Padres y madres, aléjense!

Gonzalo Rojas S. | Sección: Educación, Familia, Política, Sociedad

La discusión de la ley de identidad de género ha vuelto a poner en la primera línea de las preocupaciones morales y culturales el problema de las relaciones paterno-filiales.

Desde quienes sostienen que a partir de los 4 años un niño ya debiera tener algún tipo de derechos para plantear su cambio de sexo -absolutos desde los 14, postulan- hasta quienes haciéndose los moderados se allanan a la petición siempre que se tenga el respaldo de los padres -entre los 14 y los 18- todos, todos, minan una vez más la patria potestad, ese conjunto de derechos que por naturaleza corresponden a los progenitores y que por siglos las leyes sensatas han reconocido y protegido.

Pero no, ahora son los niños -y eventualmente los jueces- quienes deberían determinar esto y lo otro, incluso dentro de situaciones de total normalidad y armonía familiar.

El niño, el adolescente, ¿joven divinidad? En parte sí, pero el objetivo fundamental no es ensalzar a esas criaturas, sino privar a los padres de su autoridad y derechos.

Por eso, durante Bachelet II, se planteó la posibilidad de asegurarle a los menores el secreto respecto del hecho de haber consultado un médico y, por cierto, sobre el contenido de esa consulta y de los consejos o tratamientos del doctor. Cada niño, dueño absoluto de su cuerpo; los padres, que lo hicieron y lo han venido cuidando, excluidos.

Por eso, también durante Bachelet II, se estudió el proyecto para garantizarle a los adolescentes la exclusividad de sus comunicaciones, impidiendo toda intromisión en sus dispositivos móviles o computadores por parte de sus padres. Los jovencitos, dueños de sus relaciones; los padres que se las han venido mostrando y desarrollando desde el primer acto de comunicación mutua, de nuevo excluidos.

Pedro Morandé lo explicó magníficamente, hace ya unos buenos años al hablar de “la persistencia de una ideología racional-iluminista que, a través de distintas versiones ha pretendido fundar la soberanía del individuo y del Estado, y la autonomía de la conciencia y del juicio, en la superación de todo vínculo de dependencia, siendo el más fuerte de todos el reconocimiento de Dios como Creador y Padre, y el reconocimiento de la paternidad humana.”

O las políticas sobre la infancia refuerzan los vínculos paterno-filiales, o serán políticas contrarias a los niños y a los jóvenes. La naturaleza es muy vengativa, no le gusta que se burlen de ella.