Colegios en la arena

Bruno Moreno | Sección: Educación, Religión, Sociedad

Hace años, mi esposa y yo tuvimos que ir a hablar a los alumnos de un colegio religioso, como parte de una iniciativa diocesana. Pasamos por varias clases, contando nuestra experiencia como familia cristiana. En general, partíamos de nuestra propia historia para hablar de la importancia de la fe para la vida familiar, la vocación a la santidad, el matrimonio cristiano o el noviazgo, entre otras muchas cosas. Una de esas otras muchas cosas era la apertura a la vida según la moral de la Iglesia. En general, los estudiantes, de edad adolescente, escuchaban con bastante atención y hacían preguntas que mostraban su interés y, en ocasiones, su sorpresa ante algo que les resultaba completamente nuevo. Solo hubo una excepción y no se trató de un alumno, sino de un profesor, que, al oír hablar de apertura a la vida, empezó a resoplar, a poner mala cara y a mascullar por lo bajo, pero asegurándose de que todos lo oyeran. El profesor en cuestión era uno de los religiosos del colegio.

No estoy diciendo que hubiera relación, pero curiosamente, a las pocas semanas, el colegio se hundió. Literalmente. El edificio se derrumbó, gracias a Dios sin víctimas, por un defecto de construcción. Siempre me ha parecido un signo perfecto de lo que es un colegio “católico” que no está basado sobre la roca firme de la fe de la Iglesia: será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina.

Como contraste, quiero mencionar otro colegio que he visitado, este en Estados Unidos, cuyos cimientos están a la vista de todos, en la misma entrada del colegio, donde hay un cartel que dice: “Sepan todos los que entren aquí que CRISTO es la razón de la existencia de este colegio. Él es el maestro invisible pero siempre presente en sus aulas, el modelo de sus profesores y la inspiración de sus alumnos”.

En este caso, el colegio no se hundió después de mi visita, así que allí sigue, edificado sobre un cimiento firme y sólido, la roca que desecharon los arquitectos y que es ahora la piedra angular, Cristo, el Señor, adorado por los ángeles, anunciado por los profetas y proclamado por la Iglesia. Ojalá todos los colegios católicos pudieran decir lo mismo, pero me temo que es más bien la excepción que la regla.

Al margen de los riesgos arquitectónicos que, como hemos visto, presenta la falta de un cimiento verdaderamente católico, el efecto que tiene esa ausencia sobre los estudiantes es mucho mayor. A fin de cuentas, como decía el fundador de los scouts, Robert Baden-Powell, “el niño no aprende lo que los mayores dicen, sino lo que ellos hacen”.

He conocido colegios “católicos” en los que, tristemente, lo más importante era, según los casos, la excelencia académica, el dinero o la última causa progresista (ya fuera la justicia social, el tercer mundo, el pacifismo, la ecología o lo que estuviera de moda en ese momento). Puede que esos colegios enseñen matemáticas, biología y otras muchas cosas, si es que los estudiantes se dejan, si las modernas tácticas pedagógicas no lo impiden y según la habilidad de los profesores. Sin embargo, de lo que no hay duda es de que esos colegios grabarán a fuego en las almas de sus alumnos que lo más importante en la vida es tener éxito, tener dinero o cacarear siempre y en todo lugar la última consigna políticamente correcta.

Una de las grandes intuiciones de la teología católica (que parece haberse oscurecido en las últimas décadas) es la visión del maravilloso orden divino, que procede de la condición creatural del universo. Cada cosa tiene su lugar en la creación y en los designios de la Providencia y, en ese lugar, puede dar gloria a Dios y ser feliz haciéndolo: Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos. El pecado es la destrucción del orden divino y por eso destruye también la armonía no solo en el interior del pecador, sino en todo lo que tiene alrededor. Dañados por el pecado original (seréis como dioses), necesitamos que Dios nos vuelva a colocar constantemente en nuestro lugar en el orden divino. Es decir, necesitamos recentrarnos, volver a encontrar el Centro de nuestras vidas, que solo puede estar en Dios.

Lo mismo se puede decir de los colegios: constantemente necesitan recentrarse. Ojalá los colegios religiosos sean los mejores del mundo y ofrezcan una preparación académica sólida a sus alumnos. Sin embargo, si un colegio católico no tiene como su centro a Jesucristo, puede ahorrarse todo lo demás, porque no es más que sal que se ha vuelto sosa y solo sirve ya para que la tiren al suelo y la pisotee la gente.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por InfoCatólica, www.infocatolica.com