El legado de la visita de S.S. Francisco a Chile

Mario Correa Bascuñán | Sección: Familia, Política, Religión, Sociedad, Vida

Como estamos en tiempos de legados, creo que bien vale la pena analizar el que nos ha dejado la visita del Santo Padre a Chile, que creo no ha sido bien expresado en los medios de comunicación.

Cada uno de los discursos y homilías del Papa en Chile nos deja importantes enseñanzas y desafíos para la Iglesia chilena y para nuestra nación, en general, y para cada católico, en particular, que han sido reducidas al máximo por personas preocupadas de dañar el prestigio de la Iglesia.

Resulta curioso ver a muchos columnistas que se jactan de no ser católicos, ni siquiera cristianos, que se preocupen tanto de tratar de dañar a la Iglesia, cuya doctrina y práctica es tan errada, según ellos, y cuya feligresía ha disminuido tanto, que no debería distraer su atención. No soportan que la Iglesia dé enseñanzas morales a sus miembros –no a ellos-. Hacen gárgaras de pluralismo; pero no admiten las enseñanzas de la Iglesia a sus miembros y a las personas de buena voluntad.

De paso, miran al Papa como un Jefe de Estado, como un político y no como a un pastor de la Iglesia más importante del mundo.

Expresado lo anterior, pasaremos a analizar los contenidos de los diversos discursos y homilías de S.S. durante su paso por nuestra patria, pues es general conocemos su labor y sus orientaciones para toda la Iglesia, sobre la base de que su fuerte es la acción pastoral; pero resulta interesante ver cómo esas directrices se aplican concretamente en Chile.

I. Discurso a las autoridades de Chile, a la sociedad y civil y el cuerpo diplomático en el Palacio de La Moneda

Cabe destacar en este discurso, en primer lugar, el reconocimiento a la formación de nuestra patria chilena como una obra de las generaciones pasadas, en un continuo; y la tarea de proseguir cada día creciendo en el amor, la caridad y la solidaridad, ante la realidad de que existen personas en Chile que sufren situaciones de injusticia. Nos llama, entonces, a construir entre todos la casa, la familia y la nación llamada Chile, sobre la base de desarrollar, por parte de las autoridades y por todos, la capacidad de escuchar a los necesitados: los que no tienen empleo; los pueblos originarios, frecuentemente olvidados, para que se reconozcan sus derechos y no se pierda su identidad cultural; los migrantes; los jóvenes, para que tengan más oportunidades de formación y más protección frente al flagelo de la droga; a los ancianos; y a los niños.

Sobre la base de esa capacidad de escuchar, nos llama a cuidar la tierra frente a los problemas ecológicos y ambientales, aprovechando la sabiduría de los pueblos originarios; y a tomar una opción radical por la vida, en cualquier forma en que se vea amenazada.

Cuando llama a escuchar a los niños, expresa el dolor y la vergüenza que siente ante el daño irreparable que se ha causado a niños por parte de ministros de la Iglesia.

El Santo Padre sabía que esto era imprescindible, pues debe haber sido perfectamente informado de los abusos que se han conocido y del malestar que en la comunidad nacional ello ha producido, causando incluso el alejamiento de muchas personas de la Iglesia. En realidad, el daño que han causado esos ministros a los jóvenes abusados y a la propia Iglesia, es inconmensurable.

Entonces, es notable que el Papa haya pedido ese perdón y específicamente en La Moneda, ante las autoridades de todo Chile. Ha pedido perdón a toda la nación, por medio de los máximos representantes de la sociedad política y de la sociedad civil, y ante los representantes de todo el mundo –el cuerpo diplomático-.

Pero esto ha sido prácticamente lo único que se ha destacado de la visita del Santo Padre, puesto que se ha tomado como pie para pedir la remoción del obispo de Osorno, Monseñor Juan Barros. No había salido aún el Papa de La Moneda, cuando ya se había desatado una campaña en tal sentido, agitada por los medios de comunicación y avivada por varios miembros de una orden religiosa que se caracteriza por su frecuente desapego del Magisterio de la Iglesia, con total falta de caridad hacia el obispo. Tengo la impresión de que esa campaña estaba previamente planificada.

