El IVA no es el problema

Gonzalo Rojas S. | Sección: Educación, Sociedad

En la quinta librería en la que solicité “apoya libros” -esos ángulos rectos de metal o madera que permiten sostener los ejemplares en el borde de las estanterías-  la joven vendedora me bajó definitivamente a tierra: “mándelos a hacer; no los va a encontrar en ninguna parte, porque ya nadie lee”.

¿Es cierto, ya “nadie lee”?

En un sondeo del 2013, el 45,7% de los chilenos adultos encuestados dijo que nunca lee un libro y el 7,1%, que no lo hace casi nunca, de tal manera que la población no lectora llegaba al 52,8%. Dos años antes, un informe aseguraba que el 40% de los estudiantes chilenos no leía nada y que otro 36% le dedicaba menos de 30 minutos al día. Además, sabemos que hoy los menores de 35 años están más de 6 horas diarias en su celular (una de las seis pantallas de las que disponen).

En mis casi 44 años en la PUC le pregunté muchas veces a mis ex alumnos qué libros estaban leyendo en sus restantes asignaturas y la respuesta -miles de respuestas- fue pavorosamente mayoritaria: ¡ninguno! ¿La razón por la que sus profesores no los estimulaban a leer? Simple: hay que controlar y ponerle nota a esas lecturas, para lo cual hay que destinarle tiempo al tema y tenerlas frescas; y además, hay que saber combinar lo clásico con estar al día… Ufff, mucho trabajo, para el modo en que un gran porcentaje de profesores universitarios entiende su tarea.

¿Consecuencias? Obvias: Entre el 44% y el 57% de la población chilena entre 15 y 65 años no entiende lo que lee; y la mayoría de los chilenos entre 18 y 65 años tiene un vocabulario que no supera las 800 palabras.

Los caminos que hay que recorrer para superar el problema son tan evidentes como arduos.

Como siempre, todo comienza en la casa, mediante el desarrollo de una connaturalidad con el libro: en la lectura en voz alta a los más chicos, en su presencia arriba de las mesas, en su irrupción en las conversaciones familiares (a veces comparándolo con la película paralela) en las compras en el mall, en la asistencia a las tantas ferias o stands (sobre todo de usados) que van concretándose a lo largo del año, en la pregunta “¿qué estás leyendo para Historia?” o “¿para Filosofía?”, en el regalo oportuno para el cumpleaños, la Navidad o el día de…

Y si eso vale para los más jóvenes, con los adultos debe hacerse algo similar. Desde hace años, las sesiones de formación que me toca dirigir a diversos grupos y que están dedicadas al comentario de un libro, muestran que son muchas las personas que disfrutan de esas instancias y que esas reuniones resultan eficaces. Hay que multiplicarlas, aunque cada libro que se lea deje la sensación de que nos aleja otro poco de la masa de los cuasi analfabetos.

No sólo de pelear contra el IVA vive la lectura.