13 Reasons Why

Hernán Corral Talciani | Sección: Educación, Sociedad

La serie de Netflix que lleva este título ha motivado una fuerte polémica que se ha centrado en el problema del suicidio adolescente. Por mi parte, pienso que lo que más debiera preocupar es la abismal desconexión que se muestra entre las vivencias reales de los adolescentes y lo que los padres piensan que conocen de ellos.

Esta lejanía entre padres e hijos adolescentes produce resultados dramáticos, como los que se exponen en la serie, en la que más allá del suicidio de la protagonista y el bullying que sufre por parte de sus compañeros de escuela, se observan también en estos victimarios graves problemas de desadaptación social, consumo y tráfico de drogas, promiscuidad sexual, violencia física y psicológica; en suma, carencia de todo sentido de la vida.

En la cultura global que vivimos, nuestra sociedad no se ve libre de esta fractura generacional. En este contexto, resulta sorprendente que las actuales autoridades educativas, en vez de propiciar momentos de encuentro y de fortalecimiento de la relación entre padres e hijos, aparezcan más bien empeñadas en debilitar la intervención de los progenitores en el ámbito de la formación escolar de sus niños.

Pueden darse varios ejemplos de este empeño, partiendo por la Ley de Inclusión, que impide a los padres elegir el colegio para sus hijos, y prefiere utilizar métodos aleatorios para su admisión, como la famosa “tómbola digital” que ya debutó en Magallanes con resultados bien poco satisfactorios. Más recientemente, en el proyecto de Ley de Garantías de la Infancia aprobado por la Cámara de Diputados se subrayan los “derechos” de los niños de tal manera que algunos han pensado que la norma que se refiere al respeto a su vida privada podría impedir a los padres acceder a las redes sociales usadas por sus hijos.

Esta especie de “ninguneo” de los padres y madres de familia explica que la Superintendencia de Educación se haya entendido facultada para ordenar, inconsultamente, a todos los establecimientos escolares que los niños “trans” sean tratados conforme a su “identidad de género”, es decir, no de acuerdo a su sexo biológico y legal, sino a aquel con el que ellos se sientan identificados. Esta resolución es una primera aplicación de un documento marco emanado por la Superintendencia en abril de 2017, sin ninguna formalidad jurídica, y que lleva por título “Orientaciones para la inclusión de las personas lesbianas, gays, bisexuales, trans e intersex en el sistema educativo”. Se trata de una completa guía en la que se asume acríticamente la llamada “ideología de género”, según la cual lo que determina la identidad sexual del individuo es su propia autopercepción y no su realidad corporal.

El documento define la “identidad de género” como la vivencia del género “tal como cada persona la siente”, y que puede corresponder o no con el sexo y género “asignado” al nacer. Se sugieren actividades para párvulos y niños de la más corta edad. Una va aquí de muestra: la actividad se titula “Diversas formas de ser niño y niña” y propone la división de los párvulos en grupos, a los que se les presentan imágenes de características físicas: ojos, cabello y pieles de distintos colores, vestuarios y accesorios; tras lo cual se les pide que cada uno seleccione los elementos que les permitan “construir su propia imagen”, y una vez que cada párvulo “se ha construido” –señala el documento– presentará su propia imagen al grupo. Todo esto, por cierto, sin consultar la opinión de los padres de los niños que participarán en estas actividades.

Por cierto, nadie discutirá que debe darse una adecuada acogida a los niños que presentan lo que médicamente se conoce como “disforia de género”, y que la mayor parte de las veces se revierte al llegar la adolescencia. Pero hay una gran diferencia entre acoger a estos niños y a sus familias en un trance difícil y complejo, y aprovecharse de esta situación para lo que no es más que un adoctrinamiento ideológico que impone a todo el sistema escolar una concepción única de la sexualidad humana: la teoría de género, que, más allá de sus fortalezas o falencias –un análisis crítico puede encontrarse en un cuaderno editado por la revista Humanitas de la Universidad Católica, disponible en internet–, es solo una entre muchas y puede legítimamente no ser compartida por los proyectos docentes de los establecimientos y por los padres de familia.

Habría que pensar más y mejor en razones para que los padres puedan involucrarse más en la formación escolar de sus hijos y así impedir, o al menos atenuar, esa fría e impenetrable bruma que parece separar el mundo adulto y el mundo adolescente, y que tan bien refleja la serie de Netflix. Seguro que son mucho más que trece.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.