¿Es en verdad el obispo Barros el problema?  Se lo acusa de encubrimiento al padre Karadima, que tanto daño hizo; pero él dice no haber conocido la situación y, mientras no haya evidencias de lo contrario, se lo presume inocente. Se ha dicho que es inexplicable que, aunque no fuera culpable, puesto que produce división, el no haya, magnánimamente, renunciado. El Santo Padre se ha encargado de dar a conocer que en dos oportunidades ha presentado su renuncia y que él no se la ha aceptado.

He investigado la situación existente en Osorno y aparentemente se trata de un grupo de no más de cincuenta personas, apoyada por gran cantidad de personas de izquierda que ni siquiera son católicos, quienes se oponen a su designación. ¿De qué se trata, entonces todo este revuelo? Se trata, en realidad, de algo mucho más profundo, en los que Monseñor Barros es un pretexto. Se trata de desconocer la autoridad del Romano Pontífice para designar obispos, de manera que sean las comunidades de base quienes los elijan, como propugnan las teologías de la liberación. Por eso es que no puede ni debe renunciar, a menos que, como lo ha expresado el Papa Francisco, haya evidencias de su culpa.

II. Homilía en el Parque O’Higgins

El Papa Francisco está bien informado de que la sociedad chilena está dividida. Tanto se ha propugnado la lucha de clases, en diversos ámbitos, como la sociedad, la empresa y la familia, que efectivamente sea producido una fragmentación, especialmente en las élites.

Por eso, eligió para el Evangelio de la Santa Misa el sermón de la montaña o de las bienaventuranzas. Y nos llama a ser proactivos en la consecución de la reconciliación y de la paz.

Nos recalca que Jesús ve a la multitud; y que la multitud lo ve a él. Que recíprocamente Jesús y la multitud encuentran sus miradas; y que de ese encuentro nacen las bienaventuranzas. Nos agrega que las bienaventuranzas nacen del corazón compasivo de Jesús que se encuentra con el corazón de personas concretas que saben de sufrimiento; pero que saben más de superación y reconstrucción; de tesón y lucha para salir adelante. Y destaca que los chilenos saben de volver a levantarse y reconstruir, por su experiencia frente a las catástrofes naturales.

Nos señala que las bienaventuranzas nacen del corazón misericordioso que no se cansa de esperar y que está dispuesto a enfrentar la adversidad y la resignación de quienes piensan que no se pueden cambiar las cosas. Nos llama a dejarnos tocar por el Espíritu Santo, para trabajar por la paz, y recuerda “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios”.

Nos convoca, entonces, a la caridad, a comprometernos con la reconciliación; a trabajar para que otros vivan en paz; a ser pacíficos, para lo cual se requiere trabajar por la justicia. ¿Y cómo se trabaja para la paz? Nos dice que, a golpe de vecindad, es decir, conociendo a los vecinos –al prójimo-, mirando sus rostros para conocer sus problemas y estimulando nuestra creatividad para encontrar la forma de apoyarlos, pues ya no son extraños y compartimos su dolor.

III. Centro Penitenciario Femenino

Aquí el Santo Padre fue recibido por las internas que tienen hijos con ellas; y la encargada de la Pastoral y una interna dieron su testimonio de la vida dura de la cárcel; pero al mismo tiempo, de sus anhelos y esperanzas de ser mejores personas.

Frente a eso, el Papa Francisco celebra que hayan pedido perdón y les hace ver que todos tenemos que pedir perdón por nuestras faltas, para no perder la conciencia de que nuestros errores son humanos y que nos convocan a volver a empezar, a corregirnos.

Recuerda el paraje de la pecadora que iba a ser lapidada y señala que Jesús nos invita a dejar la lógica de dividir la realidad entre buenos y malos, para que asumamos nuestra fragilidad y nuestra condición de pecadores, la nuestra y la del prójimo, para ayudarnos recíprocamente a salir adelante.

Recordando que fue recibido por madres con sus hijos, analiza esos conceptos. Respecto de las madres, las caracteriza como gestoras de vida, destacando el don que son los hijos; y el desafío que significa gestar en ellos el futuro, es decir, que sepan sacar sus hijos adelante, a pesar de los problemas que enfrentan, con esa especial virtud femenina de adaptarse a las situaciones y salir adelante. Les dice que estar privadas de libertad no puede significar que pierdan  sus sueños y esperanzas, porque no pueden perder la dignidad. Por eso, deben esforzarse por luchar para un futuro mejor, lo que siempre será fructífero y será recompensado.

