Profecías de Pablo VI

José Luis Widow | Sección: Familia, Religión, Sociedad, Vida

A cuarenta años de la Humanae Vitae

José Luis WidowLa carta encíclica Humanae Vitae de Pablo VI está cumpliendo cuarenta años. Fue publicada el 25 de Julio de 1968. Son cuarenta años en que ha sido ignorada, despreciada, atacada, ridiculizada. Y si los ataques eran esperables de los enemigos de la Iglesia, no fueron menos en cantidad y agresividad los que recibió –y sigue recibiendo– de muchos católicos. Muchos teólogos morales la atacaron teóricamente. Otros insistieron, cínicamente, en que no era enseñanza ex cátedra. Que era sólo una opinión del Papa. Tantos y tantos sacerdotes la ignoraron en los confesionarios. Inmensas cantidades de laicos, por comodidad, se hicieron los sordos o buscaron el movimiento o el confesor más laxo. Así hacían lo que ellos querían, y no lo que la Iglesia enseñaba, pero acallaban su conciencia. Cuántas sonrisas socarronas y de medio lado se han visto ante la sola mención de esta encíclica.

En el mundo no católico, en términos generales, la Carta Encíclica fue vista por algunos como una rémora de una Iglesia que no terminaba de modernizarse, de aggiornarse. Por otros, casi como una cosa curiosa o folclórica de un medioevo ya ido. Los gobiernos laicistas predominantes en el mundo la ignoraron absolutamente. Aun más, prácticamente todos han aplicado políticas directamente contrarias a las enseñanzas que estaban contenidas en ella. En Chile, a la par que el Papa enseñaba acerca del ejercicio de la sexualidad en el seno de un amor matrimonial abierto a la vida, el gobierno de Eduardo Frei Montalva hacía exactamente lo contrario aplicando por primera vez en la historia de la nación planes masivos de control de la natalidad.

Pero el Papa, ya en la misma Encíclica, advertía de los riesgos que traía consigo la contracepción artificial. Señalaba que la difusión de estos métodos abriría un campo gigantesco a la infidelidad, pues evidentemente se dejaría de temer por la existencia de una “prueba” de ella. ¿Y qué pasó? La conciencia de que uno hombre se debe a una mujer y una mujer a un hombre, antes del matrimonio y durante él está simplemente pulverizada. La práctica sexual precoz está muy extendida. La sexualidad extramatrimonial si se ha extendido entre los hombres ya casi sin conciencia de que sea infidelidad, entre las mujeres no ha ido tan de atrás. Por supuesto, el resultado es que la institución matrimonial está, en la práctica, por los suelos. Infiernos intramuros, separaciones y divorcios están a la orden del día. Niños y jóvenes que van por la vida sin ejemplos, sin guías, sin normas y sobre todo sin amor ni cariño se encuentran en cada vuelta de la esquina. ¿Y qué decir de las mujeres abandonadas y pauperizadas que intentan como pueden educar a unos niños que también necesitan a un padre desaparecido?

El Papa advertía, también, sobre la degradación moral que se seguiría de un  ejercicio de la sexualidad irresponsable separado del verdadero amor y de la procreación y añadía, a renglón seguido, que los más afectados por tal degradación serían los jóvenes. ¿Se equivocó el Papa? ¿Qué hay de esos jóvenes hoy desmoralizados, sin ánimo para hacer nada más que matar el tiempo que transcurre monótono y aburrido? ¿Dónde están esos jóvenes que no se interesan por el bien común y se recluyen en su pequeño mundo hedonista? ¿Qué hay del ambiente erotizado al extremo que produce ese embotamiento del alma que queda insensible frente a los bienes espirituales? ¿Qué hay de esa sensualidad que está a flor de piel y que termina impidiendo ser señor de sí mismo y, así, tener el control de la propia vida?

 El Papa también previó que los sistemas contraceptivos llevarían a la pérdida del respeto a la mujer, quien pasaría a ser, simplemente, objeto del goce egoísta de los varones. Los invito a prender la televisión, a abrir una página cualquiera del diario, a escuchar una conversación de varones solos. Habrá una alta probabilidad de que lo que encuentren sea una mujer objeto, cuyo fin es despertar y satisfacer los deseos sexuales masculinos.

Por último, Pablo VI anunciaba que no sería raro que los estados favorecieran o hasta impusieran masivamente los métodos anticonceptivos que a ellos les parecieran más eficaces. Hoy podría preguntarse qué Estado no lo ha hecho y, probablemente, la respuesta sería el silencio. China llegó al extremo de imponer el aborto obligatorio como complemento de los sistemas contraceptivos. Pero si en China fue impuesto, casi todos los demás países del mundo, y los occidentales en la vanguardia, han favorecido el aborto, siendo coherentes con la mentalidad antinatalista que ve en los niños una carga: cuando el método anticonceptivo falla, simplemente se elimina lo que nunca se quiso. En Chile, sin ir más lejos, aparte de la distribución de anticonceptivos y de la implantación de dispositivos intrauterinos que se hace en los consultorios públicos, el gobierno de Bachelet ha favorecido cuanto ha podido la distribución de una píldora abortiva.

¿Y qué decir de otros efectos? Como por ejemplo el aumento de las enfermedades de transmisión sexual, no sólo en cuanto al número de infectados, sino también al tipo de enfermedades, que, por lo demás, afectan en la mayoría de los casos a la mujer. De cinco que había en la década del sesenta, hoy hay más de veinte. ¿Y qué de los problemas de falta de población? Sociedades con la pirámide poblacional invertida, en las que los jóvenes no dan abasto para sostener a los viejos. ¿Será la creciente aceptación de la eutanasia una respuesta inconciente pero lógica de esas sociedades a ese exceso de viejos, producto de la píldora?

La carta encíclica fue profética. Aunque habría que reconocer que el profeta, si bien acertó, probablemente se quedó corto. Sin embargo, el acento de la Humanae Vitae no estaba en la denuncia, sino en la invitación paternal que hacía a vivir y divulgar aquellos principios que hacen posible el verdadero amor humano en el matrimonio. La Encíclica, al mismo tiempo que mostrar un camino que con toda seguridad conduce a la infelicidad, indicaba aquel que lleva a la felicidad no solo propia, sino también de los demás. En la Encíclica se podrá encontrar lo necesario para entender la naturaleza grandiosa del matrimonio y de la sexualidad, que se ordenan, ambos, a la procreación de nuevas vidas humanas de infinito valor. Se hallarán en ella los principios por los cuales el amor no se reduce a un pasajero corazón inflamado, sino que, inflamando el corazón, va mucho más allá al impregnar todos los recovecos del alma y del cuerpo –inteligencia, voluntad, sentidos– haciendo que el amante se entregue con generosidad y sin reservas al amado: al posible nuevo hijo, a la mujer, al marido.

Estos cuarenta años de la Encíclica son una muy buena ocasión para desempolvarla, releerla y comenzar o volver a aplicar con nuevo brío sus enseñanzas.

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