Por un relato conservador en la derecha: Una propuesta

José Tomás Hargous F. | Sección: Política, Sociedad

En esta tribuna hemos intentado llamar la atención respecto del devenir de la derecha chilena. Sin claridad en el rumbo, con afición a las encuestas cual brújula de navegación, el gobierno encabezado por el Presidente Sebastián Piñera padece la opinión pública en vez de dirigirla, y su coalición rema para lados diferentes. Mientras la UDI arriesga terminar en la irrelevancia, Evópoli controla la agenda progresista, dificultando así la unidad de la derecha, tanto de discurso como de convivencia. Hemos dicho que para intentar resolver este problema debemos acudir a los gigantes de la historia y subirnos a sus hombros, para elaborar un relato político coherente en lo doctrinario, que tenga mística y que sea atractivo para las nuevas generaciones. En columnas anteriores, rescatamos a Alberto Edwards y a Jaime Guzmán, quienes vivieron crisis en la derecha y en el país, y acudieron a antepasados y maestros para articular un proyecto político de largo plazo.

¿Por qué creemos que el relato a enarbolar debe ser conservador? Porque históricamente, el conservadurismo en Chile ha sido capaz de articular principios inmutables y acordes a la naturaleza humana, alejándose de las ideologías y, en momentos complicados de nuestra historia, encarnándose en grandes estadistas. Tanto en la década de 1830, como en la crisis del Centenario y en la de 1973, fueron los conservadores los que se lanzaron a rearmar institucionalmente el país. Con mayor o menor éxito, buscaron imprimir sus ideas en gobiernos reformadores, como Prieto, Ibáñez y Pinochet –esto no significa que sus gobiernos hayan sido perfectos ni mucho menos–.

Hemos visto que en los últimos años, con el auge de la izquierda más radical, en la derecha, ha surgido el liberalismo en dos vertientes, tanto libertario como progresista y, junto a ellos, los socialcristianos, que han intentado restaurar la identidad de la derecha. Por su parte, el conservadurismo pareció despertar para la elección del año pasado bajo el alero de José Antonio Kast. Pero falta una buena articulación de conservadores y socialcristianos en política.

Pensamos que hoy es necesaria una propuesta conservadora que presente un proyecto político de largo plazo, con ideas y principios trascendentes y un estilo distinto. ¿Por qué hablamos de propuesta? Justamente, para distinguirlo del programa y del modelo, que presentan soluciones ideológicas sin tener en consideración la realidad del país o su historia.

Una propuesta conservadora debe tener como uno de sus pilares fundamentales el entender que la política es una forma de servicio y que los partidos no son empresas de headhunters para primos y amigos. El político conservador debe vivir la actividad política como una elevada forma de servicio a su país y no para enriquecerse o enriquecer a sus cercanos. La transparencia y la probidad, por tanto, junto con el combate a la corrupción también deben ser centrales.

Además, cuando las bases de nuestra institucionalidad y de nuestra sociedad son discutidos por un sector político, se debería esperar que el otro los defienda con fuerza. Pero pareciera que la derecha se resignó a que sus ideas sean derrotadas, y en el camino se comprometieron a administrar esa derrota doctrinaria.

Fue Piñera en su primer gobierno quien legisló sobre la unión civil y la ley antidiscriminación, fue él quien propuso cambiar el binominal. Fue Piñera en su segundo gobierno quien se arrepintió de revisar la ley de aborto, quien “se dio vuelta la chaqueta” en el tema de identidad de género, luego de que “Una Mujer Fantástica” ganara el Óscar este verano. Fue Piñera en su segundo gobierno quien decidió implementar la reforma educacional de Bachelet II y debilitar a la sociedad civil. Al Presidente y a su coalición le faltan “pantalones” para defender lo que dice creer (prefiere darle la razón a sus adversarios, como la Nueva Mayoría o el Frente Amplio, o a sus amigos de Evópoli que trabajan con otra agenda), pantalones que hoy vemos sólo en José Antonio Kast y probablemente en Francisco Chahuán o en Manuel José Ossandón –lo que es un problema, los deberían tener todos bien puestos en Chile Vamos–.

