Castro y la Iglesia Católica en Chile

Gonzalo Rojas Sánchez | Sección: Historia, Política, Religión, Sociedad

#01-foto-1-autorUna de las dimensiones más dañinas de toda la acción de Fidel en Chile es la religiosa.

La importancia de la intervención directa de Castro en la vida de la Iglesia Católica en nuestro país está perfectamente documentada en ese gran libro que es “Los cristianos por el socialismo en Chile”, de Teresa Donoso Loero, obra que merece una pronta reedición.

Ahí queda claro cómo el movimiento que despuntaba en los 60 y que había tenido su máxima expresión en la toma de la Catedral de Santiago el 11 de agosto de 1968 (a un año exacto de la toma de la Casa central de la PUC) se expandió en los 70 bajo el influjo directo de Fidel, tanto por su reunión en Chile con sacerdotes –“los 80”– como por su invitación a visitar la isla a varios de ellos.

La mejor síntesis de la sintonía entre Castro y esos sacerdotes está contenida en las palabras del dictador cubano a los curas presentes: “Felizmente los sacerdotes han evolucionado muy rápido; hacen las cosas que nosotros queremos que hagan los comunistas.”

Las consecuencias de la promoción castrista de la teología de la liberación de raigambre marxista fueron devastadoras en Chile y siguen siéndolo. En realidad, lo que Fidel promovía era una “liberación de la Teología”, una liberación de Dios.

Y eso se notó a corto plazo y en los casi 50 años que han pasado desde el comienzo de ese influjo.

Por una parte, la gravísima pérdida de vocaciones justamente en esos años 70 y en los 80. Buena parte de los curas diocesanos, de los religiosas y religiosas que abandonaron sus compromisos, lo hicieron en nombre de un camino revolucionario directo: prefirieron hacer los cambios en las estructuras, mientras renegaban de su empeño por ayudar a las personas a cambiar.

En segundo lugar, de entre los curas castristas hubo quienes permanecieron en su ministerio y lo dedicaron casi exclusivamente a la promoción del socialismo en todas sus dimensiones. Por cierto, después del Once de septiembre son ellos quienes por una parte desarrollan toda una actividad de base parroquial contra el Gobierno de Chile o, llegado el caso, protegen sin denunciar a quienes se están enfrentando con las armas a las Fuerzas Armadas.

Pero lo peor no es eso. Lo peor es que el influjo castrista consiguió hacer dudar a tantos buenos hombres y mujeres sobre el sentido último de su dedicación plena a Dios, transformándolos en meros agentes de bondad sentimental, en buenos ejecutores de iniciativas de ONGs. Si la secularización se expresa hoy en Chile en esas masas alejadas de Dios, no cabe duda alguna que eso se debe en gran medida a que antes ellos –o sus padres o sus abuelos– fueron personas abandonadas por una parte importante de sus pastores.

Castro lo había incoado.