Respecto de los hijos, dice que son para ellas su fuerza, su esperanza y su estímulo. Y sobre esa base, las llama a mirar hacia adelante, hacia el horizonte de su reinserción, agregando que una condena sin futuro no es condena humana, sino una tortura;  y que toda pena tiene que tener ese horizonte, debe ofrecer medios adecuados para generar procesos de conversión y reinserción, responsabilidad ésta de la sociedad en general y de cada una de las internas, en particular, agregando que la seguridad pública no se puede reducir a medidas de control, sino y sobre todo, debe edificarse con medidas de prevención, con trabajo, educación y mayor comunidad. Finalmente, las llama a desarrollar su trabajo con dignidad, pues esto llama a más dignidad.

Este mensaje de Su Santidad nos lleva a reflexionar sobre el sentido de las penas por los delitos, sobre su finalidad y, especialmente, sobre el sin sentido de las penas sin horizonte, al punto de hacer al interno perder su dignidad. ¿Qué sentido tiene una pena para quien, en los últimos años de su vida, la reclusión ha perdido el horizonte de la reinserción; cuándo no tienen siquiera conciencia de estar cumpliendo una pena? Ya no es condena humana, sino tortura.

IV. A los obispos

En breve reunión con los obispos, después de reunirse con el “mundo consagrado”, los llama a estar cerca de los consagrados y los presbíteros, porque si el pastor anda disperso, se dispersan las ovejas, quedando al alcance del lobo. Los llama a ser padres de sus presbíteros, sin paternalismo ni abuso de autoridad, lo cual es un don que deben pedir. Dice que los obispos deben tener la conciencia de ser pueblo, frente al problema que enfrenta nuestra sociedad que es el sentimiento de orfandad, de sentir que no se pertenece a nadie, lo que no puede ocurrir a los sacerdotes, pues son parte del santo pueblo fiel de Dios, como servidores y no como dueños, para evitar el clericalismo, que daña el dinamismo misionero de la Iglesia, que es misión de todos sus miembros y no sólo del cura o el obispo.

Los convoca a evitar el clericalismo en todas sus formas y, especialmente, en los seminarios, en el proceso formativo de los futuros sacerdotes, para que sean capaces de servir al santo pueblo fiel de Dios. Hace hincapié en que los sacerdotes del mañana deben formarse mirando al mañana, teniendo en consideración que deberán desempeñarse en  un mundo secularizado, por lo que los obispos deben discernir cómo prepararlos para desarrollar su misión en ese escenario concreto y no en mundos ideales. Esa misión se da en unidad fraternal con todo el pueblo de Dios, de manera que también nos convoca a los laicos.

Finalmente, los desafía a pedir al Espíritu Santo el don de soñar y trabajar por una opción misionera y profética, que sea capaz de transformarlo todo en orden al fin de la evangelización de Chile.

V. Homilía en la Santa Misa en el Aeródromo Maquehue, en Temuco, por el progreso de los pueblos.

Sobre la base de la oración de Jesús al Padre en la agonía, en el Huerto de los Olivos, “que todos sean uno”, el Papa nos llama a la unidad. Dice que Jesús prevé que una de las peores amenazas que habrá de sufrir la humanidad será la división y el enfrentamiento, el avasallamiento de unos sobre otros. En efecto, es la historia de la humanidad. Llevándolo a la realidad de nuestro Chile, nos convoca a pedirle al Padre con Jesús que nosotros seamos uno, para que no nos gane el enfrentamiento ni la división. Este es un don que hay que pedir por el bien de nuestra Patria, superando las tentaciones de “los falsos sinónimos” y “de las armas de la unidad”.

Cuando habla de los falsos sinónimos, nos dice que no se debe confundir la unidad con la uniformidad, con la igualdad, puesto que la unidad no es un simulacro de integración forzada ni de marginación armonizadora, sino que debe nacer del reconocimiento de lo que cada cultura está invitada a aportar a Chile. La unidad es una diversidad reconciliada, que no acepta injusticias personales ni comunitarias; que necesita dejar de lado la lógica de creer que hay culturas superiores e inferiores. Agrega que el arte de la unidad reclama artesanos que sepan armonizar las diferencias en la vida diaria, escuchando y reconociendo al otro; introduciéndonos en el camino de la solidaridad como forma de tejer la unidad y construir la historia. Reclama, en definitiva, “artesanos de la unidad”.

