Oídos sordos

Daniel Mansuy | Sección: Política

#09-foto-1El dato no es nuevo: hace años que las urgencias de los chilenos son delincuencia, economía, salud y empleo; y solo más tarde vienen la desigualdad, la Constitución y la gratuidad. ¿Cómo articular este desajuste, cómo leer la diferencia de énfasis? Por un lado, hay cierta esquizofrenia del chileno (que nos debe hacer tomar con mucho cuidado los datos de las encuestas): los mismos ciudadanos que quieren mejor salud y más seguridad votaron por una candidata cuyas promesas iban en otra dirección.

Es innegable que en eso jugó un papel el carisma personal de la Presidenta, pero al fin y al cabo la ciudadanía validó un proyecto inspirado en las consignas de la calle. Aquí el problema parece haber estado en el diagnóstico de los líderes de la Nueva Mayoría, quienes interpretaron la crisis de confianza como una crítica radical al Chile moderno, y pensaron también que el liderazgo personal de Michelle Bachelet equivalía a apoyo programático. Como estos errores se pagan caro, hoy el gobierno se encuentra en el descampado: es muy tarde para echar pie atrás, pero tampoco hay piso para seguir avanzando en reformas importantes. Si a esto le agregamos la carencia de conducción política, el extraño ensimismamiento de la primera Mandataria y las discusiones internas del oficialismo, el escenario no es muy estimulante.

En otras palabras, salvo que ocurra algo extraordinario, Michelle Bachelet no podrá entregar la banda a alguien de su propia coalición (cuya sobrevivencia tampoco es segura).

Ahora bien, se equivocaría también el político que quisiera gobernar exclusivamente desde las prioridades fijadas por las encuestas. Aunque ellas presentan algunos datos estables, el Chile actual necesita de alguna mediación política que vaya más allá de las técnicas propias del retail. En efecto, la agregación cuantitativa de preferencias es un dato relevante, pero que no permite, por sí sola, elaborar ningún programa (dicho de otro modo: el lavinismo pertenece al pasado). La crisis chilena es real, y guarda relación, sobre todo, con una pérdida generalizada de confianza en las instituciones y las personas que las lideran. Además, como hemos visto, esas preferencias son volubles y varían sin que sepamos muy bien por qué.

Es aquí donde, naturalmente, los políticos parecen perplejos. De hecho, la obsesión por la encuesta del CEP es un buen síntoma de esa desorientación: como perdieron la conexión auténtica con el país, creen que la obediencia borrega a los sondeos podrá devolverles aunque sea un poco de legitimidad, sin comprender que se trata de un instrumento tan útil como limitado. ¿En qué dirección debería ir, entonces, la mirada de los políticos que aspiran a gobernarnos los próximos años? ¿Desde dónde leer las señales equívocas que ha dado el país? Pues bien, recuperando una mirada integral y realista sobre las múltiples dificultades que enfrenta la modernización chilena: si la política tiene una dimensión arquitectónica, no estaría de más que algún político intentara articular todo esto en un discurso coherente. ¿Será mucho pedir?

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera.