Sobre el “padre de la DSI”, Karl Marx

Jorge Soley | Sección: Política, Sociedad

Mi primer contacto con Marx (el pensador, no el cardenal) fue allá en mis años mozos, calculo que hacia 1988, cuando en la asignatura de Estructura, en Ciencias Económicas, me vi obligado a leer El Capital. Estábamos en plena perestroika, pero mi profesor había defendido una tesis doctoral sobre la eficiencia de las fabricas soviéticas (con estancia incluida en el paraíso socialista) y seguía insistiendo, sin siquiera pestañear, en que era una evidencia que el capitalismo iba a colapsar en breve debido a sus contradicciones internas (que, por supuesto no afectaban al socialismo real, una balsa de aceite que iba viento en popa).

A nadie que haya leído realmente El Capital le extrañará que recuerde aquella lectura como algo peor que una indigestión: aburrida, abstrusa, construida sobre falacias, un alarde continuo de hueca prepotencia y unos prejuicios ideológicos que la envenenan y le supuran por doquier. En suma, una lectura toxica, desagradable y árida, quizás eficaz para impresionar a los ignorantes, que como en la fábula del traje nuevo del emperador suponen que tanta oscuridad debe de ser reflejo de una arcana sabiduría, cuando en realidad estamos ante una gran estafa intelectual. Muy lejos, por cierto, del tono romántico y literariamente vibrante, aunque escalofriante en su desnudo llamamiento al terror, que encontramos en El Manifiesto comunista (quizás debamos atribuirle esos méritos a su coautor, Federico Engels).

El caso es que leo que el cardenal Marx ha declarado sentirse fascinado por los escritos de Karl Marx: “fascinantes”, con una “gran energía” y con un “gran lenguaje”. El cardenal también ha comentado que el Manifiesto comunista en particular le “impresionó bastante”, sobre todo en la manera en la que los escritos del economista –“uno de los primeros sociólogos serios”- “pueden ser muy útiles”. Para quien no lo haya leído, estamos hablando del libro que proclama lo siguiente: “Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el orden social existente”. Ya lo ven, todo muy cristiano y edificante.

Uno, más que escandalizarse, no puede evitar una sonrisa ante tan patético espectáculo: realmente hay clérigos a los que ni siquiera les frena el sentido del ridículo en su loca carrera por ganar el aplauso del mundo. Y digo que todo el asunto me produce una irrefrenable risa porque que un príncipe de la Iglesia se sienta fascinado por Marx y afirme, sin el menor rubor, que sin su aportación no habría Doctrina Social de la Iglesia significa, una de dos, o que no ha leído a fondo a Marx (quiero pensar que es lo más probable), o que su incapacidad para comprender lo que lee es oceánica. A no ser, siempre nos queda esta última opción, que se trate simplemente de un asunto de orgullo familiar.

En cualquier caso, no pretendo aquí realizar la refutación de las falacias de todo tipo que pueblan el funesto y venenoso pensamiento de Marx (en este caso me refiero a Karl). Me limitaré a recuperar un texto que escribí hace unos años tras la lectura veraniega de la biografía de Karl Marx escrita por Jonathan Sperber. Escribía que “de su lectura aparece un Marx ligeramente diferente del icono comunista habitual, no menos errado pero más humano, más contradictorio, más vital (como en su reiterada participación en duelos a muerte, medio al que era adicto para mantener su honor, una actitud bastante poco proletaria)” y señalaba, sin ánimo exhaustivo y sin ningún orden en particular, algunos aspectos que me habían llamado la atención y que muy probablemente le habrán pasado por alto al cardenal Marx. Les dejo con ellos:

1. Marx fue un típico producto de la burguesía liberal e ilustrada. Su familia abrazó las ideas de la Revolución que llegaron a Tréveris de la mano de Napoleón. Su padre le leía a Voltaire en voz alta al joven Marx. El protestantismo familiar, que habían abrazado para poder superar las restricciones que aún pesaban sobre los judíos, era liberal e ilustrado, no alejado del deísmo.

