En Praga y en Santiago

Gonzalo Rojas Sánchez | Sección: Historia, Política

Gonzalo RojasEl 20 y 21 de agosto de 1968 -40 años atrás exactamente- no son sólo días de ignominia para la Unión Soviética y los restantes países del pacto de Varsovia que invadieron Checoslovaquia. Lo son también, y con especial gravedad, para el Partido Comunista de Chile y sus actuales aliados.

El PC criollo siguió con gran interés todos los acontecimientos de Checoslovaquia, dedicándoles -antes y después de la invasión- amplia y continua atención a través de su órgano de prensa, El Siglo, por la importancia de los aspectos doctrinales y estratégicos que estaban en juego. Inicialmente, el Partido chileno vio con simpatía el proceso de cambios llevados a cabo en Checoslovaquia, ya que, a su juicio, había que superar los errores cometidos y quienes debían hacerlo eran los propios checos. Pero, al conocer la entidad concreta de esos cambios, los comunistas chilenos calificaron la realización de algunos de ellos como una amenaza al socialismo, provocada por el «imperialismo» y «los reaccionarios dentro de la propia Checoslovaquia».

En todo caso los comunistas chilenos consideraron, hasta el día de la invasión, que quienes debían conjurar la amenaza eran los propios comunistas checoslovacos, en unión «fraternal» con el Partido Comunista de la URSS.

El PC de Chile apreció siempre el caso checo como un problema que afectaba en sus resultados a todo el mundo socialista. De ahí su insistencia en la necesidad de conducir el proceso en el marco de la «unidad internacional-proletaria» y de los principios del marxismo-leninismo.

Producida la invasión, la adhesión del PC de Chile a la medida adoptada por la URSS y los demás firmantes del Pacto de Varsovia, fue rotunda. El Partido chileno consideró imprescindible dejar de lado matices y centrarse en un hecho fundamental: el socialismo estaba amenazado en Checoslovaquia y, por lo tanto, había que tomar las medidas para protegerlo; correspondía al Partido Comunista de la URSS determinar las acciones concretas que había que adoptar, optándose en el caso checo por la invasión militar. La fidelidad del comunismo chileno a la doctrina Brezhnev fue, entonces, absoluta, aunque manifestó ciertos reparos por los procedimientos concretos empleados.

Ante los ataques que sufrió su postura -diferente de la de muchos otros Partidos comunistas del mundo, que rechazaron la invasión- el Partido Comunista de Chile montó toda una campaña destinada a difundir su posición y a rechazar las críticas que los demás sectores, también los de la izquierda chilena, hicieron con enérgicos argumentos.

La adhesión de los comunistas chilenos a la doctrina Brezhnev ponía -al menos desde un punto de vista teórico- en grave riesgo la seguridad nacional de Chile, puesto que en el caso de producirse el acceso del Partido chileno al poder, la defensa del socialismo constituiría un valor superior a la misma soberanía nacional. En 1968 los comunistas chilenos habrían estado dispuestos a llamar y recibir a las tropas de la URSS con tal de mantener un régimen socialista en Chile, si las circunstancias políticas la hubiesen exigido, y las condiciones militares lo hubiesen permitido. Quizás estas últimas fueron las que faltaron en 1973.

Hoy, -dicen los DC- una supuesta exclusión justifica los pactos por omisión. Que cada uno cargue con sus vergüenzas históricas.

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