Cuando se refiere a las armas de la unidad, nos dice que el fin no justifica los medios; y que existen dos formas de violencia que amenazan los procesos de unidad y reconciliación. Por una parte, los “bellos acuerdos”, vacíos de contenido, que no se concretan en la realidad y que frustran la esperanza. Por la otra, la utilización de la violencia. Nos dice al respecto que no se puede pedir reconocimiento, aniquilando al otro, porque eso despierta mayor violencia y división. “La violencia termina volviendo mentirosa la causa más justa”.

Por eso, nos llama tres veces a ser artesanos de unidad.

No está de más recordar que los mapuches son pacíficos; que la “causa mapuche” no es de los mapuches, sino del marxismo internacional, que ha abrazado el indigenismo como una de sus modernas formas de lucha de clases. Es cierto que hay problemas ancestrales en la Araucanía, incluso respecto de los títulos de dominio de las tierras; pero también es cierto que al menos dos veces en nuestra historia republicana ha habido esfuerzos serios por solucionarlos. En realidad, el problema de la Araucanía es el de la pobreza de mapuches y huincas, por el abandono y la postergación de que esa región ha sido objeto; y que se ha agravado por este clima artificial de violencia, que no nace del alma del noble pueblo mapuche, sino de agitadores profesionales, extranjeros incluidos. Por eso todos, en todo Chile, debemos transformarnos en artesanos de unidad, urdiendo día a día un clima de paz.

VI. Encuentro con los jóvenes

El Papa, en un lenguaje de cercanía con los jóvenes, les transmite la necesidad que tiene nuestra Patria de su aporte; y de que no se dejen llevar por el materialismo.

Comienza celebrando que el encuentro se realice en el Santuario Nacional de Maipú, donde se fundó la Historia de Chile, donde la Virgen del Carmen los espera y recibe con el corazón abierto, para que lleven a la práctica sus sueños de juventud, de libertad y alegría, para un Chile mejor; para que sean protagonistas del Chile que sus corazones sueñan.

Y les dice que ha querido referirse primeramente a la Patria, porque esos sueños de juventud deben llevarse a la práctica en su propia Patria, por lo cual es indispensable amar a la Patria para amar a Jesús, a Dios. Agrega que el amor a la Madre Patria es un amor a la madre de la que nacimos y que nos enseña a caminar; y que se nos entrega para que la hagamos sobrevivir a otras generaciones: “Si no son patriotas, no van a hacer nada en la vida. Quieran a su tierra, quieran a su Chile, den lo mejor de ustedes por su Chile”. ¡Qué notable, en momentos en que, como consecuencia de la globalización tecnológica están transformados en ciudadanos del mundo, sin raigambre alguna!

Agrega que los jóvenes tienen muchas buenas ideas en sus mentes y en sus corazones; que deben ser llevados a la práctica al madurar, que es crecer y hacer crecer los sueños y las ilusiones; y los advierte contra la comodidad y la corrupción. La verdadera madurez es llevar adelante los sueños, las ilusiones juveniles, en comunidad, confrontando ideas; pero siempre mirando hacia adelante, sin bajar la guardia ni dejarse corromper.

Luego les dirá que la Iglesia chilena necesita que los jóvenes le “muevan el piso”, para que no se duerma en la comodidad y esté más cerca de Jesús, con la intermediación de su Madre.

En uno de los pasajes de mayor conexión con los jóvenes, aludiendo a su necesidad de inmediatez, los convoca a enfrentar la tibieza que produce la falta de constancia y perseverancia; a evitar el sentimiento de que no tienen nada que aportar y la apatía que produce el materialismo; y a reemplazarlo por la certeza de que la sociedad chilena los necesita a todos y cada uno. Y los interpela personalmente: “El mundo te necesita, la Patria te necesita, la sociedad te necesita, vos tenés algo que aportar, no pierdas la conexión (a internet)”.

