El intelectual público

Alfredo Jocelyn-Holt | Sección: Sociedad

¿Qué tienen en común Mario Vargas Llosa y Humberto Maturana? A primera vista nada, aunque si se les examina con cuidado coinciden. Ambos se han destacado en áreas que en modo alguno calzan con la manera como se presentan en prensa recientemente. El Premio Nobel trotamundos despotricando sobre la derecha chilena contraria al aborto, otras veces como pareja de Isabel Preysler. El biólogo, por su parte, haciendo charlas a altos ejecutivos de empresas en varios países para, así, motivarlos a que logren ser mejores “seres humanos”. En el fondo, realizando los dos el papel que antiguamente, cuando aún no nos secularizábamos, cumplían sabiondos más bien pontificales (por ejemplo, los curas desde sus púlpitos).

Nada que ver lo suyo con lo que tradicionalmente se asocia al intelectual público tipo Andrés Bello o Sarmiento en el siglo XIX, Bertrand Russell, Sartre y Camus en el XX. Ninguna de estas figuras más de ideas que intereses se hubiese querido asociar a conglomerados ideológico-empresariales filisteos, tampoco a ninguno se le hubiera ocurrido montar, como a Maturana, un “centro de estudios” especializado en “coaching” y “autoayuda” (véase Qué Pasa 22/09). ¿Se imaginan a alguien en el siglo XIX pidiéndole a Darwin que hiciera una charla de cómo ser menos simio o, avanzada la “evolución humana”, menos cavernario?

Sospecho que ni siquiera Herbert Spencer se habría prestado para semejante propósito y eso que vulgarizó las ideas darwinistas (hacia el final, Spencer perdió incluso la fe en la idea de progreso).

¿A qué se debe, entonces, esta regresión pietista, estas capillas con feligreses cautivos? Una posibilidad es que existan públicos desorientados, ansiosos de que se les reafirme en sus prejuicios. Vargas Llosa expresó lo que seguramente le hubiese gustado decir a Piñera pero que, tras su comentario sobre los “cómplices pasivos”, no era conveniente explicitarlo pudiendo espantar el voto de los duros.

Está también el desprecio que se tiene en nuestra época a intelectuales desafiantes que tratan, más que opinar, de pensar y razonar, ergo, explicar e incomodar provocando a sus oyentes.

Recuerdo, cómo en 2002, cuando algunos llevábamos años criticando la transición, un suplemento dominical que se las da de cultural nos mostró en fotos (“Intelectuales públicos: jugando en la liga nacional”), rotulados bajo etiquetas semi en chunga: “Rabio porque rabio”, “El descontento”, “Chilean Kristeva”, “Padrino de LOM”, “Acento de Oxford”, “La Falacci colorada” y “Freud y showbizz”; mezclados y equiparados a otros más afines a la línea editorial del periódico, titulados a su vez: “La gourmet”, “El hombre lobby”, “De MAPU a digital”, “El historiador”… Es que suele ser riesgoso decir algo en serio en Chile, por tanto, bien vale la chunga y a “farandulizarse” no más, de frentón.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera.