El joven universitario chileno ante la revolución

Carlos Casanova | Sección: Educación, Política, Sociedad

El joven universitario chileno, en general, como la mayoría de los jóvenes, anhela ayudar a hacer del mundo un mejor lugar. Pero su anhelo ha sido sistemáticamente separado de la sabiduría con la que habría podido formarse. En lugar de la sabiduría se ha instalado una amalgama de elementos que convierten de ordinario a ese joven en lo contrario de lo que anhelaría ser: lo transforman en un revolucionario que contribuye a convertir el mundo en lugar de opresión.

Quizá el primer elemento de esa amalgama es un carácter degradado por la falta de freno a los apetitos más bajos. La pornografía juega un papel importante al inicio. Pero después intervienen otros agentes más sutiles y más profundos: la presión de los pares, de las personas del sexo opuesto que lo inducen a ceder a sus apetitos sexuales. La absorción de un profundo rechazo de toda verdadera ciencia y sabiduría que se presenta como si fuera él mismo la verdadera ciencia. El psicoanálisis y otras doctrinas psicológicas que postulan la prioridad de lo inconsciente y el carácter de “máscara” o de “sublimación” o “represión” de los límites morales más básicos y de toda la actividad consciente ocupan un lugar central en este trabajo prostituyente. Se supone que el dar rienda suelta a las pulsiones constituye una protesta liberadora.

Una vez que el joven ha disuelto los parámetros morales que resultan de aplicar su razón a la naturaleza de las cosas (incluidos su propio ser, su corporalidad y el ser y la corporalidad de los otros), se cuelan en su alma otras doctrinas aún más deletéreas que el mismo psicoanálisis. El marximo y el neo-marxismo le hacen creer que ese proceso de “liberación” que ha sufrido es un paso hacia la revolución, que traerá a la sociedad esa bonita libertad en que él ha sido iniciado. El enemigo es el “hombre represor”, el padre de familia blanco.

Casi sin darse cuenta, un joven que probablemente fue educado en su temprana infancia como cristiano, se deja engañar por sus pasiones y por sus corruptores. Primero confunde la caridad con el amor (aquélla es una especie de éste, y una especie sobrenatural), y después confunde la amistad con el amor de concupiscencia (de manera que desaparece de su horizonte la capacidad de amar desinteresadamente) y, por último, confunde el amor de concupiscencia con la atracción sexual (de manera que ya no sabe que hay en su alma un amor volitivo, aparte del amor carnal). Cuando ocurre esta degradación psicológica y moral, el joven está preparado para pensar que “todos tenemos derecho a amar públicamente”, es decir, que son iguales todas las atracciones carnales y que es represivo pretender poner orden en ellas.

¡Cuán fácilmente olvidan cómo les habría gustado que sus padres fueran fieles el uno al otro, o cuánta seguridad y bien ha traído a su infancia y a su vida el que de hecho sus padres hayan sido fieles el uno al otro! El placer venéreo los engaña. Confunden lo deleitable con lo bueno y sufren un extraño proceso de amnesia.

A menudo sus padres, aunque cristianos, han contribuido a este lamentable resultado, sin saberlo. Pues han valorado en su vida más que la Fe en Cristo, más que la sabiduría natural, el bienestar y la seguridad. Luego, cuando ven a sus hijos extraviarse, no poseen la palabra adecuada para descubrir el engaño. La tradición que los salvó a ellos ha perdido en ellos mismos su fuerza, su esencia sobrenatural, intelectual y volitiva, y, así debilitada, no puede impedir que los chicos se extravíen en el deleite. (Otras veces no es así. Los jóvenes con su misterioso libre arbitrio se niegan a escuchar razones.)

La obra empezada por la lujuria es completada por el alcohol y la droga. ¡No en vano marxistas y neo-marxistas abogan por la legalización de la marihuana! Ésta acentúa la corrupción moral y disminuye aún la capacidad intelectual, por un decaimiento de su base física en el cerebro.

En ese estado, los falsos maestros que pululan ahora en las universidades les sugieren a los jóvenes que el rechazo de la moral paterna y de las tradiciones cristianas y occidentales es el camino de la liberación. Aquí encuentra el joven, ya desde su educación básica en cualquier colegio (también en los colegios católicos, con muy pocas honrosas excepciones) por la imposición de los licenciados en educación que controlan el Ministerio, todo tipo de argumentos y de mitos literarios e históricos que favorecen el ataque de los “maestros” contra el Cristianismo. Se desfigura por entero la historia universal, la historia de Chile, la historia de la ciencia, la historia de la Iglesia, para hacer creer al joven que la Iglesia es una fuerza oscurantista y explotadora: ¡imagínate, la verdadera más grande Maestra de civilización y de ciencia, acusada de “oscurantista”! ¡La más grande maestra y agente de la misericordia, calumniada como fuerza de explotación!

