Referéndum en Colombia y los cristianos

Josep Miró i Ardèvol | Sección: Política, Religión, Sociedad

#05-foto-1El referéndum por la paz en Colombia fue derrotado por un margen reducido de votos cuando todas las encuestas le otorgaban una amplia victoria. Ahora, exploradas las entrañas de los resultados, surge como una causa decisiva el voto mayoritario de los cristianos evangélicos. La causa del sentido de este voto también es conocida porque había sido formulada con anterioridad.

Los acuerdos entre el gobierno y la guerrilla introducían en las políticas públicas la perspectiva de género y su derivada, las identidades políticas LGBTI. Lo hacían con un tipo de concreción menos agresiva que la que se da en la legislación española, acentuada en algunas comunidades autónomas como Andalucía, Cataluña, Madrid y Andalucía, pero en una medida suficiente como para considerarla una importante ruptura antropológica. Ahora, visto lo visto, el presidente Santos se ha apresurado a llamar a los representantes de aquella confesión para dialogar con ellos una solución bajo la idea de enmendar aquellas formulaciones y afirmar el reconocimiento y el valor de la familia natural.

La Iglesia católica mantuvo una posición muy distinta. Dada la trascendencia del referendo y la pugna entres Santos y Uribe, este último abierto defensor de la familia, optó por la neutralidad, seguramente para no salir señalada en los papeles como opuesta de la paz, aunque en puridad quienes votaron no, o al menos su inmensa mayoría, no pensaban tal cosa, sino que desaprobaban los términos concretos del acuerdo por diversas razones.

El resultado final ha inclinado la razón del lado de los evangelistas: la paz que de facto ya existe se formalizará igualmente, pero salvaguardando fundamentos e instituciones insustituibles.

Los católicos debemos reflexionar sobre este tipo de sucesos que acostumbran a moverse en dos planos distintos. El primero, más teórico, el ético; el segundo, el de las condiciones concretas. En el plano ético qué duda cabe que la paz es un bien primordial para un cristiano, y en este sentido todo es poco para lógrala. Pero ¿a cambio de qué?   El caso colombiano nos recuerda la importancia trascendente que tiene afirmar la naturaleza humana, su fundamentación en la naturaleza femenina y masculina, el matrimonio natural, y la evitación de que el deseo o preferencia sexual se convierta en una identidad política, colectiva. De un mal no surge un bien, podríamos decir. Desde el punto de vista práctico era evidente que el no, en ningún caso significaba la vuelta a las hostilidades, porque todo estaba demasiado avanzado, y sí conducía a una renegociación y a un acuerdo parlamentario. Esto último es lo que ha sucedido.

La Iglesia ¿ha actuado con prudencia? entendiendo que tal cosa no es lanzarse a la piscina y salir seco, sino escoger el mejor camino, o ¿ha existido un temor escénico que ha condicionado su actitud? ¿Ha pensado en el Pueblo de Dios que camina en la historia o ha pesado la relación con el poder?

No soy quien para responder sobre una cuestión compleja de la que desconozco los detalles, pero sí creo que puedo presentar los interrogantes.

Y del caso particular a lo más general ¿Y si una parte de la Iglesia estuviera leyendo mal el signo de los tiempos? ¿ Y si la prioridad ahora fuera luchar para recuperar la coherencia interna del Pueblo de Dios, condición necesaria para ser sal y luz para la humanidad como prioridad destacada, de ejercer como lo que es, como contracultura, en lugar de como  aliado objetivo de los poderes establecidos? MacIntyre ya advertía en la última página de Tras la Virtud en 1984 que los bárbaros no es que estuvieran en las puertas, sino que ya nos gobernaban. Creo que fue una denuncia profética que describe nuestra realidad.

La secularización interna, que tanto preocupa a muchos obispos, que enmudece la proclamación de la Palabra y la presentación de Jesucristo, sustituyéndola por valores seculares que se agotan y pervierten en la propia finitud tentación humana, no es otra cosa que una subjetividad radical unida al temor escénico que surge de la contaminación eclesial por parte de la cultura de la desvinculación. La mejor forma de salvaguardar y superar este problema es la coherencia interna en la vida de la fe para ser efectivamente sal en el mundo. Luz que ayude a volver a los bautizados, y que ilumine el camino de la ley natural a todos. Y eso no se logra con silencios, concesiones y gestos cariñosos con los poderes del mundo. Entendámonos. No estoy reivindicando la frontalidad, ni el choque del carnero –eso también estaría alejado del testimonio cristiano– sino del hacerse presente con claridad y capacidad de diálogo en los temas cruciales. Y el de la perspectiva de género, camuflaje de la desigualdad social, lo es, como lo es la tragedia y la  injusticia de la mayor parte de Europa con los refugiados. Pero, sobre esta última cuestión la voz se escucha, mientras que en la primera solo hay silencio o palabras ocasionales y menores, un silencio que en España es clamoroso.

Quizás nos falta la épica necesaria para vivir el mensaje de Jesucristo en el tiempo que nos ha tocado.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Forum Libertas, www.forumlibertas.com.