Les agrega que la contraseña para no perder la conexión es la pregunta de San Alberto Hurtado: “¿Qué haría Cristo en mi lugar?” Contraseña para encender el corazón y la fe; para ser protagonistas de la historia, con los ojos chispeantes al descubrir que Jesús es fuente de vida y alegría; y para contagiar esa chispa en los corazones apagados de quienes no asumen su papel en orden a vivir como Jesús vivió.

Finalmente, los llama a salir al encuentro de los necesitados, a ser buenos samaritanos que nunca dejen a nadie tirado en el camino, en la certeza de que no estarán solos, sino contarán siempre con la compañía de Jesús, de María y de una comunidad a la cual amar y de la cual recibir amor.

VII. Visita a la Pontificia Universidad Católica de Chile

En su visita a la Universidad Católica de Chile, partió por agradecer al Rector el bien que hace desde el ejercicio de su cargo y con la defensa con coraje de la identidad de la Universidad. Esa identidad, obviamente, es la del Magisterio de la Iglesia, al cual adscribe en su Declaración de Principios y en sus Estatutos. Está presente en la retina de toda nuestra Patria la valiente defensa de la vida que se ha hecho desde la Universidad, desde la concepción hasta la muerte natural, ante el embate materialista de la ideología de género y del egoísmo, que ha llevado a diversas reformas de la legislación sobre la familia y a legalizar el aborto.

Recogiendo las palabras del Rector Ignacio Sánchez, Su Santidad nos plantea dos grandes desafíos a quienes formamos la comunidad de la Universidad Católica: la contribución a la convivencia nacional y el avance en comunidad.

En primer término, se refiere a la convivencia nacional, evidentemente quebrada, después de años de introducir clandestinamente el historicismo materialista y la lucha de clase en los más diversos niveles.

Existe un importante sector, sobre todo de la juventud, que tiene posturas radicales frente a la sociedad, alejadas absolutamente de la antropología tradicional chilena, que se siente dueña de la verdad absoluta y que está en plan de exigir que se acojan todos sus postulados, íntegramente, aquí y ahora, sin aceptar ninguna postura divergente.

Nos dice que esa convivencia es posible, en la medida que exista una reflexión en la Universidad, constituida en un espacio en que se practique el diálogo y el encuentro generoso entre las personas.

En este plano, el Sumo Pontífice nos llama a generar procesos educativos transformadores, inclusivos y de convivencia, que generen esta convivencia dentro del proceso educativo. Se trata de enseñar a pensar y a razonar de una manera integradora, que forme la mente. Nos llama a formar en el alumno la conciencia de que en su pensamiento y en su acción debe buscar el bien, la verdad y la belleza con la razón; dirigir su conducta hacia esos trascendentales con su voluntad; y llevarlos a la acción a través de los sentidos, en una perfecta armonía interior, para que crezcan tanto a nivel personal como a nivel social. Por eso nos ha llamado a educar para que no haya fragmentación, mediante una dinámica en que se enseñe a pensar lo que se siente y se hace, esto es lo que se debe querer y hacer; a sentir –querer- lo que se piensa y se hace; y a hacer lo que se piensa y se siente, al servicio de la persona y la sociedad.

En seguida, nos refiere la realidad actual, de una sociedad de gran progreso material y tecnológico; pero líquida, ligera, volátil. En definitiva, carente del anclaje moral que sólo puede proporcionar la fe. Esto ha traído como consecuencia una pérdida de la conciencia del espacio público, que exige trascender el interés privado en aras del bien común, del bien del “nosotros”. Vivimos en una realidad de prevalencia del interés particular por sobre el bien común, lo cual hace difícil la vida en comunidad en cada lugar, familia y nación; y hará difícil la convivencia en el Chile del futuro. Nos llama, entonces a generar dentro de la Universidad una verdadera Universitas, unidad en la diversidad.

Posteriormente, se refiere al avance en comunidad; nos llama a desarrollar la capacidad de avanzar en comunidad, destacando, en primer lugar, la magnífica acción de la Pastoral de la Universidad, que es signo de una Iglesia “joven, viva y ‘en salida’”, destacando el bien que produce a quienes van dirigidas las diversas actividades; y también, el bien que recibe el misionero, que nunca vuelve igual, porque experimenta en sí el paso de Dios en el encuentro con el prójimo.