A quienes necesitan alguna persuasión para aceptar las doctrinas demagógicas de los revolucionarios, a ésos les tienen preparada una insensatez que ellos llaman “argumento” y de la “falacia naturalista”. Ellos lo entienden al modo de Kelsen en la Teoría pura del Derecho o de Heidegger en la Introducción a la metafísica, ambos modos dependientes de Kant más bien que de Moore: del ser no puede salir el deber ser, lo que debe hacerse nada tiene que ver con la naturaleza de las cosas. ¿Habrase visto mayor falta de seso que ésta? ¿Cómo puedo yo saber si debo o no respetar lo que tengo delante, si no distingo la naturaleza de un escritorio, un gato, un pollo asado o una persona? La destrucción del uso de la razón ha llegado muy hondo, cuando multitud de estudiantes y aun de profesores universitarios se conforman con semejante patraña para liberarse de la moral. Porque, de hecho, este “argumento” no es más que una tapadera del deseo de ser “autónomo”. Una cita de Kant fuera de contexto los justifica a sus propios ojos. Pero no reparan en que el propio Kant, después de haber dicho que de los objetos no se obtiene el bien moral, tuvo que admitir en la Metafísica de las costumbres que había que aplicar el imperativo categórico a la antropología filosófica y a la naturaleza humana para desarrollar alguna moral. Kant al menos no usó sus observaciones de la Crítica de la razón práctica como una mera tapadera.

El joven acepta gustoso las mentiras, porque desconoce por entero la historia y la filosofía, y porque, habiendo cedido a sus pasiones, quiere que esas mentiras sean verdad. De esa manera sus pecados se justifican. Son un modo de luchar contra “esos curas pervertidos y explotadores” (pero resulta que los curas, por obra de estas mismas mentiras –y de otras peores– recibidas en los centros de formación católica se han apartado ellos mismos de sus padres en la Fe y en el Ministerio sagrado, y cada vez son menos capaces de dar luz y aun de administrar los misterios que les son confiados). De este modo, el joven rompe sus lazos con la única doctrina que podría salvarlo del estado de locura en que va cayendo. Termina, por eso, por aceptar que la lucha contra los modelos de la sociedad cristiana son la obra más grande de liberación que jamás haya existido. Sin percatarse de ello, abraza las peores tesis de Marx y Engels en sus “Tesis sobre Feuerbach” y en el “Manifiesto comunista”.

La familia se le presenta al joven como la explotación de la mujer por el  hombre, y de los niños por los adultos. Se alista en un ejército que lucha contra esta tara de la humanidad, el “patriarcado blanco”. Está dispuesto a aceptar los disparates más grandes, con tal de acallar su conciencia o de agradar a sus “maestros”: el sexo no depende de la biología; no hay diferencias reales entre hombres y mujeres, sino que todas son “culturalmente construidas”. Al mismo tiempo sostiene que hay personas con una natural inclinación homosexual, y que la inclinación sexual depende de la conducta sexual, porque simplemente repite los desvaríos de los diferentes revolucionarios, sin siquiera percatarse de que unos contradicen a los otros. ¿Y qué? ¡Total! ¡La verdad es lo que aparece a cada uno! Sin darse cuenta, creyendo a veces estar luchando por la libertad, habiendo entrado en la barca de de la “teoría” de “género”, simplemente se pone a promover el programa de Marx en el Manifiesto comunista: a la familia hay que abolirla. Como los burgueses no aceptarán esto, entonces, hay que hacer que lo traguen sin hablar de la abolición de la familia, sino siguiendo dos tácticas teóricamente incompatibles, pero revolucionariamente necesarias: encontrar los abusos que se dan en la institución, generalizarlos, achacarlos a la institución misma, proponer la abolición de la institución. Para esto, se re-escribe la historia desde el punto de vista de estos “intelectuales”, que sencillamente padecen una grave enfermedad del espíritu. Esta táctica cristaliza en clamar por los derechos de los niños y las mujeres, y sólo finalmente proponer una fuerte intervención de la familia por parte de tribunales nacionales e internacionales y por parte de autoridades administrativas, como si fuera una necesidad de la protección del menor y de los débiles. La otra táctica, incompatible en apariencia, pero complementaria desde el punto de vista de la revolución, consiste en ensalzar a la “familia” y decir que hay que extenderla a todos, sin que importe cuáles sean sus “preferencias” sexuales. Es decir, se cubre con la santidad del matrimonio cualquier impulso sexual, aunque sea incapaz naturalmente de procrear. Así, lo que es santo se ve profanado y se desnaturaliza. Lo que es todo, ya no es nada.