2. Marx se comportó toda su vida como un rígido burgués alemán. La tensión entre las exigencias de este modo de vida, que siempre quiso aparentar, y la realidad de unos ingresos escasos y precarios, hicieron que su vida fuera casi siempre una sucesión de deudas, impagos, crisis, sablazos a los amigos y peleas para conseguir herencias. Sus primos por parte materna, los Philips holandeses creadores del imperio industrial del mismo nombre, nunca le apoyaron económicamente, por lo que sus continuados apuros económicos no se aliviaron hasta que su amigo Engels no se convirtió́ en propietario de una industria textil en Manchester (donde los obreros eran debidamente “explotados”) y empezó́ a mantener a la familia Marx con los beneficios de la misma.

3. Marx sacó buenas notas en Latín y Alemán, mientras que sus resultados de Matemáticas eran malos. Curioso precedente para quien ha pasado a la historia con la etiqueta de “economista”.

4. Su periodo universitario se resume en poca asistencia a clase, borracheras y peleas. En estos ambientes se ganó el mote de “el moro” por su tez oscura, apodo que le acompañaría toda su vida.

5. Siempre fue un desastre llevando sus cuentas. Una carta de su padre durante su estancia en la Universidad de Bonn, las define como cuentas «à la Carl»: “deslavazadas y sin resultados. Sé más breve e incluye los datos relevantes. Simplemente pon las cifras siempre en columnas y la operación será́ muy simple”. Esta tendencia a la longitud y a la acumulación de datos no relevantes será́ uno de los defectos de su propia obra, como le reprocharán incluso sus amigos como Engels.

6. La relación de Marx con su novia y luego esposa Jenny, tal y como la conocemos a través de testimonios y por sus encendidas cartas, es típicamente romántica, asumiendo todos los clichés de ese movimiento, que Marx criticaría en teoría pero que encarnaría en su relación con Jenny (por cierto, nacida baronesa, tal y como reflejaba sus tarjetas de presentación a las que nunca renunció).

7. En su juventud, 1842, llegó a defender el uso de los cañones para detener las revueltas comunistas.

8. Los estudios en Paris que llevarían a Marx a convertirse en teórico del comunismo fueron financiados por burgueses de Colonia.

9. La frase “la religión es el opio del pueblo” no es original de Marx, sino que la tomó de Bruno Bauer.

10. La consigna “proletarios de todo el mundo, uníos” tampoco la acuñó́ Marx, sino Karl Schapper.

11. La frase de que la historia se repite, “la primera vez como tragedia, la segunda como farsa”, en realidad es de Engels.

12. Marx “inventó” la clase obrera para dar forma a sus propósitos políticos pero nunca la conoció́ a fondo, ni congenió con ella. Nunca confió́ en los obreros y pensaba que el movimiento obrero debía de ser guiado por intelectuales burgueses, revolucionarios profesionales. En su correspondencia con Engels se refieren a los obreros como die Knoten, que se puede traducir como los mentecatos.

13. Su visión del judaísmo sería hoy en día calificada como antisemita. En una carta a Arnold Ruge en 1843 escribe: “la fe israelita me parece repulsiva”. Y sobre su lengua, la definirá́ como “ese sonido gutural que maldice en cierto modo al pueblo elegido”.

14. Marx siempre tuvo un carácter irascible, intensificado por su penuria económica y, más tarde, por su mala salud.

15. Marx y Engels tendían a obsesionarse con sus rivales en el seno del movimiento socialista y no dudaban en atacarlos con los medios más rastreros: insultos (a Proudhon lo califica de parasito), burlas a su modo poco refinado de hablar (como hicieron con Stirner) o de vestir (como con Ferdinand Lassalle). A propósito de Lassalle, escribirá́: “Ahora veo con total claridad que, como demuestra la forma de su cabeza y el crecimiento de su pelo, Lassalle proviene de los negros que acompañaron a Moisés en la salida de Egipto (o quizá́ su madre o su abuela se apareó con un negro)”. Los radicales en el exilio eran “unos parásitos y unos ladrones”. Además, nunca se libraron del desprecio elitista a quienes consideraban unos ignorantes. Esto hizo que nunca fueran muy populares entre los obreros y los socialistas.

