el reconocer en el otro un misterio por descubrir, y que de suyo produce estupor, para entrar en la lógica del control de calidad, de los precios, del producto y de los desechos. Así, el ser humano deja de ser procreado y pasa a ser producido.

¿Quién responderá cuando un niño pregunte por su mamá o su papá biológicos? ¿Quién responderá cuando pregunte con qué derecho hicieron esto? Esas preguntan están en el corazón de miles y miles de niños que no han podido conocer a sus padres biológicos; muchos de éstos, que costeaban sus estudios donando semen y que probablemente tengan muchos hijos pululando por el mundo; y con hermanos que jamás llegarán a conocer; o con hermanos que, sin saber que lo son, terminarán casándose. ¿Quién sabe qué puede pasar?

Llegó la hora de pensar en estos temas. Especialmente, porque en Chile no hay legislación que regule estas prácticas, las que lamentablemente se realizan. Hemos de legislar para que cada ser humano tenga una filiación conocida y se respete la vida desde el momento de la concepción. Ello implica que se debe prohibir toda técnica que implique que los embriones queden indefensos y su futuro sea incierto, así como las que se realizan con gametos de terceros. También se ha de prohibir toda técnica que se realice fuera del contexto del matrimonio, como acontece en países donde mujeres solteras o lesbianas recurren a tales procedimientos para ser madres, sin importarles en absoluto que esa creatura no tendrá un papá que se haga cargo de ella.

Se debe legislar para que algo tan personal como es la vida de una pareja no sea objeto de una intromisión indebida y que la vida humana quede supeditada a la pericia de terceros. El ser humano, cada uno de ellos, esconde un misterio muy grande que ha de ser respetado y admirado, pero no manipulado. Por último, a los matrimonios que no pueden tener hijos los invito a que se abran a la posibilidad de adoptar. Hay muchas creaturas que necesitan un padre y una madre. Allí hay un gran gesto de amor. La experiencia de tantos matrimonios que han adoptado hijos así lo confirma.



Nota: Este artículo fue publicado originalmente en Revista Capital.

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