En algunas cosas, hemos tenido un mal gobierno; en otras, simplemente, han sido dos años de ausencia gubernamental.

Bueno, da igual, porque cuando se hacen las cosas mal y cuando no se las hace, el perjudicado es siempre el mismo: la chilena de a pie, el chileno de la calle, que no encuentran en su Presidenta, en sus ministros, en sus intendentes y, en general, en los funcionarios del Estado, las debidas soluciones a sus problemas. Y, a veces, oh Transantiago, ellos mismos les crean incluso un nuevo problema. Es como mucho.

¿Porqué no ha habido Gobierno?

Primero, porque desde La Moneda no se busca el auténtico bien común. Priman las decisiones pequeñas, sectarias, ideologizadas, apresuradas. En salud, en transporte, en educación, en seguridad ciudadana, en relaciones internacionales, etc., casi todo ha sido así, a la carerra, improvisado, parcial, corto de miras, sesgado.

A continuación, porque la corrupción se ha enquistado y crece. Una ideología de la corrupción, la llamó un ex concertacionista. Una ideología y una práctica. Ya no alcanzan los ceros para las cifras que se manejan; otros muchos ceros están ocultos todavía, porque los corruptos no son todos tan, tan desfachatados. Algunos lo han hecho, “mejor” y siguen sin ser descubiertos.

Una tercera razón es que ese mismo no-Gobierno maltrata a la sí-Oposición, por el solo hecho de serlo. La ha querido sumisa, doblegada, silenciosa. Así el Gobierno se ha querido privar de la otra mirada, lo que es impropio del sistema democrático en el que a ambos les corresponde actuar. Entonces, un gobierno así, ha ido pasando poco a poco de discriminador a antidemocrático.

Finalmente, porque ésta ha sido una administración dilapidadora: ha dejado de lado a los mejores, los ha perdido para el servicio público (aunque quizás ya no le quedan en su sector) y ha botado por la ventana dineros a manos llenas, como nueva rica. Justo lo contrario de lo que se espera del que lleva el timón.

Efectivamente, son dos años sin Gobierno.