Corrupción: ¿Por qué se roba?

Benjamín Correa Palacios | Sección: Política, Sociedad

Rico. La palabra se refiere habitualmente al que tiene mucho dinero y, también, al placer que produce una determinada actividad.

Entre otras cosas placenteras, hay que gente que considera que es rico ser rico. Pero los que alcanzan placer con sus riquezas legítimamente ganadas, saben de sobra que los gozos que produce el dinero son pasajeros, limitados y, con frecuencia van acompañados de penas y desgracias. Los ricos de espíritu son habitualmente, en realidad, muy pobres en sus almas. Pero, al menos, muchos pueden afirmar que se han ganado esas platas con honradez y por medio de sus propias actividades. Y si, por lo tanto, aprenden a ordenar adecuadamente la relación entre dinero y espíritu, hasta puede resultar de verdad, rico… ser rico.

El problema es insoluble cuando se llega a ser rico por medio de las platas del Estado o de otros particulares a los cuales, por algún medio oculto, se explota en beneficio propio y en perjuicio del bien común. ¿Por qué se roba? ¿Por qué esa corrupción?

De nuevo, la razón primera es la misma: es rico ser rico, y eso lo sospecha hasta el más primitivo funcionario público o el más elemental particular que contrata con el Estado o uno de sus órganos, por descentralizados o locales que sean. No hace falta ser gran capitalista para gozar de la plata.

Ciertamente los riesgos son enormes, porque se vulnera la ley, se arriesga el propio trabajo, se pone el prestigio en estado precario, se dañan la propia voz, la propia mirada, la propia soltura en los actos diarios. Pero el que se corrompe, supera todos esos temores porque tiene otro mayor: Perder el poder, quedarse sin el apoyo económico que le da su actual trabajo. Quizás no sabe hacer otra cosa, y, si cambia el gobierno (nacional o local), talvez no tenga cómo alimentar a los suyos. Se corrompe, entonces, por supuestas razones de seguridad futura.

Sin duda una tercera razón avala el comportamiento del ladrón por corrupción. Las platas en las que se implica, no son de nadie, piensa, ya que son de todos, cree, porque son del Estado, afirma. Y entonces, como no daña a nadie en concreto con sus recortes y maniobras, roba.

Una cuarta razón es que desde que se inició en las tareas públicas, el corrupto ha vivido en estado mental de sacrificio perpetuo. Esto de servir a los demás es carga tan pesada y tan poco reconocida, piensa. No estaría mal, por lo tanto, procurarse un sobresueldo, una gratificación complementaria, una compensación legítima por sus enormes esfuerzos. Y, además, esos ingresos extra, si se los administra con cuidado, pueden constituirse en la caja que permita asegurar -en el caso de los cargos electivos- la permanencia en la posición actual, lo que le permitirá… seguir robando.

Al fin de cuentas, se roba porque de dinero y de servicio, de personas y del Estado, de administración y de política, no se entiende nada.

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