¿Navegará Chile más a la siniestra?

Mauricio Riesco Valdés | Sección: Historia, Política, Sociedad

El nuestro no es un país de derechas, ha sido siempre mayoritariamente zurdo. Las recientes elecciones de autoridades públicas han servido para recordarlo; un 55,4% de los votantes prefirieron la izquierda en sus diferentes tonalidades. Éstas fueron, a mi juicio, un nuevo campanazo para muchos que viven despreocupados de lo que ocurre en nuestro país y de los futuros coletazos que se puedan derivar de un mal gobierno; de hecho, la abstención alcanzó a un 53% de los electores. Falta aún definir en una segunda vuelta, quien será el próximo Presidente de la República entre los dos más votados.

Yo no soy politólogo ni tengo conocimientos extrasensoriales para aventurar quién triunfará; estoy, como todos, a la expectativa. No obstante, me limito a constatar dos hechos significativos: por una parte, y dada la votación obtenida por esos dos candidatos, la definición entre uno de centro-derecha y otro de izquierda pende de un hilo, y delgado.  Y por otra, el único candidato que durante su campaña presidencial habló fuerte, claro, valerosamente y en términos “políticamente incorrectos”, obtuvo muy buenos y esperanzadores resultados, si bien no le alcanzó para llegar a la segunda vuelta. Fue, en verdad, el “anti-candidato”.

Es fácil constatar la constante “izquierdización” de nuestro país, fenómeno que viene, a mi juicio, desde los agitados años 30, si no de antes. Ni un tibio gobierno de Jorge Alessandri (1958 – 1964), ni un gobierno militar restaurador de la situación desquiciada que se vivía en aquellos años (1073 – 1990), lograron enderezar la conducta popular con algún efecto más permanente. Lo de Piñera (2010 – 2014), fue un veranito relativamente templado para volver a una izquierda agresiva al término de su mandato. El hecho es que prácticamente todas las elecciones que ha habido por muchísimos años para elegir autoridades públicas en nuestro país, han demostrado que el electorado mira más a la siniestra.

Han contribuido a esto, algunos cambios sustanciales habidos en nuestra historia política. Uno, quizás si el más evidente, fue el nacimiento (1957) y rápido crecimiento de la Democracia Cristiana -costilla del Partido Conservador- y cuya coronación ocurrió en 1964 con la asunción al mando de la Nación, de Eduardo Frei Montalva. Ese resultó ser un factor que, indiscutiblemente, modificó el ambiente político que venía viviendo Chile y que colaboró, no poco, a esa “izquierdización” a la que me refería. Incluso, fue un gobierno que tuvo un cierto olorcillo a dictadura, no solo por su amplísima mayoría parlamentaria que la hizo gobernar sin contrapeso efectivo alguno sino, además, por la arrogancia con que lo hizo. Su programa lo denominó “Revolución en Libertad”, resultando cierto lo primero y no tanto lo segundo, y dio origen, además, a la llamada “Promoción Popular” para crear organizaciones, de base como las llaman, que, en definitiva, subvirtieron el orden social de la época. De hecho, en el gobierno de Frei M. se generó y propagó una nefasta polarización que dio origen a una lucha de clases y una odiosidad quizás no vista antes y que se agudizaría, aún más, años después; su ensañamiento se pudo constatar, especialmente, con los agricultores a través de la reforma agraria, cuyos autores aún se vanaglorian de aquel desastroso experimento usurpatorio. El partido Demócrata Cristiano quiso adueñarse del centro político, no obstante su historia marcaba desde antes una indesmentible afección por la izquierda, junto con una patética indefinición ante situaciones de importancia para el país, (el cuento de la chicha y la limonada). Los “progresos” izquierdizantes de ese gobierno concluyeron en la entrega del poder en bandeja de plata al marxismo, representado por Salvador Allende. Durante esta nueva administración ya no se habló de “Revolución en Libertad” sino, abiertamente de revolución, sin apellido, y del exterminio, así dicho, de los “momios” como llamaban a quienes no comulgaban con sus ideas; el reiterativo slogan que se gritaba en las calles todos los días era “momio ladrón, al paredón”. Tres años bastaron para provocar el derrumbe de nuestra democracia y el caos social más agudo de nuestra historia, del que únicamente las fuerzas armadas pudieron salvar al país.

