Hiperniños: los hijos del estrés

José Antonio Méndez | Sección: Educación, Familia, Sociedad

Dentro de pocos días, Pepe, Irene, Guille, Mateo y Luisa van a volver al aula de sus respectivos colegios, como los más de ocho millones de escolares que ocuparán este año los pupitres de España. Allí pasarán entre seis y ocho horas diarias, y al llegar a casa harán los deberes, cada uno según su edad. Además, un par de días a la semana aprovecharán algunas tardes y recreos a la hora de comer para que Pepe vaya a música, piano y catequesis; Irene, a taekwondo, danza y natación; Guille, a natación, teatro e inglés; Mateo, a fútbol, pintura y baloncesto; y Luisa a judo, danza y natación. Hasta aquí, todo normal… ¿o tal vez no tanto?

Porque en España cada vez más niños como ellos incorporan no una, sino dos o tres actividades extraescolares a su día a día antes de enfrentarse a una ristra de deberes que puede rondar las tres horas. Además, manejan con frecuencia la tablet, el móvil o el ordenador para que, mientras los adultos descansan o se ocupan del hogar, los pequeños se entrenen en la multitarea digital con coloridos videojuegos de pretendida estimulación temprana. Y todo, en un contexto social de imágenes vertiginosas y demasiado explícitas, escaso contacto con la naturaleza, sonidos estridentes y consumismo.

El resultado, según los expertos, es un creciente número de niños y adolescentes impulsivos, con problemas de concentración y rendimiento, aislados de su entorno y de la naturaleza estresados e incapaces de disfrutar sosegadamente en familia.

Actividades exóticas

Carlos Fernández, profesor con 20 años de experiencia docente y gerente de AEM, una empresa que gestiona actividades extraescolares en Madrid y Castilla La Mancha, lo confirma sin un atisbo de duda: “En los últimos años, la demanda de actividades extraescolares no solo ha cambiado, también ha aumentado. Ya no sirven los cuatro deportes básicos, un par de idiomas y algunas artes. Ahora, padres y centros piden robótica, ciencia, violín, magia o idiomas que tengan exámenes con certificación oficial. Esas actividades no son malas en sí; pero cada vez más familias piensan que cuantas más actividades tengan sus hijos, mejor, y al final los niños no tienen tiempo para ser niños”.

Niños, esponjas y ruido

¿Cuál es la raíz del problema? Como casi siempre, la respuesta está en la suma de diferentes factores. Catherine L’Ecuyer, autora entre otras obras del best seller Educar en el Asombro (Plataforma Editorial), que lleva 17 ediciones desde su publicación en 2013, explica para Misión que “en España está extendida la falsa creencia de que un niño debe ir a clases cuanto antes para ser más inteligente. Eso nos viene del paradigma de la estimulación temprana, que nutre una serie de falsas creencias como, por ejemplo, que ‘el niño es una esponja’, que ‘se aprende todo de cero a tres años’, que ‘más y antes es mejor’, y que ‘si no lo aprende ahora, habrá perdido la oportunidad”. Sin embargo, “el mito de los tres primeros años y el mito de la necesidad de un entorno enriquecido están reconocidos como interpretaciones equivocadas de la literatura neurocientífica a la educación”, apunta.

Y señala un matiz esencial: “En el saco de la sobreestimulación no solo caben la sobrecarga de actividades extraescolares o de deberes, sino también el consumismo exagerado, el ruido tecnológico (que puede ser silencioso a los oídos) o el ritmo frenético de los padres”.

Es decir, que lo que ha engendrado una generación de hiperniños no son solo las agendas repletas de actividades, sino un contexto social, y también familiar, caracterizado en demasiadas ocasiones por “la saturación de bienes materiales, caprichos, actividades extraescolares, falta de sueño, estímulos que consisten en adelantar etapas que no tocan, intensidad exagerada del sonido o del ritmo de la televisión, y pedir al niño que realice varias actividades a la vez”, como afirma la propia L’Ecuyer en Educar en el asombro.

Males de un mal sistema

Según afirma para Misión la pedagoga sueca Inger Enkvist, experta en análisis de sistemas educativos europeos, también las carencias de nuestra enseñanza enredan en este barrizal.  La hiperestimulación –asegura– es muchas veces la respuesta de los padres ante la sospecha de que la escuela no desarrolla todas las capacidades del niño, y sobre todo, las de los más adelantados. Así, los padres deciden enriquecer al niño, pero corren el riesgo de estresarlo”.

Para Enkvist, “hay una tentación en la escuela de querer mostrarse moderna ofreciendo actividades extracurriculares, cuando lo más importante es ofrecer profesores inteligentes y bien formados que expliquen de forma interesante lo que el niño debe aprender”. De ahí que muchas actividades extraescolares se impartan en los recreos del comedor, de forma que los centros puedan presentarlas como un plus en su oferta académica, y las familias encuentren en ellas una forma de tener al niño controlado en esas horas en las que los críos deambulan por los patios bajo la única supervisión de un grupo reducido de cuidadores que, a menudo, ni siquiera son personal docente.

