Copy

P. Raúl Hasbún | Sección: Educación, Sociedad

#09-foto-1Por décimo año consecutivo,  la Oficina de Comercio de EE.UU. ha clasificado a Chile dentro del “Top Eleven”: 11 países que no resguardan debidamente el derecho de propiedad intelectual. Sus Gobiernos porfiadamente han tolerado, o no han hecho lo suficiente y exigible para erradicar la piratería: apoderarse por asalto del patrimonio que otros se han ganado con su emprendimiento creativo.

Nuestro Gobierno reclama que  esta clasificación es injusta,  pero ello no cambiará la percepción de las autoridades de EE.UU. Lo que tiene que cambiar para que seamos borrados del “Top Eleven” es nuestra compulsión endémica de copiar lo creado y justamente poseído por otro. No es que seamos los únicos ni los más adelantados en esta práctica depredadora de lo ajeno. La técnica del “copy and paste” ha hecho proliferar mundialmente su aplicación como plagio en los ámbitos académicos, artísticos, jurídicos y políticos. Cada mes estalla el escándalo de prominentes figuras implicadas en esta moderna forma de piratería. La diferencia radica en que otras naciones la castigan con máxima, expedita y disuasiva severidad. En especial la cultura anglosajona estigmatiza socialmente al autor de mentiras y fraudes: y eso es copiar. Alumnos sorprendidos copiando son de inmediato expulsados de la Universidad, y no se queda sin sanción el que faltó a su deber de denunciarlos. Entre nosotros permanece la tolerancia y aun la exaltación de la copia como un destello más de nuestra “viveza criolla” (ahora “chispeza”, según neologismo de Gary Medel).

Pero en la piratería intelectual, mezcla de mentira, simulación, fraude y deslealtad, no hay nada de chispa ni luz, sólo ofuscación y encandilamiento, ceguera y falsedad. Quien se habitúa tempranamente a disimular sus carencias e incompetencias pirateando lo que no es suyo y simulando saber lo que no aprendió, se está condenando a nadar en el pantano movedizo de su pereza mental. Pronto, por su pereza perecerá. El lodo movedizo se traga y sepulta a los que neciamente creen que sobrevivirán y prosperarán en él.

En Tailandia acaban de sorprender a 3 jóvenes que, ansiosos por aprobar su examen de ingreso a Medicina y Odontología, utilizaron una ingeniosa mezcla de tecnología pirata. Un Instituto que imparte clases para garantizar el acceso a la Universidad les proveyó de anteojos dotados de una minúscula cámara fotográfica. Con ella captaron las preguntas del examen y las transmitieron, mediante relojes “inteligentes”, a la sede del Instituto, desde la cual recibieron las respuestas correctas. Nuestra pregunta es: si en el Instituto poseen ese singular talento creativo, y los alumnos son dueños de tan singular audacia ¿por qué, en lugar de mentir y piratear, no establecieron una sinergia para inventar e implementar proyectos que agreguen valor a la sociedad?

Cantar emocionados que somos la “copia feliz del Edén” no nos obliga a copiar la estupidez de Eva y Adán.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Revista Humanitas, www.humanitas.cl.