16. El éxito de Marx como líder de asociaciones socialistas fue más bien escaso. Bajo su dirección, la afiliación a la asociación de Trabajadores de Colonia descendió́ más del 90%.

17. Marx nunca renegó́ de la violencia y los crímenes revolucionarios (que él, personalmente, nunca perpetró). Escribió́, tras las revoluciones de 1848, que “lejos de oponerse a los presuntos excesos, como venganzas contra los individuos más odiados, los comunistas no sólo deben tolerarlos, sino asumir su liderazgo”.

18. Su exigencia hacia los demás era muy alta (superior a su exigencia para consigo mismo). Así́, criticó a Gottfried Kinkel, quien se defendió́ ante un tribunal prusiano apelando a los sentimientos nacionalistas de los jueces, por no provocar su fusilamiento, que lo hubiera convertido en mártir de la Revolución.

19, Marx era un pésimo orador. Tampoco tenía facilidad para las lenguas: siete años después de su llegada a Londres aún no podía mantener una conversación de sobremesa en inglés.

20. Marx se pasó toda la vida esperando la gran crisis que llevaría al comunismo. Cada vez que había una crisis económica, incluso si empeoraba su situación particular, se alegraba enormemente y todos en su familia lo celebraban. La constante anticipación de una crisis económica convirtió́ a Marx en el hazmerreír de sus camaradas londinenses y fue la noticia de la crisis americana de 1857 la que le sacó de la depresión en la que había estado sumido desde la muerte de su hijo, según relata su esposa en una carta. “La crisis americana es hermosa”, escribe Marx en una carta a Engels.

21. Marx escribió́ pocos libros y estos tuvieron pocos lectores y un éxito escaso. Fue, en cambio, muy prolífico y leído como periodista. Sus artículos publicados en prensa entre 1853 y 1862 superan en extensión al resto de su obra publicada en vida.

22. Marx fue un gran defensor del colonialismo británico en la India: pensaba que sólo a través de la imposición de instituciones occidentales y del capitalismo se podrían transformar las sociedades asiáticas.

23. En 1862, acuciado por la penuria económica, Marx aceptó presentarse a un puesto de trabajo por primera y única vez en su vida, alentado por su primo Philips. Parece ser que no le aceptaron por su pésima caligrafía.

24. En la guerra franco prusiana de 1870, Marx se alineó con Bismarck y llegó a escribir: “A los franceses les hace falta una paliza”.

25. Marx nunca concibió́ sus teorías económicas como enfrentadas a los clásicos, Adam Smith, David Ricardo, etc., sino como un desarrollo de las mismas.

26. En vida, Marx sólo publicó el primer tomo de El Capital, que casi no provocó ninguna reacción y que fue ignorado por los principales periódicos, lo que enfureció́ a Marx. Los tomos segundo y tercero fueron elaborados por Engels a partir de textos fragmentarios y apuntes de Marx. Es por ello que el marxismo es, en gran medida, obra de Engels (Norman Levine incluso llega a firmar que en vez de marxismo deberíamos hablar de engelsismo).

27. Marx amaba profundamente a sus hijos. Admiraba a Dante y Cervantes y, como escribiera su hija Eleanor, las obras de Shakespeare eran “la biblia de nuestro hogar”. También le gustaban sir Walter Scott, Dumas y Balzac. Era un gran admirador de Bach.

28. Marx era entusiasta de la brillantez de los oradores conservadores en el parlamento inglés. En especial, admiraba a Lord Randolph Churchill, cuyo hijo Winston tenía siete años cuando Marx le escribiera a su hija una carta en la que elogiaba al parlamentario conservador.

29. Marx fue enterrado con sencillez en una tumba con una modesta losa. El gigantesco busto que ahora corona su tumba fue erigido en 1956 por el Partido Comunista de Gran Bretaña cuando ya no era una persona sino un icono con cada vez menos relación con el Marx real.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por el autor en su blog Archipiélago Ortodoxia, http://www.infocatolica.com/blog/archipielago.php