¿Globalización en crisis?

Antonio Argandoña | Sección: Política, Sociedad

#08-foto-1-autorSe está hablando bastante de la crisis de la globalización, referida a la falta de aceptación que ese fenómeno de interrelación entre países, empresas y personas de todos los sectores y actividades, está levantando en muchos países. No voy a entrar aquí en una valoración de este problema, pero sí quiero hacer alguna consideración al respecto.

Leí hace muchos años “I pencil”, “Yo, lápiz”, un famoso artículo de Leonard Read en The Freeman, en diciembre de 1958, y me encantó (y si ya he contado esta historia, lo que es bastante probable, pido perdón al lector). Es la historia de su vida y sus antepasados, contada por un sencillo lápiz al autor del artículo. Deliciosa. Cuenta la historia de la madera, los árboles, las hachas, los camiones que transportaban la madera, el grafito, las minas, la pintura, la goma… La vida de miles de personas que han participado, de manera anónima, en algo tan sencillo como fabricar un lápiz y ponerlo a nuestra disposición en una papelería próxima. Aconsejable para todos, pero sobre todo para los niños, para que hagan el esfuerzo de pensar cuánta gente ha contribuido, desde lugares a menudo muy distantes, a hacerles la vida agradable. En Economía también usamos a veces el ejemplo de la botella de leche que nos encontramos (o mejor, se encuentran los americanos) cada mañana en la puerta de su caso. Un canto al libre mercado, a la ausencia de regulación y control, al espíritu de servicio. Y a la globalización.

Bueno, está claro que una parte del problema del desprecio de la globalización radica en que no somos conscientes de cuánto debemos a cuántos héroes anónimos. Que se llevan sus salarios y sus beneficios, claro, pero que, sin ellos, nuestra vida sería menos agradable, o incluso inviable. A menudo nos escudamos detrás de las empresas, como si fuesen ellas las grandes beneficiadas de la globalización, sin pensar que ahí están también los ahorros de muchas personas, el trabajo de millones de obreros y empleados, las ideas de muchos pensadores… Los economistas solemos contar las virtudes del libre comercio, pero en términos demasiado generales. Hay que insistir, claro, entre otras cosas para que los ciudadanos nos demos cuenta de que, cuando no dejamos que las mercancías circulen libremente de un país a otro, estamos tirando piedras a nuestro propio tejado: muchas cosas serían más caras, o de peor calidad. Y que estamos condenando al paro a algunas personas, que tienen muchas menos posibilidades en la vida que las que damos a los de nuestro entorno. Claro que algunos se benefician de ese libre comercio, pero los demás también.

Y aquí me gustaría añadir algo, que, en los años recientes, a raíz de la crisis económica, ha ido tomando cuerpo: hemos de ser conscientes de quiénes son los ganadores y quiénes son los perdedores de la globalización. Claro que el producto interior bruto de un país aumenta cuando hay libre comercio (con algunas excepciones, claro), pero ese aumento no se reparte entre todos. O sea, todos ganamos al tener coches más baratos o mejores ordenadores, pero no olvidemos que algunos no podrán cenar esta noche, porque no tienen un puesto de trabajo. Quizás porque son vagos. O porque se empeñan en que alguien les dé gratis lo que necesitan. Pero también pueden ser personas que no tienen las capacidades para hacer otras cosas, cambiar de sector o trasladarse a otro lugar. Me alegra ver que, en los comentarios recientes de algunos economistas sobre el grave error de introducir proteccionismo en nuestro comercio internacional, también aparece la necesidad de un estado del bienestar que proteja a los que no tienen medios para defenderse.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por el autor en su blog Economía, Ética y RSE, http://blog.iese.edu/antonioargandona/.