En una crisis de confianza como la que tenemos, que atraviesa a casi todas las instituciones –Iglesia, políticos, empresarios, gremios, etc.–, no podemos darnos el lujo de tener un discurso “aflanado” y sin contenido. Debe ser, por el contrario, directo y transparente, con la verdad por delante. Es preferible que seamos pocos a que no tengamos idea de qué somos.

Y ese “no tener idea” de qué es la derecha permite que en su interior convivan partidos que defienden la vida, la familia, entre otros valores, con unos que son partidarios del aborto, la identidad de género y de cambiar la definición de matrimonio para permitir las uniones homosexuales. Decíamos en otra columna que esas diferencias no son personales, sino de fondo, porque se refieren a la visión de mundo de cada agrupación, la forma en cómo ve a la persona y la sociedad. El estar de acuerdo en empoderar a la sociedad civil o en promover la libre iniciativa económica no bastan si se tienen agendas contradictorias en los otros temas. Si se quiere un proyecto doctrinariamente coherente y de largo plazo exige repensar los límites de la coalición de centroderecha. No digo necesariamente que Evópoli no quepa dentro de ella, sino que se debe evaluar conforme a los principios de Chile Vamos y sus partidos.

Vemos que hay un problema grave de falta de probidad y de austeridad, tanto en el mundo público, como el privado. Por un lado, no podemos dejar que se usen los recursos (escasos) para enriquecer al hermano o al amigo, pero tampoco podemos vivir con un lujo escandaloso al mismo tiempo que hay gente que no tiene para llegar a fin de mes. Esa desigualdad, y no cualquiera, es la inmoral. La política debe ser vista y vivida como una forma de servicio a la sociedad y no sólo para obtener poder. Los políticos deben ser quienes se ocupen de buscar directamente el bien común.

Al mismo tiempo, a la derecha se le olvidó y sacó del debate la palabra pobreza. Tanto disminuimos la extrema pobreza que en todo el espectro político se creyó que ya ha sido erradicada y que ahora es necesario combatir la desigualdad y garantizar derechos sociales de segunda generación. Sin embargo, es injusto y profundamente inmoral querer, por ejemplo, pagarle la universidad a los más ricos cuando hay un millón de personas que no ganan lo suficiente para estar sobre el umbral de pobreza.

Sí, la justicia no es de izquierda. Al contrario, debe ser un principio fundamental en la derecha. Si queremos algún día ser desarrollados, siguiendo al mismo Presidente Piñera, ese desarrollo debe ser con respeto a ciertos valores fundamentales. No sólo podemos incluir el derecho a la vida, sino que sacar a la gente de la pobreza debe ser de primera importancia para el país. No podemos quedarnos de brazos cruzados ante injusticias como la vulnerabilidad de los campamentos, las carencias y abusos en el Sename, los aprovechamientos con los inmigrantes, con la situación de la Araucanía –terrorismo, pobreza, falta de Estado de Derecho, etc.–, entre otras. De la misma forma, no podemos contentarnos con exiguo crecimiento de 3%, que si bien no es suficiente por sí solo, es crucial si queremos combatir la pobreza. Y ésta se resuelve con empleos estables y dignos (que se crean con crecimiento alto), y con educación de calidad que permita una alta movilidad social.

¿Y cuál sería esa propuesta conservadora? Primero, una que defiende principios que no dependen ni siquiera del régimen de gobierno de turno. Las personas tenemos una dignidad intrínseca, por nuestro carácter racional y nuestra capacidad de trascender. El conservadurismo deberá defender el carácter inviolable de la vida humana frente a legislaciones como el aborto (ya legal) o la eutanasia. La persona es por naturaleza un ser social, que está llamado a vivir en comunidad. En primer lugar está la familia como sociedad básica. Para tener ese carácter, debe estar fundada en el matrimonio, y éste ser entendido como la unión estable (si no permanente) entre un hombre y una mujer con apertura a la procreación.

Como decíamos, el hombre es incapaz de alcanzar su fin último de forma aislada, por lo que se organiza en torno a asociaciones con fines específicos, cada una de las cuales contribuye al bien común, y debe ser autónoma para cumplir dichos objetivos. Las sociedades más complejas deberán ayudar a las que son más cercanas a la familia, sin ahogarlas, lo que se conoce como subsidiariedad. En el campo económico, el Estado deberá regular y coordinar la iniciativa privada, y actuar de forma subsidiaria o supletoria cuando la sociedad civil y las empresas sean incapaces de cumplir sus fines propios. Además, tendrá un rol preferencial en la superación de la pobreza.

