¿Por qué se debilita la Iglesia?

Josep Miró i Ardèvol | Sección: Historia, Religión, Sociedad

#05-foto-1¿Por qué la Iglesia se debilita en España, en buena parte de Europa, incluso en algunos países americanos? ¿Por qué pierde fieles, irradiación cultural, y posee una decreciente significación en este ámbito, en definitiva, una menor capacidad de incidir en el marco de referencia dentro del cual se configuran los juicios y las actuaciones de la gente?

No es por falta de sensibilidad social, de capacidad de ayudar, de practicar la solidaridad efectiva. Ella y sus ramificaciones constituyen la mayor fuerza solidaria que existe, tanto que sin ella nuestro estado del bienestar entraría en crisis, porque no alcanza a paliar las necesidades extremas, aquellas a las que solo, o casi, llega la Iglesia. Tampoco porque el mensaje socioeconómico no es fuerte y claro en favor de los que menos tienen. En todos estos aspectos su acción es ejemplar y está en línea con lo que hoy, una gran parte de la opinión pública, espera o parece exigir con más fuerza: desprendimiento, solidaridad, ayuda a tu prójimo. La Iglesia llama insistentemente a trabajar todos juntos, desde las respectivas creencias, por el bien de todos, y especialmente de los más necesitados, a construir una política basada en el diálogo, el servicio y el desprendimiento. Reclama la laicidad para el espacio secular como marco de convivencia.

Pero, con todo este bagaje ¿por qué no es un sujeto social atentamente escuchado? ¿por qué meterse con ella tiene todavía rendimiento político? ¿por qué su voz es cada vez menor en las familias, en la educación de los hijos, en la discusión sobre las ideas y valores de nuestro tiempo?

Tengo para mí, y así lo digo, que la causa hay que buscarla en otra parte: se debilita porque aquí se ha debilitado su misión principal de la que nace la solidaridad, porque en demasiadas ocasiones se renuncia a lo fundamental para dar una equivocada sensación de apertura. ¡Aquí cabemos todos! Cierto, en el espacio secular. Pero, eso no puede significar que para hacer más “amable” la actitud, se renuncie a la que es su misión. La acogida de todos, la ayuda a todos, exacto, y al mismo tiempo la proclamación de que Jesucristo es Dios, es un hecho único, por su excepcionalidad, que marca la historia humana. La afirmación de que solo Dios salva, y que por esta razón es necesario proclamar que Dios nos ama (Romanos 8,39), siempre poner al alcance de todos, la Buena Nueva de Cristo muerto y resucitado para nuestra salvación, y la vida eterna, porque Dios nos ama, y al que nos dirigimos como “Padre”. Y junto a esta comunicación por la palabra y las obras, la denuncia profética, sin la cual la obra puede acabar siendo cómplice del poder injusto, y la acogida, aceptación y justificación de los vicios humanos.  No rige solo el “Yo te perdono”, sino que sigue el “vete y no peques más”. Es decir, hay pecado, debe ser recordado sin severidad, con elegancia espiritual, como un bien para el otro, más que como una exigencia propia.

En Mateo 28,16-20 Jesucristo en el momento de su ascensión proclama su mensaje final: Id a todos los pueblos –dice– hacedlos mis discípulos y bautizadlos en nombre del Padre Hijo y Espíritu Santo. Y añade: enseñadles a guardar todo lo que os he mandado. Esa es la tarea de la Iglesia, y de ella surge la solidaridad, desde el primer momento, como consecuencia de la proclamación de Jesucristo, de llamar a la conversión para seguirlo, a integrar con el bautismo en la Santísima Trinidad, a entender el mundo de una determinada manera, no solo unos aspectos; los inmigrantes, los pobres la justicia social por una parte, o el aborto, el respeto al hecho religioso, por otra. Se trata del todo a la vez del conjunto. El mensaje de Jesucristo no es unidimensional sino que ofrece las facetas de un diamante.

Y para que esto se realice es necesario seguir los pasos que Jesucristo muestra con los primeros apóstoles, en Juan 1,31-58. Primero, es necesario que alguien (Juan en el pasaje evangélico) muestre al Hijo de Dios, para que así sea posible el encuentro con Él, y de lugar a una experiencia de la que pueda surgir, más pronto o más tarde, la pregunta “¿Qué buscas, qué esperas de la vida?” A la que pueda seguir la invitación “Ven y verás”. Acompaña a Jesús, estate tú donde Él esté, síguelo en su vida y su palabra, acércate a sus sacramentos, para así poder proclamar la buena nueva de la vida eterna. Misionar, evangelizar, proclamar la palabra entre quienes están lejanos o no la han escuchado nunca, y emplear esa dinámica de servicio para mejorar la conversión permanente de los propios fieles, que deben ser estimulados a adoptar una actitud de testimonio y anuncio, por este orden. Sin ostentación ni formas forzadas y artificiosas, sino con la sencillez de la vida, como el andar o hablar.

La Iglesia se debilita porque está perdiendo su vocación de misión, o la sacrifica en el altar amable de la laicidad.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Forum Libertas, www.forumlibertas.com.