Padres ansiosos

Carlos Fernández constata que tras esa sobreestimulación de niños y adolescentes hay también buenas intenciones mal orientadas. “Gracias a internet, las familias tenemos cada vez más información y queremos dar a los hijos todos los recursos posibles. El problema es querer todas esas cosas estupendas a la vez y agotar al niño”.

El experto en neurociencia Álvaro Bilbao, autor de El cerebro del niño explicado a los padres (Plataforma Editorial, 2015) y director de un curso online sobre neuroeducación por el que han pasado más de 1.300 personas, afirma para Misión que cada vez más padres sienten remordimientos por pensar que están desaprovechando el potencial de sus hijos si no se suben al carro de la hiperestimulación: “Muchos padres experimentan presión por esto, aunque está demostrado que la sobreestimulación no contribuye a un mejor desarrollo cerebral, e incluso hay estudios que indican que ese exceso de estimulación hace que los niños rechacen el estudio y el entorno escolar, sobre todo si se inicia antes de los seis años”.

Consumismo del talento

Nora Rodríguez, pedagoga y pionera en la llamada educación para la felicidad, denuncia en su reciente obra Neuroeducación para padres (Ediciones B, 2016) que hay un cierto consumismo del talento que lleva a padres y centros a lucir las capacidades de los menores como adquisiciones de los adultos. “Nuestra sociedad –señala– tiene un profundo problema con los talentos. Son cuidados más como un producto de márketing de la familia o del niño que para ayudar a que los hijos sean felices disfrutando y trabajando para lograr un progreso en esas capacidades”. Y llega a afirmar que “se habla de los talentos como de algo que está dentro y hay que sacar”, pero una vez salen a la luz, “no se dedica el mismo tiempo para mantener esa pasión”.

¿Dónde dejo a los niños?

El problema de los deberes y de las extraescolares es un problema cultural que tiene que ver con los horarios laborales”, afirma Catherine L’Ecuyer. “Aunque no es lo mismo un adolescente de 14 años que un niño de 6 años, en general, colocamos a nuestros hijos en un sinfín de actividades porque trabajamos hasta tarde y no sabemos qué hacer con ellos”, explica. Y lo peor es que, ya en casa, tampoco hay tiempo para el reposo tranquilo, sino para cubrir las tareas domésticas a la carrera. Un ritmo alocado y aislante que, a la larga, dificulta incluso los días de descanso o las vacaciones.

Esta incompatibilidad de horarios es la misma que ha llegado a convertir en un problema los deberes escolares, que hace 15 años nadie cuestionaba. Según la autora, “el problema de los deberes es que los niños necesitan ayuda para hacerlos y no estamos para darles esa ayuda, o estamos, pero ‘no toca’”.

Cuando la carga de tareas es excesiva para los niños, estos se perciben incapaces de cumplir con lo que padres y profesores esperan de ellos, incrementando su frustración de forma inconsciente. “Estamos desarrollando niños con altos niveles de estrés, que se acostumbran a convivir con él como algo normal –afirma Bilbao–. Y los efectos del estrés, a nivel cerebral y de salud, son muy perjudiciales: mayor incidencia de trastornos depresivos, ansiedad, propensión a futuras enfermedades como alzheimer o cáncer…”.

Hiper… desmotivados

La paradoja es que la hiperestimulación desencadena lo contrario a lo que busca. “En el corto plazo, el niño puede vivir la sobreestimulación como una vulneración a su necesidad de descansar y desconectar de lo externo para centrarse en lo interno, y genera frustración –señala Bilbao–. Es frecuente que estos niños tengan más rabietas y enfados, y que se concentren peor en clase. En el medio plazo se genera pérdida de interés en el aprendizaje, y en el largo plazo, aumenta las negativas consecuencias del estrés”.

Otros estudios hablan de niños que desafían la autoridad, hacen lo contrario de lo que se les dice y acaban por mostrarse demasiado precoces en materia de ocio, sexualidad, moda y consumo de alcohol, tabaco o drogas.

Ya la paradoja roza el surrealismo cuando, para que estos niños pasados de vueltas y asfixiados de estímulos puedan recuperar el ritmo natural de la infancia, sus padres los apuntan a una nueva actividad pretendidamente relajante, como el yoga infantil, el mindfulness o inteligencia emocional, que son el último grito en las extraescolares.