Nos dice que la comunidad educativa está desafiada a no perder el contacto con la realidad; a que haya sinergia entre el conocimiento científico y la intuición popular, para que no exista divorcio entre la razón y la acción; para que el conocimiento que se genera en la universidad esté al servicio de la vida; para que exista realmente interdisciplinariedad e interdependencia del saber; para que, como decían los antiguos filósofos griegos, haya conocimiento de totalidad, verdadera sabiduría.

Nos desafía a realizar el mayor esfuerzo para que el trabajo universitario sea de calidad y excelencia, al servicio de la convivencia nacional. Y nos llama, especialmente a los profesores, a dejar de lado la soberbia del conocimiento por el conocimiento o, peor, el conocimiento destinado a someter a la Creación, privándola del Misterio (así, con mayúscula), es decir del Espíritu Santo “que ha movido a generaciones enteras a buscar los trascendentales del ser: lo justo, lo bueno, lo bello y lo verdadero”, es decir a Dios, nuestro Señor. Nos dice que eso transformará al profesor en “maestro”, despertando en los alumnos la capacidad de asombro ante un mundo y un universo a descubrir. Claro que eso requiere de profesores dispuestos a reconocer el influjo del Espíritu.

Califica la misión de la Universidad Católica –de la universidad en general- de profética, en orden a generar procesos que iluminen la cultura actual, proponiendo un renovado humanismo que evite caer en cualquier clase de reduccionismos, para avanzar en comunidad hacia una renovada convivencia nacional, lo cual se conseguirá invocando al Espíritu Santo.

VIII. Homilía en la santa Misa de la Virgen del Carmen y oración por Chile

Finalmente, en Campus Lobito, en Iquique, el Santo Padre tiene su última actividad en Chile. Es la celebración de la Santa Misa y, también, la coronación de la imagen de la Santísima Virgen del Carmen de La Tirana.

Eligió para la misa el pasaje de la conversión del agua en vino, en las Bodas de Caná de Galilea, y nos convoca a la alegría. La alegría de unas bodas, que se pone en peligro, porque se ha acabado el vino; y nos dice que el Evangelio es una constante invitación a la alegría, una fuente de gozo. Celebra, por eso, la alegría extendida de las fiestas populares de celebración a la Santísima Virgen en La Tirana, Ayquina y Arica; y nos recuerda que es su intercesión la que produce el milagro de Caná. Nos expresa, asimismo que la Virgen les dice “Haced lo que Él les diga”, de manera que esos sirvientes de Caná nos representan a todos nosotros, porque Jesús hace el milagro con nosotros y cada uno de nosotros está invitado a ser parte del milagro, para beneficiar a otros.

A continuación, relaciona esta participación de los cristianos en el milagro, con la necesidad que tenemos de producir otro milagro, con Jesús, cual es el de la acogida hospitalaria a los inmigrantes, recordándonos que la Sagrada Familia fue inmigrante en Egipto para salvar la vida ante la persecución del Herodes. Se requiere la hospitalidad festiva, porque no hay alegría cristiana si se cierran las puertas a quienes han debido dejar sus patrias en busca de una vida mejor. Por eso, nos llama a estar atentos, como la Santísima Virgen en Caná, a las necesidades y sufrimientos de los inmigrantes que deben enfrentar situaciones de injusticia; y atenderlas, haciendo lo que Él diga, como los sirvientes de la boda, con nuestra solidaridad, ciertos de que recibiremos de ellos todo lo bueno que tienen que aportar. Y después, nos llama a dejar que Cristo termine el milagro de la transformación de nuestros corazones y nuestras comunidades en signo vivo de Su presencia.

Conclusión

Como puede apreciarse, la visita del Santo Padre a nuestra Patria chilena nos ha dejado un profundo legado, llamando a la paz, la caridad, la unidad, la justicia y la reconciliación, que seguramente dejará una huella indeleble en los católicos y en las personas de buena fe, en orden a encaminar de mejor manera su vida hacia la Patria celestial.

También puede apreciarse que ese legado va mucho más allá que la única noticia a que se ha dado importancia en los medios de comunicación.

Ojalá lo sepamos aprovechar.