La mafia y los olvidados

Andrés Berg | Sección: Política, Sociedad

Un hombre que no pasa el tiempo con su familia nunca podrá ser un verdadero hombre”, era el consejo que le ofrecía Don Vito Corleone a Johnny Fontane en el clásico del cine de 1972, El Padrino. Y es que, para la mafia siciliana, la familia era lo único que importaba en la sociedad y por ella se podía justificar el estallido de una guerra de sangre por toda la ciudad, coimear jueces y políticos, o acribillar a quien pusiera obstáculos en sus negocios. Todo a causa de la familia.

Siendo el consejo de Don Corleone, a mi juicio, de una abundante sabiduría moral, no lo era en lo más mínimo en el plano de la política: pretender que la sociedad se compone de familias eremitas es una idea tan peligrosa como totalitaria.

La sociedad es, en rigor, una sociedad de sociedades compuesta por un sinnúmero de agrupaciones además de la familia: empresas, partidos políticos, grupos religiosos, vecindarios, grupos de amigos, gremios, sindicatos, etcétera. Y así como las mafias sicilianas, hay quienes creen que su grupo social es el único relevante de la sociedad, incurriendo en actitudes políticas semejantes a la de Don Corleone. Por ejemplo, consideran que el Estado es la única unidad de la sociedad de la que, en tanto ciudadanos, debemos ocuparnos. La reforma al sistema de educación superior, sin ir más lejos, se basa en esta misma premisa: se busca privilegiar sólo a las universidades que son del Estado, y de las que no lo son, se beneficiarán ―sin tanta munificencia― sólo aquellas que se asemejen al Estado. La pluralidad de instituciones, se argumenta, es fruto sólo de la codicia privada, cosa que no debiese entonces preocuparnos (¿?).

En todo caso, de actitudes políticas estatistas ya sabemos demasiado. En otro ámbito, hay quienes consideran que la vida social se compone sólo de individuos, y que cualquier construcción social que vaya más allá del individuo es ilusoria. Este individualismo extremo es el que reclaman muchos autodenominados liberales: los que estiman que el aborto se trata de la decisión individual de la mujer sin importar la vida que se engendra; quienes creen que la libertad humana no está relacionada en lo absoluto con la vida del prójimo; quienes buscan adecuar las instituciones sociales para satisfacer sus sentimientos particulares; quienes demandan derechos gratuitos sin importar el uso alternativo de esos recursos; quienes se niegan a comprender que aún existen familias en condiciones de extrema pobreza y vulnerabilidad que también requieren ―y con muchísima mayor urgencia― prioridad en la agenda pública.

Y así, día a día vemos cómo la agenda política se diluye en atender a grupos de interés que funcionan como verdaderas mafias sicilianas, aun cuando muchos de sus problemas sean tan reales como importantes y requieran, por cierto, de una determinada atención política. La CUT, sindicatos de funcionarios públicos, los estudiantes secundarios, la Confech, el Movilh, mapuches, taxistas, camioneros y otras mafias que creen que sólo su causa y su comunidad merecen atención pública. Es cierto que todo podría deberse a una estrategia, y no hay en ellos una intención de segregación ni egoísmo social ―la Confech da homilías respecto de esto―; sin embargo, el costo de su estrategia lo asumen todos quienes no son capaces de constituirse en mafia, los más débiles y olvidados de nuestra sociedad, los que no marchan ni pueden hacerlo, pues la sobrevivencia no lo permite. Si políticamente no hay ideología mafiosa, hay, al menos, actitudes mafiosas.

En estos tiempos de campaña, en que por cada canción que suena en la radio aparece un aspirante a diputado prometiendo el oro y el moro, y en que las redes sociales se colman de frases panfleteras y pocos amigables, espero sorprenderme con algún candidato que, en vez de complacer a los mafiosos de turno, se preocupe de los olvidados de siempre. Lo paradójico de todo esto es que lo más olvidado ha sido, justamente y desde hace un buen tiempo, la familia.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero, www.ellibero.cl