¿Y qué se puede ver hoy en Chile a diestra y a siniestra? En política, la diestra deslizándose a la siniestra cediendo en aquellos valores que alguna vez representó, y la siniestra… cada vez más siniestra.

Pero, ¿por qué es Chile un país izquierdista? Siempre he tenido la duda de si lo es por una convicción íntima de los electores o por una lamentable flojera. Yo me inclino por esta última opción. Es que en general, los ciudadanos de nuestro país no son mayoritariamente reflexivos y, a menos que los despierte algún cataclismo, son remolones y se van con quien les ofrece más y les exige menos; y para eso, ¿qué mejor que el Estado “benefactor”? Todos quieren que el Estado provea lo que nos falta o lo que ansiamos tener; ¿salud? pública; ¿previsión? pública también; ¿transporte? público; ¿bancos, empresas de servicio, colegios y universidades?, todo público. Y como la izquierda maneja y utiliza extremadamente bien la estrategia del Estado controlador, ¡qué mejor que ser de izquierda!

El campanazo al que me refería más arriba, lo dio un resultado inesperado en estas últimas elecciones; ni las múltiples encuestas fueron capaces de predecirlo. Una “centro-derecha” sorprendida (Chile Vamos); un potpurrí de partidos que aglomeró las diferentes facciones de lo que quedaba de la antigua Concertación, insatisfecha y desordenada (Nueva Mayoría); una nueva zurda anti establishment y contestataria con no poca votación (Frente Amplio); un mal llamado “centro” que hoy busca espacio en el cementerio (DC); y una renaciente y esperanzadora derecha, una verdadera, defensora de la identidad nacional, del orden moral y social, del principio de autoridad, de la seguridad pero en serio, de los valores básicos del ya casi ignorado género humano (el único, para despejar dudas); una derecha dispuesta a no transar valores a cambio de votos. Y esa resultó ser más fuerte de lo que se le auguraba.  Quien no temió condenar el Estado providente fue el anti-candidato; el que no mintió; el que dijo lo que pensaba con valentía; el que no se veía en Chile desde quizás cuándo. Y a él, parte del electorado lo valoró y pese a su corta y vilipendiada campaña, consiguió lo que nadie creía; de los 6,7 millones de votantes, un 7,9% lo prefirió. ¿Veremos a futuro, entonces, un “renacer” político de los chilenos?, ¿Podremos dejar de lado la pereza, la indolencia, la apatía ante las necesidades del país?, ¿seremos capaces de enfrentar la invasión de tantas y atractivas influencias que nos llegan de afuera y que nos van haciendo perder nuestra identidad nacional? ¿podremos corregir nuestra miopía para ver claro lo que ha ocurrido en otros países gobernados por las izquierdas?

Ese 7,9% es alentador; indica que en el Chile de hoy, hay quienes ansían ordenar la odiosa polarización y recuperar para nuestro país lo mejor, lo necesario, lo valioso y trascendente; que vuelva a ser el modelo que fue durante el s. XIX. Un país respetado por todos los demás. Ese 7,9 no lo podemos perder; que no se diluya, que no se desdibuje, que no se divida. Esa es nuestra esperanza y por ella deberemos trabajar. Ya basta de acuerdos que representen un paso para adelante y dos para atrás; de acomodos; de una masificación de la sociedad en desmedro de la valiosa singularidad de las personas. Ya basta de sillones en el Parlamento para que se arrellanen personas de dudosa honorabilidad; para que descansen chungueros inexpertos, motudos y de los otros, para que los chilenos paguemos sueldos a ex terroristas, y a charlatanes. Necesitamos un Parlamento de gente honesta que prestigien la política. Necesitamos políticos de fuste que trabajen desinteresadamente por nuestro querido Chile. Y los hay.