Un ataque semejante sufren la propiedad privada, la libertad de contratación y la subsidiaridad. Los revolucionarios las identifican con el capitalismo. En el ambiente de necedad en que vivimos, grandes masas de universitarios se tragan este cuento. ¿Acaso no nació el capitalismo como doctrina filosófica a partir de la teología nominalista, pasando por Hobbes hasta llegar a Locke, Hume y Smith? ¿Cómo se puede achacar al sistema capitalista la propiedad privada que existió entre los griegos, entre los persas, entre los mesopotámicos antes de que existieran los griegos? ¿Cómo se puede achacar la libertad de contratación al capitalismo, cuando existe desde tiempo inmemorial? ¿Cómo la subsidiaridad, defendida por Aristóteles en la Política? Es fácil: los jóvenes están desorientados porque no conocen la historia ni los clásicos ni la filosofía. Se han convertido en pasto de los lobos revolucionarios.

Algo similar puede decirse de la noción misma de república. Pero lo más alarmante es que se aplica la misma táctica a la autonomía universitaria y al derecho de asociación para transmitir en la universidad una visión del mundo. No hablaré ahora de esta última, pero sí de aquélla, de la autonomía. El más importante refugio de la libertad (una vez que el clero ha sido llevado por sus enemigos a una confusión casi total que se manifiesta en la ausencia de enérgica actividad para defender la verdad divina cuando es conculcada en sus raíces) es la universidad autónoma. Si el gobierno, el Ministerio de Educación y algunas agencias controladas por el gobierno pueden, con el pretexto de “asegurar la calidad”, decidir qué se puede investigar, quiénes pueden ser miembros del claustro (por medio de los exámenes de admisión, por ejemplo), qué es pertinente y qué no, entonces se suprime el foro más importante en que pueden ponerse en tela de juicio los criterios con los que el gobierno toma sus decisiones. Pero, cuando ese gobierno está inspirado en una ideología totalitaria, como es el marxismo, entonces el acallamiento de la reflexión crítica es la condena a la esclavitud más profunda.

Sólo la insensatez acrítica que domina las universidades chilenas, sobre todo las universidades públicas, tomadas groseramente por grupos ideológicos (con honrosas excepciones), sólo eso puede explicar que masas de estudiantes salgan a las calles y les griten a los marxistas como Michelle Bachelet: “¡Por favor, esclavícenos! ¡Por favor, vea nuestras manos libres! ¡Encadénelas, para que podamos después gozarnos en los placeres venéreos sin que nos moleste la conciencia, sin que nos molesten verdaderos maestros, sin que los curas nos inquieten! ¿A qué espera para esclavizarnos?”

Pero esos jóvenes no conocen a los señores comunistas. Cuando experimenten la esclavitud que ellos traen, cuando empiecen a comer ratas crudas en las calles, como en Venezuela, entonces, dirán: ¿pero, quién trajo a estos extranjeros a destruir nuestra querida Patria? Pero, para ese momento ya los comunistas y sus amos extranjeros habrán asegurado el poder, y sólo quedará o sufrir en silencio muriendo de hambre, o morir protestando por obra de una bala o una bomba, o podrirse en una prisión “reeducativa” al estilo chino: chupando excrementos y forzado a decir que “están ricos”. Continúen, pues, mis queridos jóvenes universitarios, alegremente por el camino del desenfreno y del rechazo de la verdad, que alcanzarán por esa vía un hermoso despotismo, un “nuevo mundo”, el “mundo del hombre” que, como lo desean, reemplace al “mundo de Dios”. Como en su alma han oprimido a la razón para que no moleste a las pasiones, así los comunistas oprimirán la verdad para que no les impida destruirlo todo y para poder regodearse en las ruinas en las que, al fin, ellos también morirán.