En paralelo, pensamos que la religión debe jugar un rol público (no estatal) dentro de la sociedad. Siguiendo al Papa Francisco, la Iglesia “no puede ser una ONG piadosa”. En consecuencia, pensamos que debe ser una institución pública, y su participación en la sociedad debe ser de esa forma. La crisis que la aqueja lo complica bastante, pero por su historia y su experiencia, la Iglesia debe ser autoridad en materias morales dentro de la sociedad. Creemos que su doctrina social, sistematizada y profundizada desde el siglo XIX, puede ser un fundamento profundo de esta propuesta.

Segundo, pensamos que el Presidente de la República deberá defender y vivir estos principios. La autoridad política, es decir el Presidente, deberá dirigir los rumbos de la nación, al contrario de lo que hace el actual gobierno, que “navega en los vaivenes de la discusión política”. El Estado debe tener como fin primordial la consecución del bien común, a través de los principios de subsidiariedad (las sociedades mayores deben ayudar a las menores) y solidaridad (todos tenemos el deber de hacernos cargo de todos, en particular de los más débiles). Además, frente a las tentaciones parlamentaristas, debemos recordar que ese modelo fue probado en Chile, con consecuencias nefastas para la institucionalidad. Por el contrario, si Alberto Edwards estaba en lo correcto, el régimen presidencial responde más adecuadamente a la historia de nuestro país, tanto desde el período hispano como durante nuestra vida independiente.

Los últimos gobiernos han demostrado un déficit de autoridad. Clamar por un régimen parlamentario o semipresidencial sería parchar el problema y no buscar una solución de fondo. El problema es que el Presidente no cumple su rol de jefe de Estado y cabeza de la nación y, siguiendo a Bernardino Bravo, sólo hace (a veces) de jefe de su coalición. En consecuencia, el Presidente debe ocuparse de toda la sociedad chilena, debe dirigir sus destinos y buscar el bien común de toda esta comunidad política que llamamos Chile.

La situación es compleja, sin embargo, no hay que ser (tan) pesimistas. Ha habido intentos de repensar una derecha doctrinariamente coherente, como el documento político de Chile Vamos, el Manifiesto por la República y el Buen Gobierno, y los que día a día hacen centros de estudios ligados al sector, junto con el trabajo en terreno que ha hecho Acción Republicana. Pensamos que ninguno de ellos ha sido suficiente, pero van (iban) bien encaminados y es bueno retomar los que fueron interrumpidos antes de la última elección.

De la misma forma, tanto el primer como el segundo gobierno de Piñera han promovido políticas públicas y sociales importantes en la defensa de las ideas conservadoras. Por nombrar algunos, tenemos los Liceos Bicentenario, la reconstrucción luego del 27/F, el Ingreso Ético Familiar, el Aula Segura y el Compromiso País y la reforma al Sename. Proyectos como esos nos llevan por buen camino y hay que apoyarlos.

Nuestra Patria tiene una historia, desde los tiempos prehispánicos, pasando por la Colonia, y el Chile independiente. No puede ser que sólo seamos patriotas cuando la selección juega un torneo internacional, cuando celebramos el 18 o cuando hay una catástrofe en algún lugar del país. Debemos tener un profundo amor por nuestra Patria, sin caer en el chovinismo. Debemos ser orgullosos y agradecidos de nuestra Patria, por su historia única y diferente. Necesitamos mucho amor por nuestra Patria y no es bueno que el pesimismo nos ciegue. Debemos estudiar en profundidad nuestra historia nacional, quererla –con sus aciertos y errores, con sus luces y sus sombras–, y rescatar de ella gigantes que nos impulsen a querer el bien de Chile. Un pasaje de “La Araucana” nos puede ayudar:

Chile, fértil provincia y señalada

en la región Antártica famosa,

de remotas naciones respetada

por fuerte, principal y poderosa;

la gente que produce es tan granada,

tan soberbia, gallarda y belicosa,

que no ha sido por rey jamás regida

ni a extranjero dominio sometida”.