La frivolidad del matrimonio exprés

Juan Meseguer | Sección: Familia, Sociedad

El despojamiento de las notas esenciales del matrimonio civil, un proceso sobre el que llevan tiempo advirtiendo algunos juristas, ha conducido en Holanda a un resultado lógico: la banalización de la ceremonia matrimonial. Pero no faltan defensores inesperados de la seriedad de las bodas.

La consecuencia era inevitable: si los cambios legales de los últimos años están vaciando de contenido la institución del matrimonio, al quitarle sus rasgos característicos y transformarla en algo distinto, ¿por qué demorarse en celebrar lo que ya no nos tomamos en serio? Visto así, la moda de las bodas exprés en Holanda sería la última manifestación de lo que Carlos Martínez de Aguirre, catedrático de Derecho Civil de la Universidad de Zaragoza, ha llamado “la insoportable levedad del matrimonio civil”.

Según explica la periodista Isabel Ferrer, en Holanda es obligatorio que los Ayuntamientos ofrezcan un cupo de bodas gratuitas (salvo los 10 euros del registro). La demanda es grande y, por eso, los alcaldes tratan de desincentivarlas. Quienes optan por la modalidad gratuita se arriesgan a que les toque madrugar, su ceremonia será más breve –unos 10 minutos– y solo podrán asistir dos o cuatro testigos. Pero si pagan la tarifa habitual de 100 euros, tienen derecho a una boda más larga, en un horario más cómodo y con más testigos.

Lo curioso es que, para una boda de 10 minutos, puede haber una lista de espera de 6 meses. El dato es elocuente: se ve que la ilusión de los novios está más volcada en el ahorro de los 100 euros que en la propia ceremonia. Ni siquiera el amor romántico –que solía invocarse para deconstruir el matrimonio civil– sale bien parado. Algunos funcionarios municipales lo lamentan: “Todo se reduce a un trámite que hasta nos deja mal sabor de boca”.

La celeridad de las bodas civiles holandesas contrasta con la idea de una “preparación al matrimonio civil”, lanzada en 2012 por la entonces secretaria de Estado para la Familia francesa, Claude Greff. Preocupada por la elevada tasa de divorcio en Francia, Greff propuso un plan para cuidar más la ceremonia del matrimonio civil: “Con frecuencia no dura más que unos minutos, y es demasiado corta para un compromiso tan importante”, lamentaba. Entre otras cosas, el plan preveía mejorar la información a las parejas sobre las posibilidades de recibir ayuda en momentos de crisis. E incluso hubo una organización que se ofreció de forma altruista a dar sesiones de comunicación en pareja a los futuros cónyuges.

Adiós a Las Vegas

Para la bloguera británica Laura Jane Williams, de 31 años, casarse “ante un imitador de Elvis en Las Vegas” –y celebrarlo después con champán y langostas– fue durante un tiempo su idea de la boda perfecta. ¿Para qué solemnizar lo que no es duradero? Por entonces, cuenta, su visión del matrimonio estaba marcada por un affaire de su padre cuando ella tenía 20 años.

En contra de lo que esperaba, sus padres permanecieron juntos. Y tras pasarse cinco años reconstruyendo su relación –bajo la mirada de desdén de Laura–, decidieron renovar su compromiso matrimonial en una ceremonia religiosa. Fue entonces cuando Laura cambió el chip, al ver las caras radiantes de los amigos de sus padres.

De pronto, lo entendí. El matrimonio no es solo un asunto de la pareja: es de toda la comunidad. Necesitamos el apoyo de la familia y los amigos (…). El día que me case, la gente más especial para mí estará allí. Y seguiré queriendo champán y langostas, pero la ocasión será solemne. Le daré al día la gravedad que merece”.

Una poderosa declaración de intenciones

Tampoco Rhiannon Cosslet, de 29 años, columnista de The Guardian y autora de un blog feminista, estaba especialmente predispuesta a hacer una apología de la seriedad de las bodas. “Oh, pensé que cohabitarías felizmente para siempre”, le dijo un amigo cuando se enteró de su decisión de casarse. Sus padres se separaron cuando ella tenía 12 años, y se ve que sus credenciales feministas habían llevado a su entorno a convencerse de que ella nunca se casaría.

Y es verdad, dice, que su novio era quien más entusiasmado de los dos estaba con la idea de casarse. Pero descubrió que “hay sólidos argumentos feministas para casarse, sobre todo si tienes pensado tener hijos. El matrimonio te protege legal y económicamente (…). ¿Por qué iba a comprarme una casa o a tener hijos con una persona que ni siquiera se atreve a firmar un contrato de matrimonio conmigo?”.

Pero Cosslet no se queda en los motivos prácticos, a diferencia de los candidatos a una boda exprés en Holanda. “Sobre todo, quiero casarme porque soy una romántica. Él es la persona con la que quiero estar el resto de mi vida”. Y por si hubiera dudas sobre su ADN feminista, insiste: “Veo [la decisión de casarnos] como una poderosa declaración de que tenemos intención de estar el uno para el otro, como iguales, venga lo que venga”.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Aceprensa, www.aceprensa.com.