Una intromisión terrible

Para L’Ecuyer, la sobre carga de deberes, el exceso de extraescolares y de estímulos tecnológicos, y el bombardeo ambiental son “una intromisión en la vida de la familia”. “Y no se puede robar horas a las familias –enfatiza–, porque ya quedan demasiadas pocas horas para hacer familia. Y si no hay tiempo para hacer familia, vamos hacia un mundo desintegrado e individualista en el que habrá más pantallas que ventanas en los hogares. Si nuestros hijos no encuentran sentido de comunidad y arraigo en su casa, lo buscarán en otros sitios. En un dormitorio convertido en caverna digital, por ejemplo”.

El tiempo más aprovechado en el desarrollo cerebral de un niño es el que está con sus padres”, insiste Bilbao. “Yo mismo –reconoce–, me pregunto a veces si debo apuntar a mis hijos a más actividades, y me respondo: ‘No. Dales tiempo para descubrir, relajarse, ser felices… y tú con ellos’. Importa que disfruten aprendiendo; el qué no importa tanto…”.

El mejor estímulo

Enkvist especifica que “lo más importante es que el niño aprenda buenas costumbres en casa y se haga con una buena formación en la escuela. Es más determinante una casa estable y unos padres que no estén siempre cansados que muchas actividades extraescolares”.

Como concluye L’Ecuyer, la mejor estimulación, “esa que el niño esperará cada día con muchísima ilusión, es el rato que pasamos con él antes de dormir. Ese ‘¿Sabes qué?’, que nos aterroriza a las nueve de la noche porque ‘no hay tiempo’. Intentemos adelantar la hora de dormir y dedicar tiempo a escucharlos cuando están relajados, para adentrarnos en su mundo y sintonizar con sus emociones. Hemos de sacarnos de la cabeza la idea de que el silencio y el juego libre son pérdidas de tiempo. Hemos de redescubrir la sencillez, el desprendimiento y la austeridad para descubrir lo esencial”. Porque, ¿quién quiere tener un hiperniño, pudiendo tener, simple y llanamente… un hijo al que amar?

El mito tecnológico

Buena parte de la sobreestimulación que sufren los niños se enraíza en la tecnología. Como explica Álvaro Bilbao, estudios como el informe “Media and Children Communication Toolkit”, elaborado por la Asociación Americana de Pediatría, destacan que “la exposición prolongada a las pantallas altera el desarrollo de funciones cognitivas esenciales, como la atención y la motivación”. “Se ha demostrado científicamente que la exposición a tecnologías como videojuegos, tutoriales o los videos de Baby Einstein no tienen beneficio. En 2009, Walt Disney fue obligada a devolver el dinero de Baby Einstein a los padres que lo solicitaron, porque se demostró que su promesa de que el programa de estimulación aumentaría la inteligencia de sus hijos era un fraude”, explica. Además, señala que “el excesivo tiempo frente a las pantallas parece guardar relación con el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad, incluso en los falsos diagnósticos si se suman factores como la baja tolerancia de los centros escolares con los niños más movidos, el poco tiempo que pasamos con ellos o la falta de paciencia de los padres”.

Efectos del estrés infantil

Según la Academia Americana de Pediatría, los niños de entre 6 y 12 años deben dormir, al menos, 10,5 horas al día. “¿Cuántos niños de esa edad duermen esas horas, entre deberes, extraescolares y dispositivos tecnológicos?”, se pregunta la divulgadora educativa Catherine L’Ecuyer. La falta de sueño es solo una de las consecuencias de la hiperestimulación. L’Ecuyer apunta otras: “Nervios, impulsividad, aburrimiento, inatención, hiperactividad, falta de rendimiento escolar, incapacidad de esperar, frustración…”. Varios estudios con animales y humanos, recogidos por el norteamericano Paul Tough en Cómo triunfan los niños (Palabra, 2014) muestran que el estrés infantil llega incluso a modificar negativamente ciertos segmentos del ADN y la estructura del cerebro, e incide de forma determinante en las relaciones afectivas, familiares y sociales en el futuro, así como en la aparición de enfermedades motoras y cardiovasculares.

La regla de oro

Que no cunda el pánico: el exceso de estímulos, actividades, deberes y tecnología tiene malas consecuencias, pero es posible encontrar el equilibrio entre todos esos elementos. Inger Enkvist, Álvaro Bilbao y Catherine L’Ecuyer coinciden en unas mismas recomendaciones, que conforman la regla de oro contra la hiperestimulación: generar un hogar estable, compartir tiempo juntos, silencio tecnológico, juego libre, ritmos serenos, y una agenda en la que, como mucho, haya una actividad extraescolar al día, que, con la orientación lógica de los padres, parta de su elección y les guste.

Aunque en esta amalgama de razones que encadena a los niños a un sinfín de actividades y ruido ambiental, tal vez el factor que más peso tenga sea la falta de tiempo de los padres.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Misión, www.revistamision.com.